La nutrición es un elemento central del desarrollo del ser humano a varios niveles.
Desde un punto de vista biológico es la puerta de entrada a los nutrientes que van a constituir nuestros tejidos y nuestra energía, si lo analizamos desde una perspectiva social, todo lo que incluye la comida es un canal perfecto para la creación de lazos afectivos, y en función de lo que comemos, podemos tener un status económico u otro. La frase “somos lo que comemos” es casi una verdad empírica.
Pero es en ese “casi” donde aparece la finura del concepto y el análisis del contexto que puede hacer que la demonización actual a los alimentos procesados y al uso de compuestos químicos en la conservación de los mismos, no tenga sentido más allá del miedo atávico a la ciencia y a la industria que la población tiene.
El organismo humano se define por parte de los fisiólogos y médicos como un sistema que tiende al ahorro y que está preparado para la carestía, de ahí que, normalmente, sea mucho más fácil engordar que adelgazar, y el ser humano como “animal tecnológico” tiene una base biológica animal que funciona en esos parámetros, pero que también se relaciona con el uso de la tecné que le ha permitido a través de la agricultura, la ganadería, la pesca y la industria alimentaria saltar esa necesidad y, en números absolutos de producción, no tener que enfrentar condiciones adversas en la dieta (sí, la humanidad no tendría porqué pasar hambre si consideramos la producción total pura y dura, sí, es una cuestión económica que haya personas famélicas en el mundo, no es una cuestión productiva).
En ese avance, la introducción de los compuestos químicos conservantes ha permitido además, extender en el tiempo la vida útil de esos compuestos haciendo que nuestra alimentación y nutrición pueda tener la misma calidad aproximada sin depender de las cosechas.
Da igual si el uso de estos compuestos está avalado por reuniones científicas, publicaciones, acuerdos y tratados legales, colegios de bromatólogos, o la evidencia directa de que el uso de compuestos conservantes ha permitido prolongar la vida útil de los alimentos y su seguridad de uso y que ya el número de personas que se mueran por alimentos contaminados sea cuantitativamente ridículo, sino simplemente el hecho de que “como son unos números y letras muy raros” mi mente no lo entiende, me da miedo, lo rechazo y lo demonizo. ¡Ay la cultura científica!
Si además tengo vis comercial, puedo explotar ese miedo irracional a través de una app o mediante la persecución en redes sociales al grito de “¡Ultraprocesado!” para poner en la conciencia de los consumidores otra responsabilidad más. Haciendo que las personas tengan, además que trabajar más, cobrar menos, dormir peor y no poder hacer ejercicio o conciliar una vida social mínima, que tengan que estar vigilantes. Cuando el problema finalmente es de hábitos de vida saludable más que de la calidad de lo que se coma. Sí, suena muy a contracorriente.
Es verdad, que hay que mantener una dieta equilibrada, es verdad que los ultra procesados pueden ser mayoritariamente alimentos de consumo ocasional, y es verdad que adquirir alimentos frescos puede encarecer la cesta de la compra de forma promedio. ¿Qué podemos hacer ante eso?
El mecanismo de vigilancia alimenticia que se está poniendo sobre la población, supone, desde la perspectiva organizativa, añadir otro trabajo más al día a día de la población, cuyo horario y desplazamientos a los puestos de trabajo ya suponen un gasto de tiempo útil muy elevado. Tal vez, si las jornadas laborales o el mercado de trabajo estuviese organizado de manera más eficiente e inteligente, ese tiempo que se está pasando mirando las etiquetas de los productos, lo podría estar usando en pasear, nadar o echando unas canastas.
Sí, abogo más por aumentar la actividad física y, por tanto, el consumo y uso más eficiente por parte de nuestro organismo de los alimentos, que no por el control de lo que comemos para que así nos amoldemos más a condiciones sistémicas de vida que van en contra incluso de la definición de salud por parte de la OMS (salud física, psicológica y social).
Pero claro, y ahí está el quid de la cuestión, es mucho más fácil culpar a la población como suma de individuos irresponsables en el consumo por comerse un donut, que no atender a las causas globales y sistémicas que hacen que nuestro tiempo no sea nuestro y no se promueva el poder tener actividad física.
Sí, intenten comer mejor, pero sobre todo, intenten moverse más, el ejercicio físico es una pieza clave en el mantenimiento de la salud más que el hecho de comerse, de vez en cuando, un donut con un café o almorzar un San Jacobo, o por supuesto, gozar las maravillas de una fritura de pescado en Cádiz o Málaga o nuestro, y sí, nuestro (pese a que en TeleSevilla y Andalucía Directo digan lo contrario) Flamenquín Cordobés.
¿Un flamenquín o un gazpacho también es un ultra procesado?
Fuentes consultadas:
- https://www.aesan.gob.es/AECOSAN/docs/documentos/publicaciones/seguridad_alimentaria/TRIPTICO_ADITIVOS_ALIMENTARIOS.pdf.
- Entrevista a CARLOS RÍOS | Polémica REALFOODING y la crema de cacao + Opinión Aitor Sánchez La Caja de Schrödinger. Rocío Vidal.
- https://www.youtube.com/watch?v=ehmPocFSfiI&t=789s.
- https://www.universidadviu.com/co/actualidad/nuestros-expertos/la-rueda-de-los-alimentos-una-nueva-vision-de-la-nutricion.
- FAO, Resúmenes de Mercado, Perspectivas Alimentarias (mayo 2021), VVAA, resumen en español, 12 páginas: https://www.fao.org/3/cb6233es/cb6233es.pdf
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