Con el mismo dolor recuerdo el día en que me levanté a recoger la mesa y como se opuso mi propia madre a que lo hiciera. Desde entonces, he tenido que esforzarme en ver lo evidente que no veía. Y reconozco que todavía me cuesta. El machismo es un glaucoma social en la mirada de un hombre.
Nuestra primera obligación como hombres es aprender a mirar en lo sutil. A escuchar. A callar. A llorar. A darnos cuenta que no somos la punta del compás sobre el que gira un mundo diseñado por hombres para que así sea. Que no obedece a la casualidad el silencio que guardaron los libros de texto sobre las mujeres, como si no hubieran existido en la historia, en la ciencia, en la literatura, en la vida. Que no existía explicación racional que justifique la ausencia de sus nombres en los callejeros o de sus estatuas en las plazas. Que la igualdad formal que tanto trabajo costó a las mujeres conseguir en los Estados democráticos, no se corresponde en absoluto con la igualdad material que padecen en los puestos de trabajo, en los salarios, en el desempleo, en el miedo, en los cuidados, en la calle… Es mi hija quien me llama al móvil cuando regresa sola a casa, mi hijo no.
Pero lo más preocupante es que cada vez son más los hombres (y desgraciadamente también mujeres) que piensan lo contrario y que están dispuestos a dinamitar lo ya conseguido para que las camas vuelvan a hacerse solas. A pesar de las evidencias, se ha instalado en un sector de la sociedad un discurso antifeminista basado en que nos atacan, en que el feminismo es una ideología construida contra los hombres, en que nos estigmatiza por el hecho de serlo. Quienes lo promueven son hombres muy machos y jerarquías religiosas compuestas sólo por hombres, que se limitan a defender sus privilegios feudales. La igualdad no se defiende contra nadie. La igualdad no ataca a nadie. La igualdad es una lente que nos hace ver que se matan a mujeres sólo por el hecho de serlo. Y que esos crímenes son cometidos por hombres que toman a la mujer como suya, de su pertenencia, hasta el punto de decidir sobre su propia vida. La igualdad sólo aspira a que un día nadie se crea dueño de nadie.
Desterrar todo género de violencia también es feminismo. Aprender a respetar toda clase de diferencia también es feminismo. Y sin la concienciación y participación activa de los hombres, el feminismo también estaría incompleto. Por eso el 8 de marzo no puede quedarse en una fecha de celebración de lo conseguido. Ni de trinchera para impedir un paso atrás. Además, debe ser una jornada de reflexión y reivindicación para que los hombres se incorporen a esta causa tan necesaria. Vaya a ser que el día menos pensado, volvamos a creer que las camas se hacen solas.
Gracias Antonio Manuel por tus palabras, tan precisas y preciosas.
También por el diagnóstico del peligro de ataques e intentos de retroceso en políticas de igualdad y, en especial, por diferenciar entre igualdad formal e igualdad real.
Además, por reconocer los privilegios masculinos y estar dispuesto a renunciar a los mismos.
En resumen me ha conmovido tu defensa del feminismo y tu oposición a cualquier forma de maltrato y violencia contra las mujeres
Cada día entiendo menos estos argumentos . Retrocedemos?
Saludos