En Argentina 1985, acudimos a una obra fílmica basada en los Juicios a las Juntas, hecho que tuvo lugar cuando Argentina recupera la Democracia en diciembre de 1983 después de una dictadura militar de siete años. Así, Ricardo Raúl Alfonsín toma la presidencia, creando el decreto 158 mediante el cual se ordena llevar a juicio a los nueve mandos militares que lideraron la última dictadura militar y que abusaron de su poder -y de los derechos sus ciudadanos-: Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Orlando Ramón Agosti, Omar Graffigna, Leopoldo Fortunato Galtieri, Armando Lambruschini, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya. Un proceso judicial que pasó a la justicia civil, implicando a la Cámara Federal de Apelaciones y haciendo que recayera la responsabilidad de acusarles en una única persona, el fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín), convirtiéndose así en el fiscal del juicio más importante de la Historia de Argentina -tal y como señala su padre en diversas ocasiones-. De esta manera, da inicio este filme mediante unos títulos de crédito explicativos que nos sitúan en la trama, haciendo posible que incluso una persona que desconozca el contexto sociopolítico del país, pueda adentrarse en la historia, sin sufrir una saturación de información, tal y como estamos acostumbrados en algunas películas, sobre todo, documentales.
La obra de Santiago Mitre se ha convertido en el estreno argentino más visto del año -más de 800 mil entradas vendidas- pese a encontrar ciertos problemas de proyección con algunas de las grandes cadenas de cine que decidieron no exhibirla debido a tener miradas contrapuestas sobre su distribución, sobre todo relacionadas con las condiciones que impuso la coproductora Amazon Prime: tres semanas en las grandes pantallas y luego a su plataforma de streaming -aún recuerdo cuando hace años el tiempo era hasta de un año y medio hasta que los espectadores y las espectadoras pudiéramos alquilar la película y verla en nuestras casas-. Pero, el filme tuvo la suerte de ser una producción de un país, Argentina, donde las salas de cine independientes representan más del 50% de la taquilla y ha acabado triunfando en los festivales de Venecia -Premio FRIPESCI- y de San Sebastián -Premio del Público a la Mejor Película-, convirtiéndose en nominada a los Oscar y en una de las favoritas para ganar a Mejor Película Iberoamericana en los Premios Goya 2023.
Argentina 1985 abre una conversación política, cultural, social, económica y sobre todo, mediática. La obra no solo mezcla el género judicial-policiaco y el melodrama basado en hechos reales, sino que se trata de una amalgama de géneros cinematográficos como el político, el social, el histórico, el thriller, y el humor, necesario en esta obra para destensar la narración y característico de los filmes argentinos de los últimos veinte años. No, no se trata de un documental, sino de una ficcionalización que, tal y como han indicado autores como Matías Bauso, cuenta con más aciertos históricos que errores gracias a la rigurosa investigación de Federico Scigliano y Martín Rodríguez. Además, al tratarse de una obra audiovisual ha tenido que utilizar la elipsis u omisión y la creación de ciertas partes de la historia, mostrando en pantalla aun así, la esencia de lo ocurrido esos años, “más allá de que un personaje resuma a otros, de un subrayado de más, de un protagonista con menores matices o que imagine alguna escena familiar”. Entre estos errores que el autor señala me gustaría destacar el hecho de que cada imputado testificó de forma individual y no estaban todos juntos en la misma sala como aparece en el filme; y el hecho de que en la obra encontremos a Strassera conocido como El Loco en Tribunales, ya que este apodo en la obra audiovisual no se explica ni se justifica el porqué de este, al presentarse a un personaje más controlado que el original.
Durante los juicios el fiscal Strassera no va a estar solo, sino que va a ser ayudado por un fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), y por un grupo de jóvenes novatos. Esto último es destacable porque nos habla de cómo las nuevas generaciones se involucran en el necesario cambio y en el hecho de no olvidar los hechos atroces del pasado, sobre todo cuando hemos podido comprobar, en numerosas ocasiones, que la dictadura borra la memoria colectiva -y las pruebas-. Por otro lado, a los dos protagonistas, Strassera y Ocampo, se los relaciona constantemente con el concepto de `héroe´ a lo largo de la trama, sobre todo al primero de ellos. En la película no se presenta a Strassera como un héroe arquetípico y clásico basado en la épica, sino a una persona normal que tiene a su familia por encima de todo y que se convierte en un héroe inesperado gracias a su involucración y su infatigable lucha por la justicia. Esto lo podemos encontrar, por ejemplo, en una conversación entre Julio y su mujer Silvia donde el primero señala que “los héroes no existen” a lo que ella contesta que “a lo mejor sí”.
En este punto también cabe hablar de la fotografía de la película, y es que Javier Juliá -lo recordamos de Relatos Salvajes, La Cordillera o Animal, entre otras- destaca, junto a la directora de arte Micaela Saiegh –El estudiante, El Ardor o Refugiado-, por hacer que el espectador y la espectadora se introduzcan de lleno en la trama y vivan la constante tensión del juicio. Una trama que pese a cortar con 140 minutos de metraje se hace amena gracias a su manejo de la tensión narrativa, su lenguaje visual y el ritmo dinámico de su guion, escrito por Mitre junto a su habitual colaborador Mariano Llinás -lo recordamos de guiones de obras como El estudiante o La cordillera-. Cabe destacar en este sentido, que dentro de la puesta en escena, que bien nos recuerda estéticamente en ciertas ocasiones a algunas de las mejores películas del cine de judicial de Hollywood, encontramos un impecable uso de la fotografía, incluso una presencia de la cámara en la sala judicial muy interesante cuando los testimonios de las víctimas de este terrorismo de Estado están teniendo lugar, ya que la máquina fotográfica se encuentra en la posición original de las cámaras de televisión que grabaron los testimonios reales y así se presenta en las imágenes del filme donde cabe destacar el sobrecogedor testimonio de Adriana Calvo de Laborde-.También, como hecho importante, cabe hacer hincapié no solo en la majestuosa dirección de los actores, sino en la caracterización de estos, ya que pese a que Lanzani no tenga la dicción particular de Moreno Ocampo, si nos fijamos en las imágenes originales -las cuales se nos ofrecen en los títulos de crédito finales-, encontramos numerosas similitudes entre los personajes protagonistas e incluso entre los secundarios.
Dentro de la narración del juicio hay que indicar que también existían -y existen- visiones críticas del proceso, aunque sean visiones minoritarias, tal y como encontramos en el filme. Hay personas que por desconocimiento o, simplemente por educación, religión o por sus relaciones sociales -tal y como le pasa a la madre de Moreno Campo-, desconocen, miran hacia otro lado o no quieren abrir los ojos ante esta situación. Pero cabe indicar que estos hechos no se tratan de una cuestión de interpretación o reinterpretación, son hechos que ocurrieron en la vida real. Se señala una cifra en torno a 30.000 personas “desaparecidas” durante la dictadura en los informes de la CONAPED (Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas). Todo esto sucedió en el Proceso de Reorganización Nacional que tuvo lugar entre 1976 y 1983 y uno de los principales al respecto reside en el hecho de que la propia dictadura militar eliminó miles de registros.
En este sentido, considero importante señalar que Alfonsín se trató del principal representante que tuvo la Unión Cívica Radical y tuvo una primordial labor en todo este proceso histórico, ya que no solo integró la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos -una de las primeras organizaciones de Derechos Humanos que tuvo la Argentina-, sino que creó la CONADEP en 1983. Más tarde, en 1986, surgió el movimiento de los carapintadas -con figuras como Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín- por parte de ciertos sectores del Ejército como reacción en contra de los juicios. Alfonsín, en medio de una crisis económica, reaccionó ante esto y creó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. La ley de Obediencia Debida establecía que se juzgaría solamente a los altos mandos y la ley de Punto Final ponía una fecha de cierre a los juicios. Posteriormente, tomó el mandato Carlos Saúl Menem en 1989, e indultó y liberó a los presos -a todos: fuerzas armadas y guerrilleros- al buscar una `pacificación nacional´. Más tarde, tras acabar su mandato, Néstor Kirchner declaró en 2003 las leyes de Alfonsín anticonstitucionales y reanudó estos juicios por crímenes de lesa humanidad.
En otro sentido, es cierto que encontramos otras obras audiovisuales que nos analizan hechos históricos tan importantes como la reciente comentada en el blog, Pico Reja (Remedios Malvárez y Arturo Andújar, 2021). También encontramos en esta línea obras como All the President’s Men (Alan J. Pakula, 1976), La historia oficial (Luis Puenzo, 1985), La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), Land and Freedom (Ken Loach, 1995), Garage Olimpo (Marco Bechis, 1999), Kamchatka (Marcelo Piñeyro, 2002), Crónica de una fuga (Israel Adrián Caetano), Infancia clandestina (Benjamín Ávila, 2012), Kóblic (Sebastián Borensztein, 2016), Mientras dure la guerra (Alejandro Amenabar, 2019), La trinchera infinita (Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, 2019), The Trial of the Chicago 7 (Aaron Sorkin, 2020) o la actual Modelo 77 (Alberto Rodríguez, 2022) -de la que hablaremos en otra ocasión-.
Además, también cabe indicar que uno de los productores del filme se trata de Chino Darín, hijo del protagonista Ricardo Darín, el cual en la propia entrega de premios señaló que: “les resulta particularmente bello y hasta poético que una película que habla de la democracia resulte ganadora en una votación popular. Es algo hermoso, una linda señal y me llena de orgullo, en un momento donde pareciera que está creciendo, tal vez, demasiado algunos discursos que no respetan tanto los valores democráticos”.
Así, Argentina, 1985, se trata de una imprescindible obra que deja una radiografía sociopolítica de la Argentina de los años ochenta; un relato crudo y bastante fiel a las atrocidades que se cometieron en este país que trata de tender puentes desde el pasado hacia el presente. Y es que la historia de Argentina no se trata de un simple hecho aislado, sino que lo podemos comparar con lo sucedido en la actualidad en países como Irán, Rusia o Ucrania, incluso México y su idea de militarización. Por eso consideramos que es necesaria la Memoria Democrática. Hay que revisar la historia -y rememorarla- para que no la volvamos a repetir. Y en este sentido, el filme de Mitre cumple la función de “recordatorio de los riesgos y las consecuencias fatalistas de promover países armados”.
¡NUNCA MÁS!
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