No son las primeras vallas que se colocan en Córdoba, ni serán las últimas. “A desalambrar” y otros colectivos ciudadanos llevan décadas denunciando la privatización de nuestros caminos públicos. Ir a pasear por la Sierra cordobesa se ha reducido a transitar entre alambradas, convirtiendo en delincuente a quien se atreve a saltarlas para buscar espárragos. El Derecho Romano llamó inocuo a este uso del bien ajeno, límite a la propiedad misma, porque a nadie hacía daño sino mucho bien que quien pasaba hambre cogiera tagarninas o que los niños se llevaran ramón para las candelarias. Hoy está vallada media Sierra y la otra mitad parcelada, atravesada por caminos públicos apropiados por la codicia de los amos y la desidia de la administración.
Después se levantaron vallas publicitarias anunciando urbanizaciones por doquier que hoy son barrios fantasma. Diez años después del cataclismo inmobiliario, la gente sigue sin casas y las casas sin gente. Pero ya no es alarma social porque los desahucios y los sin techo no salen en las noticias. Y lo que no se ve, no se siente, no duele, no importa.
Por la misma razón, las últimas vallas se han levantado en algunos puntos de la carrera oficial de la Semana Santa cordobesa para que el pueblo no se detenga a ver los pasos. La enésima consecuencia del capricho del obispo, consentido por el poder político, de trasladar la carrera oficial al corazón de la Mezquita y así pavonear que le pertenece. Un delirio que se llevó por delante la celosía que construyó Rafael de la Hoz y que el Tribunal Supremo ordenó reponer por vulnerar la integridad de un monumento que es Patrimonio Mundial Unesco, aunque el obispo lo trate como si fuera su casa de muñecas. A fecha de hoy, que la celosía siga desmontada en algún depósito supone un incumplimiento flagrante de una sentencia judicial. Ya sabemos que la fe también hace creer que la ley divina está por encima de las leyes humanas. Pero es justo al revés, como recordara Julio Anguita: “Usted no es mi obispo, pero yo sí soy su alcalde”.
El hecho de que coexistan estas vallas que impiden la visión con otras zonas donde eso no ocurre, obliga a las cofradías a repercutir un 21% de IVA en sus beneficios por el alquiler de los palcos. Así lo acordó el Tribunal Económico Administrativo Central (órgano administrativo independiente de la Administración General del Estado) en relación a las carreras de Sevilla y Málaga, pero con repercusión a todas las demás, con este discutible razonamiento: Si el acceso del público al desfile procesional por la Carrera Oficial fuera libre y gratuito, las personas que pagasen por alquilar una silla o palco no lo harían propiamente para ver el desfile procesional, sino para poder verlo sentadas por lo que deberían pagar el impuesto; pero si el acceso al desfile procesional por la Carrera Oficial no fuera libre y gratuito, esto es, tal desfile sólo pudiera ser contemplado por quienes hubieran pagado el precio correspondiente, entonces el servicio estaría sujeto al impuesto pero exento de pagar IVA”. Así pues, en el caso de Córdoba, que el atestado Patio de los Naranjos sea de acceso libre y gratuito provoca, entre otras razones, que se deba pagar IVA por los asientos y, de paso, que se valle la zona para impedir que otros lo vean.
Los vecinos y vecinas están hartos de la ocupación permanente de la vía pública con ensayos y más ensayos. Pero que, además, privaticen los alrededores de la Mezquita y coloquen vallas para monopolizar su visibilidad resulta intolerable. La excusa de los problemas de seguridad para justificar la valla es peregrina porque, en tal caso, debería vallarse los alrededores de la Mezquita y medio casco histórico. No. La verdadera razón de lo que ocurre es la sinrazón de una carrera oficial trasladada a un Monumento de especial protección patrimonial, que no está preparado para albergar semejante manifestación popular, ni en su interior ni en sus afueras, sólo por complacer los caprichos de un obispo que, para colmo, sigue sin cumplir la sentencia del Tribunal Supremo que impediría el paso de buena parte de las Hermandades. Y el problema podría ser mayor el día en que se acuerde, como ocurre en Sevilla, vallar toda la carrera oficial para no pagar IVA, es decir, por pura codicia y no por cuestiones de seguridad. Si fuera por esta razón, la carrera oficial jamás debería haber cambiado de sentido ni haberse desmontando la celosía. Pero esto que es evidente, la fe de algunos se lo impide ver. No olvidemos nunca que ser cofrade en Andalucía no significa ser de extrema derecha. Ni ser ateo o agnóstico significa estar en contra de la Semana Santa. La religiosidad popular andaluza desborda las estructuras de la Iglesia, igual que el aroma de las flores los límites de sus pétalos. Por eso confío en que el sentido común de creyentes y no creyentes se imponga a la Córdoba que todo lo valla.
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