José Manuel Matencio Ojeda.
Se restableció y pudo trabajar en el campo, que era lo que había, además cogía trigo, salía a por collejas, cogía caracoles que luego nos guisaba…, esta era nuestra comida y alguna cosa más que ahora os contaré. Así estuvimos los tres años de guerra.
Sigue contando Remedios:- Había un señor entre nosotros que era matarife y lo llamaban para hacer las matanzas la gente de allí. Conocía las necesidades de nuestra familia y le dijo a mi madre que fuera con él y le ayudara en las tareas de la limpieza y, así lo hizo. Parte de esta limpieza consistía en limpiar tripas, luego, parte de estas tripas se las daba a mi madre, y ella…, tan contenta (Nosotros mucho más). Cuando llegaba a la casa, las freía y esa era una de las comidas más apetitosas. O era la única apetitosa porque no había otra.
Como en los tres años de guerra-dice:-dio tiempo a que pasara de todo, recuerdo que había un hombre que mataba borricos y, su figura no se me olvidará nunca, y es que los mataban de un martillazo en la cabeza. Era espantoso, es una imagen que no se me ha borrado en ningún momento de mi vida. Como consecuencia, también nos daban carne de borrico, de estos que tan espantosamente mataban y, nos la comíamos, ya que no había otra cosa. Todos los recuerdos le van viniendo sin poder poner un orden cronológico, aun así, yo le digo que siga, que siga. Y ella sigue hablando y me cuenta otra de sus anécdotas: -allí nos bombardearon una vez y puse una sábana en el suelo y la hicieron polvo las bombas, sin embargo, al cortijo no le dieron. ¡Menos mal!
Después de estos tres años, volvimos a Santa Cruz, si aquello fue malo, esto fue espantoso. Cuando llegamos a la casa que teníamos en el pueblo, que era de nuestra propiedad, había un falangista metido en ella con toda su familia, este falangista, trabajaba con el alcalde, pero al hombre le daría pena de vernos a los 5 sin nada y sin techo donde cobijarnos que, de tanta pena que le dio al hombre, nos “dejó” una de las habitaciones de “nuestra” casa para que nos metiéramos en ella. Dormíamos en el suelo y solo teníamos el techo para cobijarnos. Mi madre apañó un montón de paja, la extendía por la noche, le echaba una sábana, y allí, dormíamos todos como podíamos. Así pasamos 3 o 4 años, aunque no recuerdo exactamente cuánto tiempo pasamos así.
El no tener un techo, no fue lo más malo. A mi madre la ponían en la plaza del pueblo a barrer, supongo que, por ser la esposa de mi padre y la madre de mi hermano, pero no se me puede olvidar que fueron ellos los que mataron a mi padre y a mi hermano sin compasión. Llevándola a la plaza a barrer, trataban de vejarla y humillarla aún más, si cabe. Le habían matado a su marido y a su hijo, le habían quitado su casa, la habían dejado sin muebles, ahora la humillaban sacándola a barrer a la plaza, seguramente, para mofarse de ella. La maldad del(os) hombre (s) estaba en aquellos momentos en Santa Cruz.
Como decía, dormíamos y hacíamos toda nuestra vida en la habitación que nos “dejó” el falangista; nuestros muebles habían desaparecido y las 3 o 4 bandurrias que tenía mi padre, también. Alguien dirá que, como era posible que en mi casa hubiera 3 o 4 bandurrias. Pues sí, las había, y es que mi padre era muy aficionado a la música. Más adelante seguiré contando-dice-. Como consecuencia de esta afición a nosotros nos conocían, en el pueblo, como “la familia de los bandurrias”.
Quiero seguir contando lo que era la vida en aquellos momentos para todos nosotros- nos dice Remedios:- Mi madre salía muy temprano por la mañana a trabajar al campo, era aún de noche y volvía de noche, nos dejaba unas “patatitas fritas”, o lo que pillara la pobre, las ponía en una mesita y, antes de que se fuera casi, íbamos corriendo y allí mismo nos las comíamos, así que estábamos todo el día “esmayaos”, hasta que por la noche, volvía ella. Por su parte, ella se había llevado un tomate o un trozo de morcilla y supongo que algo más, ya que mi hermana mayor y mi hermano, se iban con ella para ayudar en la faena del campo. Y eso lo tengo aquí grabado-dice Remedios señalándose la sien-, y no se me olvidará jamás.
Quedábamos en la casa, mi hermano y yo que éramos los más pequeños. ¿Sabes lo que hacíamos?: Lo primero, comernos la comida, como he dicho, porque estábamos siempre con “muchas hambres”, después nos íbamos al rio a bañarnos en cueros. Lo recuerdo perfectamente. Allí, entre los tarajes, jugábamos y nos escondíamos y nos lo pasábamos bien sin noción del peligro que corríamos estando junto al rio rebuscando con mis hermanos cualquier cosa para entretenernos, aunque yo, como dije antes, siempre estaba llorando. Por todo lloraba, parecía un cencerro (me decían), además tenía un miedo terrible a la guardia civil. Posiblemente, por las circunstancias de la guerra, pero pudo ser también, por esto otro que os cuento:
Tenía mi madre una máquina de coser y, cuando llegamos a Santa Cruz, le habían dicho que una vecina se había hecho dueña de ella, un día, se la encontró tirada en algún lugar, estaba sucia y mohosa, pero ella la recogió (esto fue lo único que encontró de sus pertenencias), la limpió y trato de repararla y darle uso que para eso era de ella. Mira por donde, pasó por mi casa la mujer de Pepe Lara “El Barbero”, que estaba compinchado con el nuevo alcalde (el falangista), y ve a mi madre que está cosiendo en la puerta con su máquina, y, a esta señora le gustó. Le dio el aviso a mi madre diciéndole que aquella máquina no era suya. A la mañana siguiente, se presenta un guardia civil a por la máquina de coser y…, se la llevó. ¡Nos quitaron la máquina también!. Como anécdota de “la máquina” os cuento: Teníamos una vecina que nos quería mucho y, como yo era muy graciosa de chica (aunque llorara mucho), nos dice nuestra vecina: cuando venga la guardia civil, tú lo coges de la mano y le das un beso, con la idea de enternecerlo algo. Así lo hice, llega el guardia civil y, a pesar del miedo que les tenía-dice Remedios-, le doy el beso en la mano. El guardia civil me da un manotazo y me echa “patrás”, y aquí se acabó todo. Como digo, la máquina se la llevaron. Y nuestra vida, siguió siendo espantosa en aquellos años. Desde aquel día, aumento mi miedo y mi desprecio por ellos.
¿Qué más recuerda de Santa Cruz?-le pregunto a Remedios-
Ella como si estuviera esperando la pregunta, me dice:- Mi madre, en temporada de recogida de aceitunas, se va con mis hermanos, los mayorcillos, al campo, a nosotros los pequeños, nos repartiría. Yo me fui (me mandó mi madre) con mi hermano más chico, al Castillo de Torres Cabrera con mi abuelo, que era el guarda de aquello. Allí íbamos a que cuidaran de nosotros y nos dieran de comer, pero nuestra familia se portó mal. Muy mal. Mi abuelo, el padre de mi madre, no era humano con unos niños que además de ser niños, éramos sus nietos y, para comer unos bocados de lo que hubiera, nos tenía todo el día guardando cerdos o cabras, lo que tocara, y así estábamos, todo el día tirados en el campo. Yo tenía entonces unos 7 años y mi hermano tendría entre 5-6 añitos. Para dormir nos tenían hecho un sitio en el pajar con una manta para los dos (para nosotros, los niños pobres, hijos de perdedores y desamparados, no había cama, teníamos que dormir en el pajar con los animales). Fue un trato más que desconsiderado en todos los sentidos. Para mi madre, aquello tuvo que suponer mucho dolor y mucho sufrimiento, ya que ella se iba de temporada con mi hermana y mi hermano, ya mayorcillos, que le ayudaban en la recogida de aceitunas y paraban en el cortijo, donde también dormían en el suelo. Mientras tanto, estaría pensando en su niña y su niño, tan pequeñitos y tan lejos sin poder acurrucarlos y hacerle alguna caricia. Y sigue diciendo Remedios:-cuando veo a los refugiados, o esos chicos jóvenes de otros países, pasando tantas penurias, sin comida, durmiendo en el suelo…, no tengo más remedio que acordarme de mi madre
Estuvimos en Torres Cabrera unos dos años-sigue diciéndome Remedios-, hasta que nos vinimos a Córdoba.
Mi hermana, que era mayor que yo, ya estaba en Córdoba trabajando en casa de un tío mío, hermano de mi madre y con muy buena posición, pero su mujer era mala, malísima. Por lo menos con nosotros. En aquel tiempo, todo el mundo les dio la espalda a los perdedores. Nosotros éramos los pobres, y ellos nos habían dejado sin padre y sin hermano, y a mi madre, sin su marido y sin su hijo. Éramos de verdad, unos perdedores. Y ellos eran los buenos, y nos hicieron creer, a base de miedo y de humillaciones, que los habían matado porque ellos eran los malos. Hoy me revuelvo por haber sentido vergüenza de que me preguntaran por mi padre. Cuando dice esto, ya sus ojos dejan de brillar y se llenan de una profunda tristeza.
Y sigue Remedios relatando su historia:-Mis hermanas y yo, sentíamos pánico de hablar. Teníamos pánico cuando veíamos a un guardia civil. Veíamos un tricornio y nos moríamos. Yo de pensar que me cogieran en el campo rebuscando cualquier cosa y me pelaran, me moriría de miedo y de pánico. Y es que yo, aun después de pasar años, lloraba de miedo.
Mi hermano el mayor, en el cortijo donde trabajaba, lo pusieron de chofer, de chofer del señorito, es decir de los dueños, y se tuvo que venir a Córdoba. Mi hermano sabía que estábamos muy mal, con mi madre trabajando en el campo y nosotros repartidos fuera, entonces pensó que lo mejor sería que nos viniéramos a Córdoba. Y empieza de nuevo, otro drama-dice Remedios-
Es que fue otro drama para todos. Mi madre sin saber leer ni escribir y con una vida de jornalera, tiene que atender un despacho de leche del señorito de su hijo. ¡Te imaginas la pobre!. Con garbanzos hacía sus cuentas, dándole un valor semejante al dinero. Para ella, aquello era un lio demasiado gordo ya que no había ido nunca a la escuela. Ella trabajando y, nosotros, repartiendo leche en casa de todos los señoritos, ya que para mí no hubo plaza en la escuela y para mi hermana tampoco la hubo.
Tenía una lecherita y me decían, esta para el señorito tal, esta para la señorita cual; repartiendo leche por toda Córdoba estuvimos, mi hermano y yo, al menos 3 años. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, tenía yo, entonces, 9 años y, mi hermano, menos. Aunque repartíamos leche, nosotros, seguíamos pasando mucha hambre.
Vivíamos en la Huerta de la Reina, y mi madre la pobre, todos los días se arrepentía de haberse venido de Santa Cruz, allí al menos estaba en su ambiente, aunque trabajara en el campo. Yo no fui a la escuela porque no había plazas para mí en aquel tiempo, aunque tengo que decir que mi hermano si pudo ir al colegio en la Huerta de la Reina. Un tío mío, que era buenísimo, nos enseñaba, lo poco que sé de las letras y los números, mientras estuvimos en Santa Cruz. Cuando el venía del trabajo por la noche se ponía con nosotros a darnos clase, y es que en aquel tiempo yo tenía mucho interés por aprender. Y seguro, que él tenía mucho interés en que aprendiésemos.
Como no había colegio, a trabajar!. Seguimos charlando y le vuelvo a preguntar por todos esos recuerdos que guarda de Santa Cruz. El primer recuerdo-dice- es que éramos los niños pobres de allí. Recuerdo, cuando mi hermana hizo la primera comunión (yo no la hice y no me arrepiento), la hizo la pobre obligada, mi madre sabía que no podía decir que no la hiciera, aunque aquello fuera humillante. Pues como te decía, mi hermana hizo la primera comunión junto con otras dos niñas que iban con sus vestidos blanquísimos, muy bien arregladitas, mientras ella, la pobre sin “na”, con una batita y nada más. Recuerda que les daban dineritos a las otras y a ella nada. Ni un céntimo. Esto lo recordaría toda la vida como una situación vergonzosa. Tiene su hermana-dice Remedios- 89 años y está con demencia senil, pero si le habla de esto, dice, que todavía se acuerda de la vergüenza que pasó. De eso ¡sí que se acuerda ¡. Aquella situación la dejó marcada de por vida. José-dice Remedios- es que hemos pasado mucho y hemos sufrido mucho durante mucho tiempo.
CONTINUARÁ…
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