Andalucía es un pueblo enraizado en tierra fecunda. Un pueblo vestido de colores blanco y verde, que encalan sus pueblos y fertilizan sus campos. Los mismos que izaron por bandera sus antepasados, hace muchos siglos, cuando Andalucía era el vergel de al-Ándalus. Una memoria que impregna las entrañas de sus gentes, mujeres y hombres, “porque si tan distintos son sus rostros y sus talentos y sus ademanes, una idéntica savia ha alimentado a estas ocho provincias en los mismos manteles, sabiduría, austeridad, parsimonia y desdén”, al decir de nuestro Antonio Gala.
Andalucía es una nación, un pueblo con mil historias escritas con bellas letras del alfabeto de la ancestral Tartessos, de la imperial Roma, de las lenguas semíticas árabe y hebrea, de la aljamía (simbiosis singular del idioma musulmán y el latín vulgar o romance que se hablaba en al-Ándalus), de las jarchas mozárabes (“pequeñas joyas literarias que reflejan el mundo de la Andalucía en tiempos islámicos, cuando las tres lenguas, culturas y religiones se compenetraban”, según el autor italiano Paolo Azzone), del castellano. En estas riquísimas y variadas lenguas escribieron Séneca y Trajano, Ibn Zaydun y Walada, Muhammad Ibn Mahmud (el ciego de Cabra), Maimónides y Yehudah Ben Samuel Halevi, Leonor López de Córdoba y Luis de Góngora, Carmen de Burgos y Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez y María Zambrano, Antonio Machado y Federico García Lorca. Nuestro Federico, el de todas las almas andaluzas, escribió en “Arbolé arbolé” un sublime poema donde caracteriza a las tres ciudades andaluzas que más destacaron por su historia, Córdoba, Granada y Sevilla, y que van a ir adquiriendo forma de apuestos jóvenes cuya descripción coincidirá con la de la cada urbe:
“Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas,
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
´Vente a Córdoba, muchacha´.
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espada de plata antigua.
´Vente a Sevilla, muchacha´.
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso,
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
´Vente a Granada, muchacha´.
Y la niña no lo escucha”.
Solo es posible tanta belleza lingüística, tanto mestizaje, tanta cultura, tanto saber en una tierra que mana “leche y miel”, en una tierra donde sus gentes conviven y plantan sus cultivos y frutos, en una tierra cuyas gentes saben acoger y abrazar, en una tierra que no mira los orígenes porque tod@s procedemos del mismo. Solo así es posible que el judío médico Hasday ben Saprut sirviera a los califas Abderramán III y al-Hakam II, o que el filósofo judío Maimónides fuese discípulo del filósofo musulmán Averroes, o la poetisa Lubna secretaria del califa al-Hakam II. Toda al-Ándalus brillaba por la música de Ziryab, por la astronomía de Maslama Al-Mayrity, por la medicina de Albucasis y al-Gafequi, por la ingeniería que creó las acequias y las azudas para fertilizar los campos, por los alarifes que levantaron la Mezquita, la Alhambra y la Giralda, por el botánico Ibn al-Baitar que inundó de color y olor a los jardines, por el precursor de la aeronáutica Abbas ibn Firnas… Que buen coro de personajes tuvo nuestra tierra para la posteridad. Un lugar privilegiado de sabiduría y riqueza, de convivencia y encuentro.
Aunque al-Ándalus estaba dominada por una cultura dominante, sin embargo, no era excluyente. El problema llegó con el dominio excluyente, con el poder corrupto que se apropió de las tierras del pueblo, con la quema del que pensaba diferente, con la nobleza que creo el latifundismo y sus herederos los terratenientes, con una religión donde no cabía más dios que sus doctrinas y morales, con una política que nos relegaba a ser los últimos: explotaba nuestros campos con el sudor de sus gentes mal pagadas y peor tratadas. Nos arrebataron la industria floreciente, explotaron nuestras minas empresas extranjeras, y nos hicieron creer que hablábamos mal, éramos unos vagos que solo nos gustaba la juerga. En pleno siglo XX el fascismo aniquiló a miles de andaluces y andaluzas, que aún su memoria sigue gritando en las cunetas, desangró a sus pueblos con la emigración: millones de los hijos e hijas de Andalucía se fueron a trabajar para otros a bajo coste. Y ahora pretenden convertirnos en el ocio de Europa y en la frontera maldita de las aguas que huelen a muerte de tanto migrante desesperado. Nos llenaron de bases militares y de basureros de desechos altamente contaminantes de otras comunidades y países.
El padre de la patria andaluza gritó tierra y libertad, apostó por una Andalucía libre de tanto sometimiento, lloró por los dolores que padece nuestra tierra, y por ello lo asesinaron, por ser un hombre de paz y de luz, un hombre que amó a su tierra y a su pueblo. Mientras Andalucía no pueda darle un entierro digno a Infante y Federico no levantaremos cabeza, mientras Andalucía permita que el asesino Queipo de Llano siga enterrado con todos los honores en la basílica de la Virgen más venerada no levantaremos cabeza, mientras haya tanta gente que, por ignorancia, machismo, guerra entre pobres, vote a la extrema derecha no levantaremos cabeza, mientras los partidos políticos no gobiernen desde, por y para Andalucía, sin voz en Madrid y Bruselas, no levantaremos cabeza.
Adormecieron nuestra memoria colectiva para que olvidásemos a nuestros y nuestras antepasadas gloriosas, a nuestra cultura andalusí (un crisol compuesto por la latina, hebrea, bizantina y árabe, después vendría la castellana). Levantémonos y cantemos a los cuatro vientos, como proclama nuestro himno: “l@s andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombres y mujeres de luz”. Unamos nuestras voces al grito de “Viva, Andalucía libre”, el que nació en Córdoba un 17 de febrero de 1919.
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