Bruce Hood, psicólogo de la Universidad de Bristol, hablaba hace unos años en el programa ‘Redes’ de cómo el cerebro humano ha evolucionado para reconocer patrones. Desde que nacemos experimentamos y reconocemos patrones e inferimos los mecanismos que los provocan, pero esta habilidad que ha supuesto una ventaja evolutiva y nos ha permitido el desarrollo de la ciencia y la tecnología, también nos lleva a cometer errores de interpretación. El cerebro humano tiene dificultad con los sucesos aleatorios; le cuesta percibirlos y creerlos, por lo que aplicamos inconscientemente patrones incluso donde no los hay. Así aplicamos sesgos a las pruebas para que encajen con la teoría de cómo creemos que funciona el mundo. En definitiva, que la manera de interpretar el mundo es la manera en que lo ves.
Los niños, grandes científicos en potencia que elaboran teorías acerca de todo lo que pasa a su alrededor, a veces se equivocan al mezclar categorías. Atribuyen caracteres animados a objetos inanimados como cuando pintan nubes y soles con caras. Tienen una tendencia a creer que el mundo existe porque es útil que así sea. Los pensamientos sobrenaturales, las religiones, la creencia en horóscopos, en abducciones, las supersticiones… no son más que errores que generan los niños cuando representan la realidad y que persisten en nuestro interior para toda la vida.
Con estos argumentos, Bruce Hood defiende que las creencias religiosas no son el resultado del adoctrinamiento, ya que éstas dan respuestas simples a preguntas existenciales que nos preocupan y son innatas porque no soportamos la aleatoriedad de los acontecimientos y que, por tanto, no se necesita hacer un esfuerzo de adoctrinamiento para hacernos creer en algo a lo que ya estamos predispuestos.
Estos mismos argumentos pueden servir para explicar el auge de los movimientos y de los líderes populistas de derecha y de extrema derecha. Dan explicaciones simples y aplican sesgos para que sus argumentos encajen con su imagen de cómo debería funcionar el mundo. Aplican recetillas de la abuela que dan apariencia de orden, de patrón, aunque aquellas no soporten el más mínimo análisis, pero que unos votantes creyentes están predispuestos a asumir.
Personajes no solo como Abascal o Macarena Olona, sino incluso como Ayuso alimentan diariamente esa necesidad humana. Las ayusadas ya épicas inundan los informativos. Su discurso se llena de frases contundentes y viscerales, de modo que tan pronto defiende que no debe haber restricciones navideñas cuando hay más aglomeración en un partido de fútbol –sin apoyarse en argumentos de los científicos y halagando de paso al gremio de hosteleros- o que la culpa del colapso en los servicios sanitarios es de los trabajadores. Antes aprovechaba la tendencia colonial de Madrid para erigirse como Juana de Arco, arma en ristre, en contra del globo sonda lanzado por Moncloa sobre la remota posibilidad de descentralizar instituciones del Estado. No queda tan lejos el patético episodio de la comida basura en los colegios, o la mamarrachada del Isabel Zendal –pero se olvida de cómo abandonó a su suerte a enfermos Covid de la tercera edad a los que negó asistencia hospitalaria en los inicios de la pandemia-… Y su popularidad aumenta. Y lo que es más, otros como Juanma Moreno aprovechan su estela ya que, sabiéndose menos mediáticos, no son menos conscientes de que la asociación con ejemplares como esta señora le reporta beneficios electorales. Porque la mayoría de los votantes no conocen ni quieren conocer las cifras. Son auténticos creyentes a los que no les importan las razones.
La neurociencia y la psicología han demostrado cómo en épocas de crisis, en las que las personas sienten carecer de mucho control, aumentan los comportamientos supersticiosos porque producen tranquilidad en el individuo. La necesidad de sentir que podemos hacer algo para influir en los resultados nos lleva a la irracionalidad de nuestros comportamientos. Esto es lo que “venden” estos personajes: sensación de control, de orden, de tradición que reduce el sentimiento de imprevisibilidad -no nos gustan los resultados impredecibles-. Las opciones que apelan más a la racionalidad exigen un mayor esfuerzo por parte del votante, le piden adentrarse en terreno inexplorado para aplicar medidas no adoptadas hasta el momento (descarbonización del sistema, cambios del sistema productivo, renta básica…) que crean sensación de desasosiego o de aleatoriedad, por lo que es más fácil encomendarse a lo malo conocido.
Probablemente también en esa interpretación sesgada de la realidad esté en parte la explicación a los ritmos cíclicos de la historia. Intentamos aprender de ésta pero nuestra tendencia innata a ver el mundo como previamente lo hemos interpretado nos lleva una y otra vez a aferrarnos a nuestra imagen volviendo obsesivamente sobre nuestros errores. Intentamos vacunarnos contra la irracionalidad mediante la aplicación del método científico -elaboración de hipótesis y confirmación mediante la experimentación con variables cuantificables y controladas- que nos permite corroborar si una hipótesis determinada es cierta o es el resultado de una mala interpretación de nuestro cerebro. Pero surgen los antivacunas, los creacionistas, o los “primos de Rajoy” -sí, en pleno siglo XXI- como reacción ilógica, apuntando a argumentos falaces que encajen con su prefijada concepción de la realidad.
Si el antídoto para la superstición es el propio método científico, en política habrá que recurrir a la historia como medio de control y la que nos enseña que nunca un partido de derechas ha gobernado ni para la clase obrera, ni para reducir la desigualdad ni con criterios de equidad, salvo que indirecta o casualmente conviniera a su cuenta de resultados. A pesar de que la historia nos enseñe que personajes ególatras y sin escrúpulos no causan más que sufrimiento general salvo a sus interesados incondicionales, seguiremos confiando en sus “herederos” políticos. Los Hitler, Franco, pero también los Stalin, Mao, etc., se consideran casos especialmente abyectos por su falta total de humanidad, pero políticamente sus métodos se siguen reeditando de un modo u otro y dan lugar a los Trump, Bolsonaro, Maduro… – y seguiremos confiando en sus herederos más o menos light, en los Espinosa de los Monteros y Cía. e incluso en los dirigentes de un PP que intentan hacernos creer que eran totalmente ajenos a los manejos ilegales e inmorales de la anterior etapa, pero que en privado no se muestran nada sorprendidos de los casos de corrupción. Volveremos a creer que el modus operandi alimentado durante décadas y décadas en estos partido basado en “haz lo que quieras mientras no te pillen, que lo hacen pocas veces”, ha desaparecido como por arte de magia, o que realmente no nos importa tanto porque es lo que cualquiera haría en su lugar. O sea, que la manera de interpretar el mundo es la manera en que lo ves.
Y así como la ilusión de Kanizsa nos permite ver un triángulo donde no lo hay, cada vez más clase obrera vota a Vox creyendo ver gestión donde no la hay. Si la única vacuna ante la irracionalidad es la consciencia de la misma, si nuestro cerebro se empecina en dibujarnos un inexistente triángulo blanco y brillante, ser conscientes de ello será el único modo de no dejarnos embaucar por la ilusión. Si no hacemos, igualmente, un esfuerzo por analizar los discursos políticos con datos objetivos, ganará el error de interpretación, la superchería, la sinrazón.
0 comentarios