Pepe Larios.
La vida y el funcionamiento de la sociedad humana son solo posibles por la disponibilidad de energía útil. Desde la aparición del homo sapiens toda la energía usada proviene del sol, gracias a su captura por la fotosíntesis realizada por las plantas y que permite al resto de seres vivos aprovecharse de ella.
Más tarde, la civilización humana fue capaz de provechar también la energía de los cursos de agua y la del viento para moler grano, el transporte usando la vela y otros trabajos como el realizado por los batanes.
En las últimas diez generaciones se ha producido una extraordinaria aceleración de la civilización. Es la etapa que conocemos como industrial y que una parte de la comunidad científica la denomina como Antropoceno, etapa geológica marcada por el impacto global de la actividad humana.
Esta etapa ha sido posible gracias a la quema, también acelerada, de combustibles fósiles y en menor medida, el 6 %, del uso de la energía nuclear, que han proporcionado ingentes cantidades de energía. Algunos autores denominan acertadamente a esta fase como sociedad termo-industrial.
La aceleración de la civilización ha sido espoleada por el sistema capitalista, que solo se mantiene con el crecimiento continuo de la economía, alimentando el mito de que es posible el crecimiento exponencial en un planeta finito. Sin el mantenimiento de este mito, el capitalismo se desmorona.
Existe una correlación entre la energía per cápita usada y el desarrollo económico. Es la disponibilidad de abundante energía la que permite la creación de riqueza, proporcionar bienes y servicios.
En solo unos años estamos quemando la energía solar acumulada hace 150 millones de años y una de las consecuencias es que estamos agotando los yacimientos de más fácil de acceso, de más calidad y más baratos; primero hemos aprovechado la fruta madura y al alcance de la mano.
Antes de seguir quiero aclarar que el grueso de los beneficios que ha reportado la energía de los combustibles fósiles han sido acaparados por la cuarta parte de la humanidad, siguiendo a pies juntillas el principio de Pareto: “Pocos con mucho y muchas con poco”. Así, globalmente, también masculino y femenino diferenciados en el disfrute de los beneficios.
Una de las cuatro leyes informales de la ecología que nos proponía Barry Commoner dice que “No hay alimento gratuito” y, en consecuencia, toda la riqueza de la que disponemos tiene un precio que, en parte, ya estamos pagando ahora pero la mayor parte la estamos transfiriendo a las generaciones futuras.
El sistema económico no se hace cargo de los pagos, de lo contrario sería imposible obtener beneficios y por otra parte los costes se mantienen ocultos a la sociedad. Entre mitos y ocultaciones nos acercamos a un abismo social en el que será muy difícil no caer.
Una consecuencia de nuestro modelo termo-industrial es el uso de ingentes cantidades de materiales. En nuestro país, en 2007, el uso de materiales, sin tener en cuenta el agua, era 40 toneladas por habitante y año (Carpintero, Oscar). Con otra metodología se ha calculado que a escala global la extracción de materias primas es de 50 toneladas por habitante y año, de las cuales solo 2 terminan como productos finales. Todas ellas finalmente terminan siendo residuos.
El movimiento de materiales es de entre tres y seis veces superior al de todos los procesos erosivos de la Tierra, tanto del aire como del agua.
Entre los materiales usados en 2018 están los combustibles fósiles, que son más del 80% de las 13.528 millones de toneladas equivalente de petróleo. Al quemarlos, se han emitido casi 40 gigatoneladas de dióxido de carbono, CO2, cifra que no ha dejado de aumentar a pesar del Protocolo de Kioto o los Acuerdos de París de 2015
Las enormes cantidades de CO2 emitidas durante la etapa termo-industrial han cambiado la composición química de la atmósfera, acercándonos este año a las 410 ppm de CO2 desde la 280 de anterior a la Revolución Industrial, a lo que hay que añadir el resto de gases de invernadero y de los océanos. Originando el Cambio Climático que ya padecemos por los cambios en la atmósfera y la acidificación de los océanos que también está teniendo consecuencias en crustáceos y moluscos.
La convivencia con el resto de especies con las que compartimos la vida en la Tierra y que posibilitan la nuestra está gravemente alterada. La energía solar captada por las plantas sirve para que puedan vivir ellas y el resto de seres vivos, entre ellos la humanidad somos solo una de los millones de especies y ésta sola especie captura para sí más del 20% de toda la producción primaria neta anual, algunos autores estiman que este porcentaje podría doblarse.
Entre las consecuencias de la actividad depredadora del sistema económico que padecemos, está la desaparición de especies a un ritmo de entre 100 y 1000 veces superior al ritmo natural de extinción de especies, asistimos así a la Sexta Gran Extinción de la Tierra.
Si tomamos en cuenta la biomasa, el peso de los seres vivos, actualmente la humanidad tiene el 36 por ciento de la biomasa de todos los mamíferos. El ganado domesticado, mayormente vacas y cerdos son el 60%, mientras los mamíferos salvajes de han quedado reducidos a solo el 4%.
En similar situación quedan las aves, donde la biomasa de los pollos y gallinas ponedoras es tres veces superior a la de las aves salvajes.
La lista sigue con el uso masivo de fertilizantes artificiales que han desbordado los límites admisibles de los ciclos naturales del nitrógeno y el fósforo, el retroceso de los bosques, el agotamiento de los bancos de peces o el recientemente publicitado problema de los desechos de plásticos en los océanos.
Hace dos decenios William Rees y Mathis Wackernagel propusieron un indicador agregado para medir el impacto ambiental de las actividades humanas, la Huella Ecológica, “el área de territorio productivo o ecosistema acuático necesario para
producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida específico, donde sea que se encuentre esta área”.
La Huella Ecológica señala a las claras la insostenibilidad de nuestro modelo económico, así la humanidad en su conjunto utilizó 1,7 planetas y nuestro país necesita 3 planetas para sostener nuestro estilo de vida. Estamos tirando de la tarjeta de crédito dejando una pesada deuda para las generaciones futuras que les hará más difícil y penosa la vida si no cambiamos urgentemente de modelo.
Soy consciente que más del 90% de nuestras decisiones las tomamos de manera emocional pero espero que el 10% de racionalidad tengan en cuenta los datos arriba aportados para decidir consecuentemente.
CARPINTERO, Óscar, “El metabolismo de la economía española: un análisis a largo plazo”.
*Presidente de la Fundación EQUO.
Fuente: https://contrainformacion.es/antropoceno-insostenible/
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