Antonio Pintor Álvarez. Miembro de EQUO y Córdoba Laica.
Dice el obispo de Córdoba, según titular de prensa, que “las cofradías son un dique contra el laicismo”. Y posiblemente tenga razón.
Sin embargo el problema de estas declaraciones no es lo que se dice sino lo que se insinúa para que se “sobreentienda”. De manera que cuando habla de “…dique contra el laicismo” está lanzando el metamensaje de que el laicismo es algo “malo” a lo que es necesario poner freno y para ello cuenta con las cofradías, dechado de virtudes y bondades de su modelo de sociedad, dispuestas para frenar esa peligrosa y malvada deriva social.
Es lamentable que una persona de tal relevancia social, cuyas opiniones son seguidas y aceptadas de buena fe por muchos ciudadanos, haga comentarios de este tipo que, aparte de faltar a la verdad, producen malestar, recelo y pueden generar odio contra quienes defienden la laicidad. Pues sus seguidores como fieles corderos, según su propio lenguaje, siguen a su pastor sin rechistar.
Desconocemos las fuentes en las que se basa para llegar a esas conclusiones tan equivocadas sobre la laicidad y el laicismo, por ello resulta necesario exponer, aunque sea brevemente, ideas que sirvan de información y clarifique los conceptos sobre estos términos a las personas que haya podido confundir con sus declaraciones.
Porque, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al laicismo?
El laicismo se refiere al movimiento histórico que reivindica la laicidad.
¿Y qué es la laicidad?
La laicidad es un principio que establece la separación, no exclusión ni persecución, entre la sociedad civil y la religiosa. Y que se fundamenta sobre los siguientes tres pilares:
1.- La libertad de conciencia, lo que significa que la religión es libre, aunque solo compromete a los creyentes, y el ateísmo es, igualmente, libre pero solo compromete a los no creyentes.
2.- La igualdad de derechos, que impide todo privilegio público tanto de la religión como del ateísmo. Con ello nos encontramos ante un valor ético consistente en “la igualdad ciudadana en el ámbito de lo público”, con lo que se intenta garantizar “el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”.
3.- La Universalidad de la acción pública, es decir, sin discriminación de ningún tipo, al aplicar los derechos por parte del Estado a sus ciudadanos.
No encuentro mejores palabras para definir la laicidad de manera sintética y brillante que las del filósofo francés André Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico:
“La laicidad nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y de creencia. Por eso es buena. Por eso es necesaria. No es lo contrario de la religión. Es, indisociablemente, lo contrario del clericalismo (que querría someter el Estado a la Iglesia) y del totalitarismo (que pretendería someter las Iglesias al Estado)”.
Evidentemente el señor obispo y “sus cofradías” no comparten estos principios, sino que como seguidores de una doctrina excluyente, consideran que las únicas creencias respetables y dignas de ser tenidas en cuenta son las suyas. Por ello resulta chocante, a raíz del resultado electoral en Andalucía y su satisfacción por los mismos, las declaraciones respecto a la libertad religiosa, afirmando que “no se puede estar atacando la libertad religiosa impunemente”. De donde podemos deducir que tiene una idea muy “sui generis” de lo que significa “libertad religiosa”, o quizás que no tiene ni idea. Y por supuesto lo más importante es que no están dispuestos a renunciar a ninguno de los privilegios que la dictadura nacional-católica le concedió y que la democracia criptoconfesional le ha seguido manteniendo.
Privilegios como equiparar a un obispo, que es un cargo de una organización no estatal, con un fedatario público como corresponde a un notario, “privilegio” que aprovecharon para apropiarse de una inmensa cantidad de inmuebles en todo el país, entre ellos la Mezquita-Catedral de Córdoba.
De ahí sus temores de que la sociedad camine en la dirección que se propugna desde el laicismo, es decir, libertad de conciencia que incluye una auténtica libertad religiosa, separación Iglesia-Estado y ausencia de privilegios. Como podemos ver, tiene mucho que perder, pero no porque lo que se propone desde la laicidad sea ninguna maldad, injusta o indeseable sino porque se trata, como corresponde a una sociedad democrática, de acabar con los abusivos privilegios que su organización tiene en nuestro país.
En definitiva una muestra más en sintonía con el tipo de declaraciones con las que suele prodigarse como cuando calificó de “aquelarre químico” a la fecundación in vitro, del plan de la UNESCO “… para hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual”, la incompatibilidad de ser ecologista y defender el derecho a abortar y un largo etcétera.
Si el obispo y sus seguidores fuesen coherentes con lo que predican siguiendo la máxima de su dios Jesucristo, deberían “amar al prójimo como a sí mismo”. Aunque seguramente eso sea pedir demasiado, sería suficiente, de acuerdo con el principio laicista de libertad de conciencia, “tolerar y respetar al que piensa diferente”.
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