Cuando los y las compas de Paradigma me invitaron a este espacio empecé a pensar en qué podía yo contar, que fuera de interés.
Lo primero que me vino a la cabeza fue hablar del brutal recorte que la Junta de Andalucía prevé hacer en el 2022 en materia de cooperación internacional, ayuda humanitaria y educación para el desarrollo. Brutal no por la cifra (un pellizquito más…) sino por el acumulado de recortes de los últimos años, que van a situar esta política en el 0,06% de la inversión pública andaluza. Y brutal porque está absolutamente injustificado.
A continuación, pensé que en lugar de hablar del recorte propuesto en los presupuestos para 2022 (que, paradójicamente, será el más alto de la historia de la comunidad autónoma) era más interesante hablar de la década de recortes en políticas sociales, de solidaridad, de educación… a todos los niveles, estatal, autonómico y local. De la pérdida de cantidad y también de calidad. Primero en nombre de la supuesta crisis económica, luego a cuentas de la pandemia y ahora vaya `usté’ a saber por qué.
Pero claro, hablar solo de recortes y de dinero me sonaba a poco… había que profundizar. Entonces pensé en aprovechar este espacio para hablar de la relación que existe, de forma cada vez más evidente, entre el detrimento de lo público y de las políticas de protección y cuidado de la vida (entendida en términos ecofeministas), el aumento de las privatizaciones y de la brecha entre acumulación y despojo, y la aparición y legitimación social, política e institucional del extremismo de la ultraderecha.
Pero me dio pereza hablar de esto. Hartazgo, pereza, aburrimiento… esto o que el tema lo asume mi niña interior, esa que tiene la teoría de que lo que no se nombra no existe.
También pensé que, estando tan cerca del 25N, era una obligación moral hablar de violencia machista porque es intolerable que en nuestro país el 24,2% de las mujeres a partir de 16 años (4,8 millones nada menos) hayan -hayamos- sufrido a lo largo de nuestra vida algún tipo de violencia física o sexual (no lo digo yo, lo dice Amnistía Internacional). Por hablar solo de la cara más visible de la violencia. Y es intolerable que las cifras sigan creciendo, que múltiples formas de violencia se den cada vez a edades más tempranas con las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres.
Pero las noticias están llenas de datos terribles y no quería ahondar -más- en lo espantosa que puede llegar a ser la humanidad, así que pensé en rescatar historias bonitas y positivas como, por ejemplo, la de los bancos rojos que la Coordinadora de Mujeres del Distrito Sur ha pintado para concienciar a la ciudadanía sobre el tema.
Y uno de estos días que iba pensando en sobre qué escribir, al tratar de atravesar la ciudad en el que es mi medio de transporte desde hace más de 15 años -la bicicleta- pensé… “¡¡lo tengo!! voy a hablar de la decadencia de Córdoba”.
La idea me vino a la cabeza después de tener que cruzar la calzada 4 veces en un tramo de 200 metros para poder seguir al carril bici que, por alguna extraña razón, no para de atravesarse una y otra vez (en el bulevar de El Cairo, por si alguien quiere comprobarlo), de tener que alternar ratos de acera, con carril, con calzada, por la imposibilidad de encontrar tramos continuos (Avenida de Libia), de tener que esquivar los pies de las personas que se sientan en los bancos o en los veladores que se colocan a uno y otro lado del carril, completamente pegados y sin apenas espacio ni para unas ni para otros (Avda. Barcelona, por poner solo un ejemplo) o de tener que ir esquivando coches aparcados encima del carril bici, literalmente (esto lo podéis encontrar en cada esquina, no es necesario que indique ningún lugar concreto). Y pensé que el carril bici de Córdoba, incómodo, deteriorado, lleno de baches y de parches, con tramos sin conectar, otros atravesándose de forma absurda ante pasos de cebra y cruces, que pone a competir y a pelear a ciclistas con viandantes, era un fiel reflejo del estado actual de nuestra ciudad. Con la misma decadencia.
Perdonadme la mirada… no quiero ofender a nadie.
Pienso en esa Córdoba, cuna de uno de los políticos más honestos de la historia, en el hito de tener los primeros presupuestos participativos del país, en los años en que la política de cooperación y solidaridad fue valiente, comprometida y pionera, referente a nivel nacional e internacional, en esos momentos del pasado reciente en que Córdoba tenía una envidiable red de espacios y órganos de participación ciudadana y una tremenda red de ciudadanía organizada que lo mismo te hacía un perol en una esquina, que participaba en un consejo municipal o distrital, que se iba al pleno del Ayuntamiento a protestar por cualquier causa que valiera la pena defender, propia o ajena.
Y ahora… ¿qué?
Ahora tenemos unas políticas rancias, asistencialistas y tremendamente antisociales; unos `señoros’ de la política de izquierdas, supuestamente, que invierten su tiempo y el dinero de sus contribuyentes en irse a un país con un sistema democrático fallido a avalar un proceso electoral farsante y fraudulento a más no poder; una ciudadanía adormilada, entre el móvil y el centro comercial, que no tiene tiempo de movilizarse…. o que perdió las ganas o la esperanza ¿Quién sabe?
Y si alguien se pregunta cómo he empezado por la Junta de Andalucía y he terminado en Córdoba, dándome algunas vueltas por España y haciendo una visita fugaz a Nicaragua… os diré que ni yo misma lo sé pero prometo reflexionar sobre ello y quizá en la próxima entrega tenga una respuesta.
O no.
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