Luis Pernía Ibáñez.
La caravana de inmigrantes centroamericanos, integrada por hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, sigue su camino hacia Estados Unidos. Son aproximadamente 7.000 personas, hombres, mujeres y niños, más del doble que habían salido de Honduras el día 16 de octubre. Huyen del hambre y de la violencia. Buscan en Estados Unidos un lugar donde trabajar y vivir dignamente y en paz.
En su camino tropiezan con una serie de obstáculos. Se estima que 7 de cada 10 migrantes que cruzan el país azteca con destino al norte son víctimas de la violencia, según Médicos sin Fronteras. El clima de pobreza extrema y elevada violencia es la principal razón por la que los centroamericanos abandonan sus países de origen en dirección al norte. La caravana salió de San Pedro Sula, Honduras, considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo. Solo en el año 2017 fueron asesinadas un total de 3.791 personas debido a las luchas entre las pandillas –maras– por controlar el tráfico de drogas y el territorio, además de la represión de los grupos paramilitares contra líderes sociales.
La inseguridad en El Salvador, causada por las maras, se cerró también con un total de casi 4.000 muertes violentas en el año pasado.
Asimismo, en Guatemala se vive un estado de inseguridad a causa de las maras, el narcotráfico y la represión de las fuerzas policiales y paramilitares. Líderes de organizaciones campesinas, hombres y mujeres, que resisten a la política extractiva de las multinacionales son asesinados en este país, como fue el caso de Berta Cáceres, donde el Gobierno ha desintegrado a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y expulsado a su comisionado Iván Velásquez.
Sin embargo, es de destacar los gestos de solidaridad de la gente humilde y sencilla de Guatemala y México, saliendo al encuentro de los migrantes, ofreciéndoles agua, comida y, sobre todo, su acogida amorosa. Asimismo, comunidades cristianas y organizaciones de derechos humanos no solo los acogen sino que los acompañan en su camino. En la recién acabada estancia en Méjico capital es preciso recordar que en el lugar donde se ubicaron las personas de la marcha se instalaron numerosas organizaciones civiles que ofrecían diferentes servicios a los migrantes, como información sobre las solicitudes de refugio, llamadas gratuitas a familiares, juegos para los niños y atención médica.
A esto se le suma la labor de numerosos voluntarios que se apuntaron para realizar alguna tarea de ayuda. La Comisión de Derechos Humanos capitalina registró a más de 700.
Además, a las puertas del complejo llegaron multitud de vehículos con particulares o integrantes de organismos que quieren llevar donaciones a los migrantes, como frutas, pañales, ropa o productos de higiene.
La carpa comedor ofrecía tres turnos de comida diarios, de dos horas cada uno. Los desayunos se reparten con ayuda de las 16 alcaldías de la ciudad – que se iban turnando –, mientras que el Gobierno capitalino se encargaba de repartir las comidas y las cenas.
Además, diferentes congregaciones religiosas, la Arquidiócesis y la organización católica Cáritas instalaron otra carpa en la que también se repartían comidas, además de medicamentos y ropa.
En vez de sándwiches o tortas, “sobre todo estamos intentando hacer comida caliente, que la gente pueda mantenerse más alimentada”, comentaba a Efe la hermana Magdalena, de la Hermanas Josefinas, quien agrega que “el apoyo está siendo muy generoso”. Y añadía:
Hoy hemos repartido arroz, frijoles, huevo cocido y un pedazo de pan. Los víveres, como el resto de útiles que han llevado al centro deportivo, han sido recolectados a través de donaciones de gente sencilla en parroquias e iglesias.
Y como se preveía la caravana se quedó un par de días más en la capital, la hermana Magdalena seguía llamado a la solidaridad de la gente. “No son delincuentes, como se les quiere estigmatizar. No son así, son seres humanos igualitos a todos, con sus defectos y sus situaciones difíciles.
Desde Save The Children han emprendido una campaña para pedir ayuda para todos esos menores, para que Trump y los más de cinco mil militares que ha enviado a la frontera los considere sólo eso, niños, y no delincuentes. Calculan que uno de cada cuatro de los migrantes que se dirigen hacia esa frontera es un niño, niña o adolescente. Además se encuentran en una situación crítica: están expuestos a sufrir violaciones, accidentes, enfermedades o caer en las redes de tráfico de personas (muchos viajan solos).
Las ONGs y otras organizaciones humanitarias denuncian las causas estructurales que originan este flujo migratorio: el clima de pobreza extrema y elevada violencia. Denuncian, asimismo, el racismo, la xenofobia, la dura e inhumana política migratoria de Trump, pero también la fomentada por gobiernos y movimientos de extrema derecha en los países de la Unión Europea, en Brasil o Argentina. Apuestan por un cambio global profundo del modelo socio-económico y ambiental. Y por un cambio en las políticas migratorias, donde más que enfocarse en las deportaciones, las vallas, y la militarización de fronteras se apueste por un trabajo integral en beneficio de las personas migrantes comenzando por subsanar las causas de estas migraciones forzadas. Hacen suyas las palabras del Papa Francisco proclamando que “estamos llamados a abrazar, acoger, proteger, promover e integrar a migrantes, refugiados y víctimas de la trata de personas”.
La respuesta del Trump amaga con ser dura como lo demuestran sus diatribas desde que comenzó a andar la caravana. Dijo que esas personas “son delincuentes”, que “no les quieren en su país”, y que si ellos resisten con piedras, al intentar ingresar a EEUU, “se les podrá disparar”. Al mismo tiempo decidió enviar a miles de militares a reforzar su frontera sur.
Hay que recordar que el 8 de noviembre, de acuerdo al diario El Nuevo Herald, había 5.600 soldados desplegados en la frontera. De ellos, 2.800 están en Texas, 1.500 en Arizona y 1.300 en California. Esa cifra incluso podría llegar a 15 mil.
Y no podemos olvidar que, en enero del 2018, el diario The Washington Post, informó que el presidente estadounidense, Donald Trump, llamó de “agujeros de mierda” a El Salvador, Haití y varios países africanos, señalando que prefería recibir en su país más inmigrantes de Noruega en lugar de los de esas naciones pobres.
Sin duda, no es de extrañar esta xenofobia “clasista” que tiene el Presidente de los EEUU, criado bajo el dominio de la supremacía blanca, y su discurso duro que hoy, más que nunca, criminaliza y persigue a los migrantes, no sólo con descalificativos y amenazas sino en hechos reales.
En Estados Unidos viven, como dato, según publica la ONU, al 2017, 49.776.970 de migrantes, lo que supone un 15,27% de la población total de EEUU. La gran mayoría de su población migrante proviene de México, China, India, Filipinas y Vietnam.
De acuerdo a BBC Mundo, también hay 11 millones de “inmigrantes sin documentos”.
Los refugiados aquí en EEUU, los migrantes, algunos viven con un gran temor porque tienen miedo de que los vayan a deportar y devolver a su país donde pueden enfrentar tortura y muerte. A otros no les importa lo que les vaya a pasar, que van a seguir sus vidas como normal y van a confiar en Dios.
Hay miles de “indocumentados” que, a diario, son arrestados en EEUU y enviados a Centros de Detención para Inmigrantes e incluso a cárceles federales por el solo delito de ingresar al país sin autorización. Pasan meses y años en prisión antes que se resuelva su situación legal. Muchos son deportados finalmente.
No podemos olvidar tampoco, a mitad de este año, las imágenes dolorosas de niños llorando, y en verdaderas jaulas, y que fueron separados de sus padres al ser detenidos al cruzar la frontera. Se estima que fueron 2.300 niños que vivieron esa dolorosa experiencia humana bajo la política de “Tolerancia Cero”.
Pero no sólo detienen, encarcelan, deportan, separan familias, torturan, sino que también la Patrulla Fronteriza comete asesinatos.
De acuerdo al periódico inglés The Guardian, desde el 2003, a la fecha, han sido asesinadas 97 personas por agentes de la Patrulla Fronteriza.
Recientemente, el 23 de mayo de 2018, a Claudia Patricia Gómez González, una joven de 19 años, de origen Maya Mam, de Guatemala, quien fue asesinada de un disparo en la cabeza por un agente de la Patrulla Fronteriza en Laredo, Texas, EEUU.
Años antes, el 10 de octubre del 2012, fue asesinado José Antonio Elena Rodríguez, un menor de 16 años a quien un policía de la Patrulla Fronteriza lo asesinó, disparándole desde EEUU hacia México y matándolo por la espalda con 10 impactos de balas.
Mientras muchos medios recuerdan cada año, como efeméride, la caída del Muro de Berlín nada dicen del muro fronterizo que EEUU levantando desde los años 90 en la frontera con México y que lleva más de 1200 kilómetros construido.
Telesur informó años atrás que “Desde el comienzo de su construcción en 1994 han ocurrido más de 10.000 muertes a causa del Muro Fronterizo, otro pernicioso símbolo de la segregación humana”.
Las ONGs señalan que “Las políticas de intervención de EEUU son las causas raíces por las cuales las personas están huyendo. Ahora se está viendo claramente lo que está pasando en Honduras por una dictadura que fue validada por los EEUU. Es el imperialismo quien está causando y creando las condiciones por las cuales las personas están huyendo”. “Es importante promover la solidaridad internacional entre los pueblos; sobre todo de los pueblos que están sufriendo las consecuencias de las políticas intervencionistas de los EEUU y de la militarización de todos nuestros países a causa de esas políticas”.
Como decía recientemente un artículo publicado en The Conversation “Necesitamos abordar los factores clave que han hecho que esta caravana exista. Necesitamos evitar que los gobiernos más poderosos se inmiscuyan en los asuntos de otros países. Y necesitamos sancionar a quienes lo hacen. Estos migrantes merecen una audiencia justa, la oportunidad de solicitar protección en los Estados Unidos y una respuesta adecuada y justa a sus peticiones. Y tenemos que detener la violencia ejercida desde instancias gubernamentales”.
La caravana migrante se encuentra en un momento decisivo. En realidad, todos lo son, porque nada es más decisivo que caminar por la propia supervivencia. El éxodo de los hambrientos cumplirá más de un mes de caminata en ruta, después de haber permanecido cinco días en Ciudad de México. Esta es una historia épica, heroica, donde la solidaridad popular les ha dado comida, cobijo y afecto, pero una historia que quizá, que quizá, no tenga un final feliz para muchos de sus protagonistas.
* Presidente de ASPA y de la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes de Málaga.
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