Alberto de los Ríos Sánchez.
El día 28 de junio las calles de Córdoba se llenaron de personas, especialmente jóvenes, que nos sentimos orgullosas. Todas. Todas las personas que celebramos la igualdad de derechos como garantía de una sociedad justa que busca la felicidad de sus integrantes. No sólo aquellas personas que viven o manifiestan sus afectos y sexualidad de forma no heteronormativa o LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales, etc), que son unas siglas que se están quedando muy pequeñas para explicar la forma de expresión de la diversidad humana, sino también todas las demás que quieren reivindicar y celebrar que nuestra sociedad es libre y diversa.
Convertida ya en una fecha señalada, unas veces reivindicativa y otras festivas, no está de más recordar su origen en los disturbios de Stonewall en 1969 en el barrio neoyorquino de Greenwich, contra la represión policial y el derecho y la autoafirmación de la dignidad de cualquier orientación e identidad afectivo-sexual.
La defensa y reivindicación de los derechos de la comunidad LGTBI en todo el mundo ha ido consiguiendo cambios legislativos en todos los continentes y un cambio en la consideración social durante las últimas décadas como la legalización del matrimonio igualitario, la adopción por familias homoparentales, o el respeto a la identidad sexual y sus derechos (cambio legal de sexo y nombre, tratamientos hormonales o quirúrgicos, etc.), además de denunciar la LGTBIfobia (lesbofobia, homofobia, transfobia o bifobia) aún existente en muchos países del mundo y que está sufriendo un repunte en los últimos años.
La situación en nuestro país ha cambiado, al menos en los aspectos legales, de forma muy acelerada, pasando de las cárceles para homosexuales, los pabellones para invertidos y la inclusión en la ley de vagos y maleantes al matrimonio igualitario, un hito en España y en el resto de Europa, convirtiendo a nuestro país en puntero en las garantías legales LGTBI.
Por otro lado, el panorama de los derechos de la comunidad LGTBI en el mundo es muy dispar. Mientras avanza en Europa Occidental, el continente americano y Oceanía, retrocede en Europa del Este, gran parte de África y de Asia, amenazada por el repunte del fundamentalismo y de los grupos xenófobos y neofascistas.
Mientras, muchas y muchos de nosotros, sentimos una cierta tristeza o incluso vergüenza, tras décadas de luchas por los derechos de aquello que algunos han dado en llamar de forma creativa pero expresiva como “gaypitalismo” y que aquellos que estábamos décadas atrás en el compromiso de los colectivos LGTBI oímos gritar a algunos en forma del eslogan “ a la normalización por el mercado”, de forma que, especialmente en el caso de los varones homosexuales, se ha convertido en objetivo de industrias y servicios específicos que crean una cierta ilusión de igualdad “mercantil” (o incluso privilegios…).
Sin embargo, cada historia de una persona LGTBI, en la mayoría de los casos, es una historia de superación y de defensa de la dignidad y derechos. Resuenan en nuestros oídos todos aquellos insultos que están clavados en la cultura popular para marcarnos y no precisamente con la cadencia que lo hacía Federico García Lorca en su Oda a Walt Whitman (“sarasas de Cádiz, apios de Sevilla…”). Aún recordamos los conflictos familiares, las discriminaciones laborales, los comentarios jocosos o, tristemente, hasta la pérdida de algún o alguna compañera que no pudo superar su adolescencia. Cada persona LGTBI puede estar orgullosa de haber levantado su vida contra un muro de incomprensión, ignorancia, y, muchas veces, odio.
El repunte de los delitos de odio, de los que , según el Ministerio del Interior, el 38% está relacionado con la orientación sexual de la víctima (nada más y nada menos) es un signo más de que no podemos bajar la guardia en la defensa de los derechos adquiridos y en la conciencia social de que son derechos de todas las personas, no sólo de la comunidad LGTBI. Y no es un asunto que pueda ir aislado de otras causas, como el feminismo, o la desigualdad económica o social, porque tienen un tronco común en una forma cultural de entender el mundo explotador del resto de las personas en beneficio de unos pocos, y del uso de la violencia como legitimación. La película británica “Pride” (2014) donde activistas LGTBI acuden en ayuda de los mineros en las huelgas de 1984 y se convierte en alianza de las dos causas, nos muestra el camino.
Tenemos la suerte de vivir en un país legalmente avanzado pero donde aún quedan muchos retos sociales y culturales y nuevas amenazas que combatir. La celebración de la I Marcha por la Diversidad en Córdoba, organizada por y desde los colectivos LGTBI, es una oportunidad de reivindicar una sociedad de la diversidad y multicolor para todas. La naturaleza nos ha enseñado que los ecosistemas más ricos son los que poseen mayor biodiversidad, y que mueren si ésta desaparece. Acudamos todas a la marcha. Todas las personas que se sientan orgullosas de una sociedad igualitaria y en colores. Todas orgullosas.
Alberto de los Ríos Sánchez. Asociación PERSONAS. Coordinadora LGTBI de Córdoba.
Fotos: Braulio Valderas
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