Publicado en enero de 2017 en el Número 1 de la edición impresa
Trabajamos en Córdoba desde 1990, sobre todo en Palmeras y en la calle Torremolinos, convencidos de que para cambiar la sociedad hay que trabajar desde la solidaridad, y el compromiso directo, con gente que por circunstancias socio-económicas se encuentran en situación de vulnerabilidad e injusticia social. Siempre hemos mantenido la base de la cercanía y estar donde está el conflicto o el problema. En estos 26 años se ha perdido la dignidad y el sentido de la familia en los barrios. Ésta ya no participa en la solución del problema por el que pasan sus familares. No tienen autoridad ninguna sobre ellos.
Los barrios con mayor dificultad tienen un problema doble. El generado por la crisis o la toxicomanía, sumado a los generados por la desventaja social que sufren por un urbanismo mal gestionado, que genera ghettos y concentración de problemas en sitios concretos. Esto es fruto de una opción política, de una forma de entender la sociedad. ¿Es entonces responsable la persona o el sistema? Siempre se culpa a la persona pobre que sufre la exclusión, pero no se reconoce que la estructura social que tenemos lo provoca, a veces intencionadamente, para sacar negocio de la seguridad. Mientras las drogas no tengan un marco legal, al sistema le hace falta estos barrios. Están apartados, la policía ni entra. Las drogas se compran aquí y se consumen en El Brillante. La que consume aquí es de bajísima calidad. Pero como son un gran negocio mundial, no se legalizan para que siga siéndolo. Mientras la política sea negocio, se le ha robado lo más importante: la dignidad y la ética. No se desarrollan políticas sociales. Hemos vuelto en pleno siglo XXI a pedir caridad a las iglesias o a los comedores sociales, en vez de conseguir que la familia tenga para recursos para comer. Lo que está pasando es una vergüenza. Que gobierne un partido corrupto y lo apoye otro. Es la generalización de la corrupción.
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