Ángel B. Gómez Puerto.
Cada mes de diciembre celebramos el Día de la Constitución y el Día Internacional de los Derechos Humanos. Con motivo de estas dos importantes efemérides democráticas, pretendo en este espacio recordar su significado, su evolución, algunos de sus contenidos y su estado actual. A estas alturas tenemos meridianamente claro que en la última década, amparándose en la toma de decisiones para “salir de la crisis”, se han adoptado decisiones que han puesto en riesgo el contenido el modelo de derechos y libertades establecido en la Constitución de 1978, y el propio sistema universal de derechos humanos, resultado de una evolución histórica de progresos permanentes, y que tiene como fundamento central el concepto de dignidad humana. Esta misma situación se ha dado en muchos países de la Europa “desarrollada”.
Como he apuntado, cada mes de diciembre celebramos y recordamos nuestra Constitución y uno de sus textos inspiradores, la Declaración Universal de Derechos Humanos. Este transcendental texto internacional se aprobó en París, el 10 de diciembre de 1948, por Resolución de la Asamblea General de la ONU. Este año 2018 estamos pues conmemorando su 70º aniversario. Los Estados se ponían de acuerdo en un texto de treinta artículos sobre los derechos considerados básicos para todos los ciudadanos a nivel universal. Esa carta universal constituye el «círculo rojo» a proteger, el contenido mínimo de un concepto de democracia y dignidad universal, debe ser infranqueable, debe ser la bandera del poder ciudadano, que también se proclama en el artículo 10 de nuestro texto constitucional.
El proceso de evolución histórica del reconocimiento y garantía de los derechos y libertades fundamentales del individuo tiene señalados hitos en el siglo XVIII, principalmente en la Declaración de Derechos del Estado de Virginia de 1776, o la emblemática Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, producto jurídico principal de la Revolución Francesa. El individuo empezaba su andadura imparable hacia la consideración de ciudadano.
Partiendo de estas bases políticas y jurídicas, en los siglos XIX y XX se desarrolla un proceso de ampliación de derechos (derechos de participación democrática y derechos sociales), fundamentalmente como consecuencia de la transformación progresiva del concepto de mero Estado de Derecho hacia el más acabado y completo de Estado Democrático y de Estado Social. Y en 1948, como hemos apuntado al inicio, se aprueba la Declaración Universal de Derechos Humanos, máximo exponente del proceso de internacionalización del reconocimiento y garantía de derechos y libertades. En este texto, clave para los sistemas democráticos actuales, aparece la idea de dignidad del ser humano como fundamento de los derechos y libertades que se declaran.
En su exposición de motivos se expresa que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en el texto su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad. Y en su artículo primero se proclama que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
Pues bien, en las constituciones democráticas de la segunda mitad del siglo XX aparece también la dignidad humana. Como hemos anticipado, en nuestra Constitución de 1978 se alude a este concepto, en un precepto clave al respecto, el artículo 10, que establece en su primera parte que «la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la Ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social». Y en su segundo apartado se hace referencia expresa al texto internacional de 1948, al declarar que «las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución española reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los Tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España».
Después de tantos años de Declaración Universal de Derechos Humanos, de dignidad humana formalmente declarada y protegida, textos constitucionales con amplias declaraciones de derechos y libertades, con amplios sistemas de garantías de los mismos, en una gran parte del mundo no rige precisamente la dignidad sino la exclusión social por diferentes motivos, la guerra, la pobreza, destrucción de los valores ambientales básicos del planeta, etcétera.
Sigue estando pendiente lograr la efectividad real de todos los valores, derechos y libertades consensuadas universalmente desde 1948, objetivo para el que poderes públicos fuertes y sociedades democráticas avanzadas son factores determinantes. Fuera de estos parámetros, reinará la barbarie, la vuelta al pasado, como estamos comprobando.
(*) Profesor de la Universidad de Córdoba (Departamento de Derecho Público y Económico). http://gomezpuerto.blogspot.com
En bien, únicamente se puede aspirar a una sociedad en donde la razón (o el que la aplica o la muestra inengañablemente) gane; y no que pierda o que agonice en crueldad.
Por eso, esa lucha ha de ser libre de todo, de costumbres, de todo lo que no sea fiable o probado racionalmente, sin cadenas ni servidumbres a los contraintereses del bien.
¡Y basta de cualquier «lobby», porque solo busca poder, no mínima racionalidad!
José Repiso Moyano
http://delsentidocritico.blogspot.com/
Las palabras no sirven si no existen las posibilidades, en una búsqueda libre, de contradecirlas o de cambiarlas. Porque las palabras (todas, y las que utiliza la ciencia) son: una MANIFESTACIÓN COMUNICATIVA DE LA VOLUNTAD HUMANA HACIA EL ERROR O HACIA EL NO-ERROR. Por tanto, han de tener POSIBILIDADES (a través de alguien) para que puedan dirigirse al fin hacia el no-error. Si no, no sirven, desorientan, equivocan, destruyen o matan; sí, y para evitar esto existe la LIBERTAD (la cual no admite ninguna cerrazón ni terco-excluyente corporativismo), para que las palabras no se pasen y no fijen un error sin unas posibilidades de quitarlas, de cambiarlas o de contradecirlas al menos (pues las palabras no son incuestionables, perfectas o diosas, no, ¡tienen los pies de barro!).
La inteligencia es la que ha de reparar a las palabras, no lo contrario que es lo que precisamente sucede ahora cuando las palabras-prejuicio, las palabras-prisa, las palabras sirvientes a una moda, las palabras-antropocentristas, etc. a sus anchas dominan todos los cerebros.
José Repiso Moyano
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«La verdad no necesita de cuentos y argumentos, es aburrida porque no está elaborada» es una verdad como un templo.
Todo lo interesadamente PREPARADO Y ELABORADO triunfa en todos sitios (creando todas las injusticias); así es, todo lo que se monta en elaboración, en montaje de muchos egos y retóricas… acaba por derrotar y manipular a todo el mundo. Por eso, los poderes y el mal se ríen de todo lo pobreticamente bueno del mundo, ¡que se aplastará más y más! José Repiso Moyano
No existe paso de bien en el mundo sin la razón (sin ése que la da o la permite).
Para que exista respeto, debe existir antes razón;
para que exista educación, debe existir antes razón;
para que exista información, debe existir antes razón o el que la demuestra (que es lo mismo).
Siempre que LUCHO CONTRA UNA MENTIRA, irremediablemente lucho contra una retórica, la cual siempre impide la razón, ¡siempre! ; porque la mentira es muy suya y tiene su rollo envolvente o confusión por el cual ha triunfado astutamente, no siendo nunca concisa, directa y clara, sino halagadora, demagógica, populista, encantadora de serpientes o muy cargada de demasiadas palabras para no decir ninguna verdad, solo parecerlo (¡éso es la retórica!). Además, cualquier retórica tiene detrás siempre VETOS al bien, ¡así es!
Por eso, todos los días me dirijo a desenmascarar retóricas, muchas de ellas muy corporativistas (teniendo detrás guardias pretorianas y muchos poderes), a pararles sus pies, ¡aunque no mucho les guste!
http://delsentidocritico.blogspot.com/
José Repiso Moyano ¡VIVA EL APALEAR AL BIEN! ¡Y que parezca un accidente!