*Atención, este artículo contiene spoilers.
Es importante indagar en el interés que el Cine español ha mostrado por lo rural, dejando atrás tanto el tipismo regional y los valores naciones que llevan representándose en este medio desde el cine mudo como la migración forzosa que tuvo lugar del campo a la ciudad en la época de posguerra. Así, podremos comprobar si el medio cinematográfico -sobre todo desde los años 2000- ha reinterpretado estas visiones obsoletas llenas de incomprensión y tópicos de los modelos de representación anclados en la historia del cine rural español, presentando unas nuevas miradas y pudiendo determinar de qué forma se plasman en la pantalla.
En la obra de Oliver Laxe acudimos desde el género del melodrama al regreso de Amador a su hogar junto a su madre Benedicta en Os Ancares (Lugo) -aldea de los abuelos del director franco-gallego- tras cumplir dos años de condena al ser condenado por piromanía. Asistimos a su día a día introspectivo donde nos encontramos con una relación materno-filial basada en los silencios prolongados en un entorno que parece estar en constante estado de alerta pero que a la vez envuelve a los personajes. Una especie de estampa pastoral que roza la fábula donde Laxe nos va a hablar no solo del aislamiento que provoca la vida rural sino de la progresiva desaparición de este medio de vida -por culpa de la mano del hombre y de la tecnología-. De esta manera, tal y como ocurre al inicio del filme donde unos bulldozer que destrozan un bosque en mitad de la noche se detienen por completo ante un árbol milenario, el humano primero recula como acto de respeto hacia la naturaleza pero más tarde sigue destrozándola hasta que esta estalla y deja todo plagado de cenizas: el pasado -la casa del aldeano mayor-, el presente -el caballo cegado- y el futuro -las casas en construcción con fines turísticos de Ignacio como método alternativo para asegurar la permanencia del lugar-; regresando en el final de la obra al tema inicial con la imagen de un helicóptero que no deja pasar la luz del Sol, un camino hacia lo esencial en fondo y forma que conecta con la naturaleza primigenia y la necesidad de purificación.
Por tanto, forma parte de esos largometrajes que relatan e ilustran modos de vida que se balancean entre el peligro de extinción y. a alternativa al estilo contemporáneo urbano; borrando así la distancia entre realidad y ficción con una mirada casi antropológica y etnográfica donde, sin emitir juicio alguno sobre Amador -solo los demás aldeanos lo hacen-, el director hace reflexionar mediante esta obra abierta al espectador, invitando a sentir el dolor de una Galicia real que poco a poco va desapareciendo. Unos hombres anclados a sus raíces -invisibles como el resentimiento de los aldeanos hacia Amador o como el cariño que sienten madre e hijo- pero también ahogados, haciendo para ello uso de la metáfora de los eucaliptos que señala Benedicta a modo de culpabilidad, unos hombres que `hacen sufrir porque sufren´, lo cual nos obliga a mirar en nuestro interior y sentirnos culpables de este abandono rural, actuando así como cine denuncia y testigo.
Cabe señalar que la mayoría de filmes del nuevo cine gallego ahondan en el vínculo entre el ser humano y la naturaleza como rasgo definitorio de la propia idiosincrasia. La obra de Laxe plasma en imágenes los últimos vestigios de un mundo en vías de desaparición, un peligroso universo que vive en constante equilibrio entre el modo de vida tradicional y la posibilidad de abrir nuevas perspectivas hacia el futuro, lo cual se puede extrapolar a la amplia España rural. En este punto cabe indicar que pese a estar Lo que arde rodada en gallego, lengua cooficial, podemos ver que tanto por esto como por su estética y forma narrativa se y trata de una pieza audiovisual de autor que se aleja de los circuitos comerciales y que en el cine español no es habitual que llegue a tener un estreno más o menos masivo en todo el país, llegando en algunas ocasiones a doblarse al castellano porque de esta manera parece más sencillo que una mayor cantidad de público acuda a las salas. Por tanto, se trata de un cine a contracorriente, un cine alejado del ámbito comercial y que presenta una marcada huella de autor.
En Lo que arde son los fantasmas del pasado, los secretos o las acciones pretéritas; lo que se oculta bajo la tierra, las raíces de este estado de violencia latente el conflicto de la obra pese a que el paisaje nos trate de mostrar aparentemente una vida tranquila y sosegada, lo cual no solo se nos expresa mediante el uso de un ritmo lento sino gracias a los numerosos planos contemplativos de los espacios -encuadres de tono bressoniano-. El paisaje rural no solo va a servir como espacio idóneo para la reflexión y el crimen sino que se va a convertir en un personaje protagonista más, pudiendo ver cómo este evoluciona a la par que lo hace la narración.
El silencio y el uso minimalista de los diálogos, utilizando incluso el fuera de campo para establecer la acción -sobre todo en la quema del bosque-, y una cámara que no juzga a los personajes y solo muestra lo que debe mostrar, pudiendo comprobar cómo Laxe invita al espectador a estar activo, lo cual se puede comprobar sobre todo en las imágenes iniciales del filme, creando un entorno inmersivo y adentrando al espectador en el relato, haciéndolo partícipe del paisaje, dejando la obra abierta al completo para plantear una reflexión en el espectador.
Dentro del tratamiento fílmico hay que destacar la importancia del sonido, sobre todo el uso de la banda sonora para establecer ciertas conexiones con la historia y el de los sonidos diegéticos para hacer presente de nuevo el paisaje rural mediante los sonidos de la naturaleza -lluvia, viento, cantos de pájaros- tomando así la obra un carácter naturalista. También es importante el sonido de las campanas en la escena en la que esta aparece directamente en una pantalla de televisor -que un plano anterior era una ventana- para hablarnos de que la campana de Compostela fue sustituida tras 250 años por una réplica idéntica y que la gente se quejaba de que tenía otro aire y sonaba menos grave, reflexionando así sobre el gusto por anclarse en lo antiguo, conocido y tradicional. Por otro lado, otro elemento importante es la descripción que la cámara hace de los espacios, utilizando para ello un encuadre que pese a emplear mayormente el gran plano general -vista aérea-, a veces nos sumerge en un entorno opresivo al intercalar con los primeros planos de los rostros de los personajes, creando así desde un primer momento la sensación de una violencia latente, comprobando que en Lo que arde es el paisaje el que grita al sentirse amenazado por esas máquinas que se dirigen a destruirlo.
El espacio rural no solo aparece amenazado por el desgarrador fuego sino que es la mano humana la que está destrozando la zona –bulldozers– junto al futuro turismo que quieren traer a la zona y del cual el protagonista señala que “llenar esto de turistas, ¿qué puede tener de bueno?”; pudiendo comprobar en ello cómo los espacios rurales se sienten amenazados para subsistir por las transformaciones aceleradas que impone la Modernidad, encontrando en estas mutaciones del medio. Así es como asistimos a un paisaje rural que actúa como testigo y cómplice a la misma vez de la huella humana y su carácter destructor, ya sea del medio rural como de sus habitantes y donde las largas secuencias de trayectos en coche sirven para señalar el aislamiento de los pueblos o aldeas de España, contribuyendo a configurar un universo ajeno, un poco exótico y a veces peligroso.
Como conclusión cabe señalar que nos encontramos con un paisaje que debe ser reinterpretado e incorporado más decididamente en el panorama de nuestra cinematografía ya que el nexo de unión entre el espacio rural y el urbano se establece en torno a personajes pertenecientes a ambos mundos: anhelantes de la vuelta al campo como la veterinaria o incluso, inadaptados en su propio hogar como Amador. Laxe utiliza su obra para plasmar no sólo para una realidad -despoblamiento rural- sino para rememorar su infancia a través del paisaje, siendo así una mirada que se aleja de las representaciones estereotipadas al estar producida por un cineasta que conoce el medio rural y el problema que este presenta en la actualidad. De esta manera, la relación con el territorio no es la única transformación en la nueva visión del mundo rural ya que también se plasma en los personajes, mostrando así psicologías más complejas e introspectivas y nuevos comportamientos de vida que no estamos acostumbrados a ver en la gran pantalla, tratándose de una forma de embalsamar el paisaje con todos sus componentes mediante la forma fílmica. Así, hemos podido comprobar que las ficciones fílmicas comienzan a reflejar las posibles mutaciones del mundo rural ya que pese a encontrar cierta desertización en los territorios, también hay cambios tecnológicos y económicos que empiezan a ser visibles en estas películas, dejando atrás las herencias de la historia del cine español y presentando ciertos atisbos de un nuevo horizonte que necesita seguir siendo explorado.
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