José María Manjavacas (*)
El turismo se ha convertido en un fenómeno global complejo y sistémico que afecta a múltiples facetas de la vida social. Conlleva, es innegable, consecuencias económicas, directas e inducidas, y su impacto es notorio en un contexto de desmantelamiento industrial y estancamiento o retroceso de otras actividades productivas.
Tiene también una componente democrática: “hacer turismo” se ha convertido en una práctica al alcance de sectores amplios de las poblaciones de los países enriquecidos. El tiempo de ocio, el abaratamiento y extensión de los transportes y otros servicios o la pluralidad de ofertas posibilitan desplazamientos y experiencias e intercambios socioculturales.
El turismo cultural, o turismo urbano, es una modalidad que en gran medida define a la ciudad de Córdoba como destino atractivo y con alta valoración por quienes la visitan. Su paisaje urbano, su red de comunicaciones, su relevancia histórica y monumental u otras de sus expresiones patrimoniales, la calidad de sus servicios turísticos y de la generalidad de servicios locales son algunos de los aspectos mejor valorados.
En Córdoba, como en otras ciudades andaluzas, el turismo constituye un tema social muy presente. Autoridades, entidades empresariales y medios de comunicación sirven con regularidad cifras –de visitantes, pernoctaciones, ingresos económicos…- que contribuyen a difundir una idea fuerza que, aun bajo pretensión innovadora, recuerda a la propaganda desarrollista: “El turismo es un gran invento”, rezaba la película de Pedro Lazaga interpretada por Paco Martínez Soria.
El discurso concita llamativas coincidencias y descalifica cualquier atisbo de disenso tildándolo de “turismofobia”, como si otras aproximaciones al fenómeno turístico fueran una patología psicosocial no digna de ser tenida en cuenta. Pero el análisis de nuestro sistema turístico admite abordajes más multilaterales y menos complacientes en base a criterios de sostenibilidad económica y social, medioambiental y política y de sostenibilidad de la propia oferta.
Cierto es que las actividades turísticas mantienen un volumen de negocio que contrasta con otros sectores, lo que se traduce en resistencia a las consecuencias de la crisis e incluso en generación de contrataciones. El problema reside en que buena parte del “empleo turístico” no siempre está bien estimado, se concentra en gran medida en actividades de baja cualificación y se define por la temporalidad y la precariedad, que afecta de manera particular a las mujeres, e incluso por la extensión de prácticas laborales irregulares.
Diversos estudios señalan que el desarrollo turístico no se traduce de modo mecánico en aumento del empleo y, desde luego, no en la mejora de la calidad del empleo. De la misma forma es pertinente matizar su impacto económico local pues parte de sus procesos (centralización de compras o touroperación, por ejemplo) y de sus beneficios revierten fuera de la ciudad.
En cambio, las concentraciones de turistas, excesivas en nuestra ciudad en determinadas fechas y lugares, sí genera otros impactos: en el espacio urbano, en costes no contabilizados en servicios públicos o en malestares entre la población, en particular en algunos barrios del casco histórico que señalan gentrificación, envejecimiento poblacional, pérdida de espacios y actividades socioculturales tradicionales o encarecimiento de inmuebles y rentas.
Córdoba se ha incorporado a un paradigma turístico-céntrico coyuntural y oportunista, con debilidades estructurales, que se superpone al necesario debate sobre el modelo de ciudad y que parece abandonar un desarrollo alternativo más sólido y diversificado. La cuestión es si apostamos porque sea el mercado turístico, en función de las demandas y de las estrategias de sus operadores, el que condicione a la ciudad o, si, planteado al contrario, entendemos que debe ser la política local la que lidere una estrategia urbana que inserte convenientemente las actividades turísticas en un modelo democrático basado en el Derecho a la Ciudad.
La segunda opción debe poner en el centro la ciudadanía, el espacio público y un desarrollo socioeconómico diversificado y sostenible, y requiere de la convergencia de actores políticos y agentes económicos, sociales y del conocimiento. Y de la participación del asociacionismo vecinal y ciudadano, que puede aportar, también en la adecuada gestión del turismo urbano, conocimiento cualificado, propuestas meditadas y profundización en la democracia local.
Me permito un apunte final. Los turistas que nos visitan son, aun en su diversidad y su pluralidad de motivaciones, personas que, como usted o como yo, buscan ciudades vivas y singulares. Flaco favor hacen a nuestra ciudad quienes, con generosa financiación pública, difunden una supuesta marca local diferenciada para, al fin y a la postre, ofertar más de lo mismo: espacios parquetematizados y masificados para turistas y simulacros de lo que en realidad no somos.
(*) José María Manjavacas Ruiz (Cádiz, 1962) es antropólogo social y profesor de la Universidad de Córdoba. Forma parte del Grupo para el Estudio de las Identidades Socioculturales en Andalucía (GEISA, Plan Andaluz de Investigación) y coordina en la UCO la unidad de investigación ETNOCÓRDOBA Estudios Socioculturales.
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