Vicky López. Concejal de Ganemos Córdoba
Publicado en enero de 2017 en el Número 1 de la edición impresa
Caminar sin miedo por la calle es un privilegio de unos pocos. Día tras día asistimos impasibles a escenas donde las mujeres son violentadas, perpetradas e incluso violadas, normalizando palabras y actos donde nuestro ser se convierte en objeto. La llamada “cultura de la violación” se hace más y más fuerte, legitimada por un engranaje judicial donde la mujer tiene que demostrar que fue sin consentimiento y donde el hombre se justifica con un “llevaba dos copitas de más” o “fue una broma de mal gusto”. Desde los mass media nos muestran imágenes de abusos sexuales como eventos anecdóticos en lugares de diversión y folclore. Pero la realidad es muy distinta. La realidad es que esto no sólo sucede en San Fermín, sino que ocurre una noche cualquiera en nuestra ciudad o en los despachos de la Cámara de Comercio de Sevilla.
La denuncia de la Secretaria General de Podemos Andalucía Teresa Rodríguez sobre el empresario Manuel Muñoz Medina pone voz a muchas de estas agresiones y abusos silenciados, que, en muchos casos no se juzgan, porque las manos y las palabras sobre las mujeres no siempre dejan marca, al menos de las reconocibles por nuestro aparato judicial. Visibilizar y condenar públicamente estos hechos son un paso incuestionable. Sin embargo, nada podrá cambiarse sin dar la batalla cultural. Recortar las libertades de las mujeres mediante absurdos decálogos de prevención de agresiones no es la solución. Ésta pasa por emprender acciones sobre los agresores, recomponer la maraña judicial de manera que estos delitos se incluyan dentro de la Ley Integral de Violencia de Género, prohibir la utilización del cuerpo de las mujeres como reclamo publicitario, convertir la educación en un arma contra la desigualdad, exigir en nuestros Ayuntamientos campañas y protocolos contra las agresiones y abusos, etc. En definitiva, reconocer que el heteropatriarcado existe y hacer de nuestros derechos algo más que palabras y minutos de silencio.
Laura Rodríguez
Laura tiene 30 años y expresa que el acoso callejero es algo habitual en su vida desde adolescente. Hoy, al caminar, portando a su bebé, se siente menos invadida y los espacios que frecuenta ya no son tan proclives a violentarla. Se ha sentido incómoda, seguida, le han ofrecido dinero por sexo hasta su puerta, de noche. Se han masturbado delante de ella, le han metido la mano por debajo de la falda, arrinconado para tocarla en lugares concurridos y solitarios. Toma taxis para evitar andar sola y cuando no tiene dinero para permitírselo, camina hablando por teléfono para avisar en caso de que le ocurra algo. No siente la calle como un espacio seguro debido a la frecuencia de estos sucesos. Como afirma: «nos ocurre a todas y a menudo. Me extraña mucho que haya alguna mujer a la que no le suceda.»
Alba Costa
El acoso callejero es algo que según Alba, ocurre diariamente aunque haya quienes lo normalicen. Es no sentirte segura para caminar sola si tienes que pasar ante hombres en la calle; tener que cruzarte de acera para evitar comentarios babosos; que te piropeen a voz en grito o te insulten; sentirte coartada ante miradas obscenas, o que te besen sin previo aviso, te toquen el culo, el pecho, el pelo… Aunque ella busca evitarlo, no está en su mano sino en la de ellos cambiar esas actitudes. Resalta la capacidad de mirar para otro lado que tenemos cuando esto ocurre, con tal de evitar el conflicto. Pero es muy difícil, porque muchos chicos se han tomado el salir “a ligar” como un deporte para conquistar/denigrar a cuantas más mujeres mejor. Alba se siente respetada en su entorno pero fuera de él, en la calle, algunos se tornan un espacio que no les pertenece.
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