Nos encontramos ante un filme basado en un experimento real que ocurrió en la Universidad de Stanford (California) en 1971 y fue realizado por un profesor de psicología, Philip Zimbardo. Para analizar la naturaleza de la maldad humana seleccionó una serie de participantes voluntarios masculinos -veinticuatro estudiantes universitarios- a los que se les pagaba unos 15 dólares diarios (equivalente a noventa dólares en la actualidad) y se les encerraba en una cárcel ficticia, es decir, una simulación de esta en el sótano de una universidad. Para dicho experimento se establecieron unas pautas muy simples: estos voluntarios tenían que actuar o bien de carceleros o bien de prisioneros según el rol que se hubiese seleccionado para ellos aleatoriamente. Mediante este proyecto sociológico -considerado un experimento de campo y no un experimento científico- trataba de estudiar el comportamiento de los individuos ante situaciones límite donde la autoridad y el poder iban a tener gran importancia, llevando a ciertas personas al abuso sobre el resto, comprobando así la existencia de un equilibrio ético y mostrar las lindes a las que puede llegar el ser humano, tratando de arrojar luz sobre la cuestión de si los seres humanos somos buenos por naturaleza y es la sociedad quien nos lleva al caos.
El clima general de la película es bastante tenso y claustrofóbico, encontrando por tanto que la representación de los decorados está muy bien realizada. Pese a que al inicio del filme encontremos pequeñas secuencias que se podrían tomar con sentido humorístico, están plagadas de crueldad y violencia ya que desde el momento que entran en la cárcel los sujetos empieza el caos y el abuso de poder, primero de forma psicológica mediante vejaciones para más tarde pasar al daño físico sin que nadie ponga freno a ello. En este punto consideramos importante remarcar que en cuanto al manejo de los tiempos se trata de una película con cierto ritmo pausado donde la estructura se puede tornar incluso repetitiva si no fuese por varios intentos de giro con el intento de huida y las diferentes situaciones de rebeldía por parte de los prisioneros. Asimismo, hay que señalar que el tiempo para los prisioneros pasa también de una forma muy pausada, ya que piensan que llevan varios días allí encerrados y apenas ha pasado uno solo. Este carácter se refuerza por el uso de la banda sonora donde los ruidos son constantes y por el tono y el formato de la imagen, al ser utilizados unos tonos desaturados y unos planos cercanos, dando una mayor sensación de angustia.
En este punto del análisis cabe señalar que dentro de todos los personajes hay varios que destacan a parte de la figura del supervisor y creador del experimento (interpretado por Billy Crudup), el cual sobrepasa lo ético y se da cuenta demasiado tarde mediante un choque con la propia realidad, momento en el que decide parar y suspender el experimento. Por un lado, tenemos al guardia o carcelero que más toma el control y más se sobrepasa, Christopher Archer (Michael Angarano); y el prisionero 8612 o Daniel Clup (Ezra Miller) que jamás se doblega ante las diferentes ordenes, creando incluso cierto caos en la prisión ante su rebeldía y siendo el primero que abandona el experimento.
Al ser un filme que utiliza un espacio tan definido y cerrado como la cárcel donde no se puede realizar gran virtuosismo de planos cinematográficos, la interpretación de los actores es uno de los aspectos más importantes del filme ya que en los diferentes planos cortos que nos muestra la película (planos medios y primeros planos), la expresividad de los rostros es primordial, utilizándose los planos más amplios (planos americanos y planos generales) para contextualizar las diferentes acciones de los personajes. En cuanto a un análisis más estético encontramos que la caracterización de los personajes es muy importante ya que nada más entrar los sujetos los separan en dos grupos -encontrando desde este momento una rápida identificación de los sujetos con su rol asignado, sobre todo en la aceptación de las vejaciones- y mientras a los carceleros se le da un uniforme estándar, a los prisioneros los hacen despojarse de todas sus pertenencias, tratando de despersonalizarlos al darle unos atuendos que, como indican, “parecen vestidos de mujer” y a ponerse una media en la cabeza para simular una cabeza rapada. Esto junto a la desnudez utilizada como humillación y la desindividualización y deshumanización al llamarlos por sus números y no por sus nombres hacen crear cierta desorientación y agotamiento desde el inicio del filme, la cual es utilizada para reforzar aún más la tensión que lleva a los sujetos a situaciones caóticas mediante este elemento de control basado en el vestuario. Otro elemento que también nos ha llamado la atención dentro del vestuario se trata de las gafas de sol que la mayoría de guardias llevan puestas, las cuales sirven para evitar el contacto visual y reforzar aún más la superioridad de sus figuras.
The Stanford Prison Experiment se trata pues, del tercer intento de llevar dicho experimento real -más tarde presentado en el libro de Philip Zimbardo El efecto Lucifer en 2007– a la gran pantalla tras Das Experiment (Olivier Hirschbiegel, 2001) y The experiment (Paul Scheuring, 2010), tratándose de la adaptación más fiel de los hechos ocurridos donde podemos comprobar al igual que en la novela El señor de las moscas (Lord of the Flies, William Golding, 1954) cómo la ruptura de los valores morales establecidos llevan a la degeneración, planteando así una serie de preguntas al espectador durante el visionado -y tras este- sobre la delgada línea entre el bien y el mal, la amoralidad humana y las implicaciones éticas de esta, hechos que solemos encontrar en los centros penitenciarios pero que a veces los traspasan mediante el abuso sistemático y la negación de los derechos humanos.
En último lugar, y refiriéndonos al final del filme podemos comprobar el descontrol del experimento y cómo cuando Zimbardo se da cuenta, es demasiado tarde, pudiendo cerciorar como en el caso real de 1971 los sujetos sufrieron graves secuelas y trastornos psicológicos. Sin embargo, al final del filme de Kyle Patrick, se nos incluye -a modo de material documental falso- diferentes tomas grabadas donde podemos ver a los diferentes sujetos dos meses después del fallido experimento relatando sus experiencias. Cabe señalar que en estos falsos testimonios podemos comprobar cómo muchos se dan cuenta de todo lo malo que han ido haciendo, sobre todo los carceleros, excusándose en el hecho de que al ser situaciones extremas no sabrían cómo se habrían comportado y señalando que sintieron estar dentro de una prisión real pero llevada por psicólogos en vez de por el Estado. Así, llegamos a la conclusión, de boca de Zimbardo, de que habían hecho una gran labor de autoconocimiento gracias a ello. Es gracias a obras como esta cuando el propio espectador se plantea no solo lo que ya hemos comentado sino si actuamos dentro de las reglas establecidas acatando órdenes sin reflexionar sobre nuestros actos, sobre qué está bien y qué está mal, o solo seguimos las normas para evitar reprimendas de cualquier tipo.
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