Javier Duque
Ahora que el odio y el resentimiento parecen haberlo invadido todo, desde la humildad de una ciudad del sur, os querría decir a todos los catalanes, independentistas y no independentistas, “lo siento”, de todo corazón.
Os pido perdón porque me mantuve callado cuando hubo quien pidió boicot a los productos catalanes, porque me mantuve callado cuando las sombras silentes y tortuosas de la discordia se fueron propagando veladamente por doquier, alentando la desconfianza, el miedo y el rechazo entre unos y otros, porque no alcé la voz para decir basta cuando la tensión empezó a alcanzar límites intolerables. Por eso ahora, no sé si demasiado tarde, os pido perdón en nombre de vuestros hermanos, de vuestros amigos, de vuestra familia, de vuestro linaje. Y no lo hago con ninguna oculta pretensión, sino simplemente porque hoy, cuando la reconciliación y una mano amiga tendida en el horizonte se atisban imposibles, es lo correcto, lo justo y lo honesto.
Os pido perdón por no haberos dicho más a menudo que siempre fuisteis de la familia. Tengo familiares y amigos en Barcelona y a veces se nos olvida decir a las personas que queremos lo importante que son para nosotros, porque sencillamente damos ciertas cosas por sentadas. Tal vez por eso no vi que para algunos fomentar el odio, el rencor y la desconfianza podía tener réditos económicos y políticos, tal vez por eso no presté mucha atención cuando el eco mediático fue creciendo hasta invadir hasta el último rincón de nuestro día a día y tal vez por eso, jamás pensé que llegaría el amanecer en el que amigos y hermanos se mirarían con recelo o con temor, tanto en Cataluña como en el resto de España.
Poco importa, y lo digo con el corazón en la mano, cuál sea la deriva de todo esto. Da igual que al final haya o no fronteras físicas entre regiones o países. Pase lo que pase, desde la magia imposible de la luna llena sobre la mezquita de Córdoba, siempre seréis nuestros hermanos, todos los catalanes y todas las catalanas, independentistas o no independentistas, con nueva nación flamante o con viejecita comunidad presente, porque en cualquier rincón de este país maravilloso y terrible, con tantos villanos famosos como héroes anónimos, casi todos conocemos a un familiar, a un amigo o a un vecino que hace algunos años se marchó a Cataluña en busca de prosperidad, de un nuevo futuro o del amor de su vida y allí encontró una simiente fuerte donde enraizó su destino. Por eso, pase lo que pase, aunque los medios de comunicación controlados por oligarquías de uno u otro signo y aunque políticos ambiciosos e intolerantes digan lo contrario en un bando o en el otro, desde la arena blanca de las playas de Punta Umbría hasta la magnífica ciudad de las artes y de las ciencias de Valencia, desde la cumbre del Teide en Tenerife hasta la catedral de Mallorca, desde la espuma blanca del cabo de Gata hasta los majestuosos acantilados de Finisterre, desde la tacita de plata hasta la orgullosa ciudad de Bilbao y desde León, Zamora o Palencia hasta Madrid, Toledo, Cáceres o Jaén, seremos legión los españoles que brindaremos con los goles de Messi o Iniesta, leeremos a Ana María Matute, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán o Mercé Rodoreda y pensaremos en Barcelona como en esa ciudad de leyenda y de sueños de Gaudí en la que siempre, siempre, siempre hemos sido recibidos con los brazos abiertos. Porque todos, de un extremo o de otro, disfrutamos de las victorias de los Gasol o del FC Barcelona, nos desgañitamos con la selección de Iniesta, Xavi o Piqué, entre otros, y casi siempre celebramos sus triunfos con una copa de cava catalán en la mano.
Por todo ello, ahora que solo venden los titulares de enfrentamiento y de una vana superioridad moral de los de aquí o de los de allí, quisiera romper una lanza a favor de la concordia y del entendimiento y os pido perdón, con todas mis fuerzas, por no haber escrito esta carta antes para deciros que para millones de españoles -sin intereses políticos o económicos mediante- los catalanes y las catalanas (independentistas o no) siempre fuisteis y seréis bienvenidos en la fraternidad de nuestros corazones, como comunidad o como nación, porque lo importante en la familia no es el color de la puerta, sino que esta esté siempre abierta.
*Javier Duque. Profesor de Secundaria de Lengua y Literatura. Autor del blog https://angelcienagas.wordpress.com/
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