Manuel Harazem.
Acaba de morir el escritor de nacionalidad israelí Amos Oz. Desde mi modestisimo sofá de consumidor de literatura que se pretende exigente, lo considero un gran escritor. Su libro de memorias, Una historia de amor y oscuridad, es un gran artefacto literario a pesar de que obvie que esas sobre las que lo monta sólo pudieron sustentarse en una brutal limpieza étnica. Como persona política me pareció siempre un sionista –él mismo lo reivindicaba–, que es uno de los avatares del fascismo en sus diversas circunstancias y países a lo largo del siglo XX. Aunque él se reclamara de un sionismo blanco, normalizado, respetable.
Cuando a partir de los 80 el capital acumulado y gestionado por estado israelí en el negocio de la explotación del insondable dolor del Holocausto empezó a fallar como cortina de humo ante los países occidentales, aún comidos por el remordimiento y la culpa, para cubrir el genocidio palestino que él mismo andaba perpetrando, el sionismo institucional hubo de habilitar otras vías alternativas para mantenerla.
Fue así como surgió la operación de normalización de Israel como un estado europeo más, con una problemática especial, pero con unas condiciones sociales, políticas, económicas y sobre todo culturales, que serían las más vendidas, asimilables a cualquier país de la UE. La idea fundamental era instalar la consideración general de que si Israel era uno de los nuestros no podía ser un monstruo. Aunque como fondo de reptiles se ofertaba subterráneamente una privilegiada relación económica, fundamentada mayormente en lo tocante al comercio de armas, la cara visible, la pantalla que se proyectaría en la UE se basaba fundamentalmente en proponer una normalidad de tipo cultural y en vender una imagen de sus intelectuales como aguerridos luchadores contra las fuerzas oscuras de su propio país y de su propio gobierno en aras a la consecución de una paz justa, con soluciones biestatales y llamamientos al entendimiento universal. Eso sí, sin que la médula del conflicto se tocase: la consideración de que existía un pueblo desarmado víctima de limpieza étnica y un estado con potencia nuclear genocida enfrente y que los robos de tierras y crímenes (¿de guerra?) perpetrados en los últimos decenios ya no eran objeto de negociación. Y sobre todo que se trataba de un conflicto con las culpas repartidas y en el que cientos de miles de palestinos desarmados, asesinados, robados, exiliados, mantenidos en la más absoluta de las miserias en campos de concentración y un estado montado en el bienestar debido en parte a toda esa rapiña y armado hasta los dientes con las más sofisticadas armas de destrucción masiva y firmemente decidido a quedarse con toda la tierra que necesitase, eran contendientes considerables al mismo nivel de responsabilidad y culpa.
La campaña funcionó a la perfección: las acorazadas mediáticas recibieron la orden de promover a esos intelectuales razonables que blanqueaban la torva imagen del estado israelí y durante años fueron entrevistados en todos los medios europeos, sus libros traducidos y promocionados por encima de cualquiera otros de otras nacionalidades periféricas y su palabra de palomas rodeadas de halcones de uno y otro bando, colocadas por encima de cualquier atisbo de versión alguna de los palestinos. Es más, la sensación fue que se erigían desde sus altos púlpitos casi como portavoces de los palestinos. Los principales fueron Amos Oz y David Grossmani, pero también muchos de los que posteriormente formarían parte de la Geneva Iniciative. Desde luego no cabían israelíes verdaderamente denunciadores del carácter genocida de las políticas israelíes y señaladores de la limpieza étnica perpetrada en Palestina desde finales de los años 40 como el historiador Ilan Pappé o el músico y escritor Gilad Atzmon.
En España contamos casualmente por aquellos años (1987-91) con uno de los más conspicuos palomas, sionistas blancos y blanqueadores como embajador del estado de Israel, al intelectual diplomático Shlomo ben Ami. Como yo no creo en las casualidades sospecho en ese tan temprano desembarco en España de una pieza del lobby blanqueador tan puntera la mano de la Operación Normalización del estado de Israel que precisamente eligió nuestro país como su particular playa de Normandía.
Las pruebas de que aquel desembarco se encontró, y no casualmente, una playa franca de enemigos las desgranó hace unos años Amira al-Awawdeh en un penetrante artículo que tituló Las relaciones entre el estado español y el sionismo, pero que algunos medios retitularon PSOE y sionismo, por la alta compenetración que en determinados temas alcanzaron ambas entidades, el estado y el partido del puño y la rosa.
El lobby prosionista español estaba formado nada más y nada menos que por el sórdido Múgica, el gaseoso Solana, el jesuitón Borrell y el propio Felipe González oficiando de factótum y nos proporcionó imágenes tan impagables como la de ese Pepe Blanco con la mierda en el culo yendo a suplicar al embajador de Israel en julio 2006 que perdonase a su gobierno por haber considerado excesiva la respuesta de Israel bombardeando brutalmente una zona de El Líbano. Pero de todos, el más quintacolumnista, el más mineralmente prosionista del psoeísmo patrio fue siempre Moratinos, que estuvo en todos aquellos guisos en una y otra orilla, como embajador en Israel, como alto funcionario español para asuntos mediorientales y finalmente, por algo sería, en plena confraofensiva europea de los lobbies sionistas, como Alto Comisionado de la UE para la paz en Oriente Medio. Existen serias certezas de que ejerciendo ese Alto Comisionado jamás dio un paso, siempre guardando un increíble equilibrismo, que no beneficiara a la larga a Israel. Sólo hay que contabilizar los 0 logros que consiguió para alcanzar cualquier tipo de paz justa y duradera. Y los avances que en rapiña territorial y paradójicamente buena imagen que ganó en ese tiempo Israel en Europa. Desde luego siempre pasándose la legislación internacional en materia de DDHH y las Resoluciones de la ONU por el arco del triunfo. Tal vez algún un buen wikileak ponga en su sitio a ese portentoso prestidigitador de misa diaria.
El Premio Príncipe de Asturias no se concedió a instancias suyas a Amos Oz por sus indudables calidades literarias, sino por ser un sionista bueno. Poco después Moratinos fundaría la Casa Israel-Sefarad. Desde luego no se le ocurrió fundar la Casa Maghreb-Andalusí. Esto iba de negocios entre poderosos, no con zaparrastrosos países en vías de desarrollo. Le acompañaría en la inauguración una brutal criminal (¿de guerra?) como la ministra de Defensa israelí Tzipi Livni. También por entonces se firmó un acuerdo entre estados mediante el cual se acordó que el español celebraría actos institucionales anuales en conmemoración del Holocausto… Sólo del judío, claro.
Lobby judío que pretende que el genocidio que el estado de Israel viene perpetrando con sus vecinos desde 1948 se limpie con buen agua y jabón, el estado español postfraquista en manos coyunturalmente de un partido como el PSOE… ¿Qué puede salir mal en ese negocio? Con todas las garantías de profesionalidad, discreción y buenos resultados sobre la mesa…
Veamos: el régimen constitucional surgido tras la muerte del criminal Franco se montó sobre un escenario-trampantojo perfectamente diseñado para que las responsabilidades de un genocidio y del mayor número de desaparecidos (entonces Camboya era sólo una aprendiz) del mundo quedaran perfectamente escondidos bajo los oropeles reales constitucionales, la retórica de una reconciliación impuesta a unos vencidos sin voz, pero sobre todo para subvertir el sentido de la historia ocurrida en España entre 1931 y 1939. En este último aspecto, la misión consistía en denigrar la República, retirarle sibilinamente sus credenciales democráticas y repartir equitativamente las culpas del Holocausto Español entre ambos bandos. Cuando no considerarla una especie de conflagración natural de las atávicas pulsiones cainitas del pueblo español. Y desde luego, cuando apareció organizada la Memoria Democrática por parte de las Asociaciones de Víctimas y por no convencidos por el trampantojo transicionista exigiendo el respeto y la justicia del estado, apelando simplemente a la Declaración Universal de los DDHH, lanzar la acorazada mediática gubernamental contra esos metepatas que no estaban entendiendo la grandeza de la Reconciliación. No hace falta que me extienda en las batallas entabladas contra la Memoria Histórica Republicana por ese acorazado mediático del PSOE con logo del grupo PRISA, ya lo han hecho muchos otros. Sólo recordar que dirigidos por el Almirante Santos Juliá y contando como artilleros de puente al delirante Leguina y a los escritores revisionistas Cercas, Trapiello o Muñoz Molina consiguieron buena parte de sus objetivos de creación de corriente de opinión pública. Ese éxito mediático se sumó al político en el engorde de la publicidad que el PSOE ofertaría en el negocio de limpieza de genocidios, esta vez para la calle, que estaba ya montando por entonces.
Fueron los políticos del PSOE los que ofertaron a los genocidas franquistas aquellos servicios que en la película de Tarantino Pulp Fiction ofertara el Señor Lobo. Limpiar los litros de sangre que salpicaban todo el interior del coche del estado español, para salvar el culo y el patrimonio de la banda criminal organizada en gobierno más sanguinaria de Europa desde que fueran vencidos sus primos nazis alemanes y fascistas italianos.
¿Ya no nos acordamos con qué profesionalidad y eficacia lo consiguieron? Ahí tiene mi tarjeta, Señora Israel:
SEÑOR LOBO PSOE: SE LIMPIAN TODA CLASE DE CRÍMENES CONTRA LA HUMANIDAD Y GENOCIDIOS Y SE GARANTIZA LA AMNISTÍA A SUS PERPETRADORES SEA CUAL SEA SU GRADO DE PARTICIPACIÓN Y LA PENETRACIÓN DE LAS MANCHAS DE SANGRE EN SUS CAMISAS. RESULTADOS GARANTIZADOS.
La señora Israel no pudo encontrar un milagro antimanchas de sangre y culpas para conseguir su aceptación como estado normal en Europa mejor que el que le ofertaba el estado español en manos de los muy profesionales Mister Lobos socialistas.
1 Para quien quiera hacerse una idea de cómo funcionaba la cosa, el perfeccionismo de los métodos empleados y la capacidad colonizadora mediática de sus actividades sólo tiene que leer con un filtro escéptico la entrevista que le hicieron a Oz en El País sobre su performance publicitada en todo el mundo consistente en intentar hacer llegar a un político preso palestino su libro de memorias, con el fin expresado en la dedicatoria de que nos comprenda mejor, como nosotros intentamos comprenderles a ustedes. Pertinentemente publicitada, la performance en Israel recibió brutales críticas, frente a la ola emocionada que se le tributó en Europa. El hecho de que ni se asegurara de que el libro le hubiese llegado al preso palestino no importaba. Lo importante era el gesto y el aparato publicitario necesario para que llegase al último rincón del mundo.
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