Francisco Moreno Gómez, doctor en Filosofía y Letras (Literatura Hispánica) por la Universidad Complutense de Madrid, realizó también estudios de Filología Clásica y de Filosofía Pura. Con su último libro, Los desaparecidos de Franco (2016), completa una tetralogía, junto con 1936. El genocidio franquista en Córdoba (2008), Trincheras de la República, 1937-1939 (2013) y La victoria sangrienta, 1939-1945 (2014). Antes de esta serie, dedicó otra tetralogía al tema del maquis o guerrilla antifranquista, cuya obra central fue La resistencia armada contra Franco. Tragedia del maquis y la guerrilla (2001), seguida de Historia y memoria del maquis. Estos son sólo los últimos “capítulos” de una rigurosa investigación que se remonta a 1978, año en el que la guerra civil y el genocidio franquista se situaron en el centro de su actividad intelectual.
-Los conceptos de “desaparecido” o el de “genocidio” se aplicaban fundamentalmente a los crímenes de las dictaduras latinoamericanas, pero ya comienzan a escucharse y leerse en España, ¿Estamos consiguiendo enterrar las falacias posfranquistas?
-El término “desaparecido” se ha querido negar por las derechas y por algunos intelectuales de la socialdemocracia española. Decir que su origen está en las dictaduras latinoamericanas es un síntoma de mala fe, en el primer caso, y una ignorancia, en el segundo caso. La gran matanza franquista se ejecutó a partir de 1936, “jurídicamente” bajo la aplicación del “bando de guerra”, y técnicamente, bajo la fórmula de la “desaparición” masiva. Fue un plan de eliminación en el que las víctimas quedaban “sin vida, sin nombre y sin memoria”. En un Decreto franquista del 11-11-1936, ya se habla de las “desapariciones de personas, combatientes o no, víctimas de bombardeos, incendios u otras causas con la lucha relacionadas”. La clave está en “no combatientes… u otras causas”. Sobre “desaparición” hay muchos datos desde 1936. Así, por ejemplo, decía el teniente coronel franquista Martínez Oyaga, en Navarra: “Aquí, el que no está, es que ha desaparecido”. Y muchas referencias más. Pero las falacias posfranquistas no parece que puedan ser enterradas, porque desde la Transición “inmodélica” han formado ya sobre España un caparazón tóxico en forma de pensamiento dominante. Estas falacias están alimentadas por las derechas sempiternas, por la judicatura y demás poderes fácticos y por las tibiezas socialdemócratas.
-En repetidas ocasiones la ONU ha instado al Estado español a investigar todas las desapariciones forzadas, de manera exhaustiva e imparcial, pero el Estado sigue desoyendo sus informes, ¿Se reduce todo a una cuestión de voluntad política?
-Así es, ciertamente. La democracia actual se ha construido sobre el desprecio del pasado, su historia y sus víctimas. Pero la recalificación de la criminalidad franquista, contra pronóstico, ha resurgido de sus cenizas en el siglo XXI. La cuestión de los “desaparecidos” emergió con las primeras exhumaciones de fosas en el año 2000. En 2002 se dio conocimiento a la ONU. Surgieron Asociaciones y Foros de la Memoria por toda España, y los huesos de las víctimas se hicieron visibles, con el consiguiente impacto nacional e internacional. La “Ley de Memoria Histórica” fue una tímida respuesta en 2007. Luego, los célebres Autos del Juez Garzón, de octubre y noviembre de 2008, pusieron de uñas a los franquistas, que son más de la mitad de España. Y por último, la ONU tomó cartas en el asunto y envió a dos organismos a investigar en España. A finales de septiembre de 2013, ante la realidad de al menos 129.472 “desaparecidos” por el franquismo, llegó el Grupo de Trabajo de la ONU sobre Desapariciones Forzadas. El Informe Definitivo (de 2-7-2014) anotó muchísimas negligencias de los Gobiernos españoles en torno al tratamiento del franquismo y su vulneración de los derechos humanos, y planteó 43 exigencias al Gobierno español, que éste ha echado a la papelera. A finales de septiembre de 2013, la ONU envió a España a un Relator especial para la Promoción de la Verdad, que emitió otro Informe demoledor (22-7-2014) contra España, con otras 20 exigencias urgentes de verdad, justicia y reparación, todo lo cual ha terminado en el destino habitual: la papelera. España es hoy el país que más resoluciones de la ONU está incumpliendo, después de Israel; y es el país con más fosas de “desaparecidos”, después de Camboya. La conclusión es clara: la falta de voluntad política es total, empecinada y obstinada. El Estado democrático actual no ha querido asumir ni recepcionar ni la historia ni las víctimas de la catástrofe humanitaria bajo el franquismo. Se ha amputado a sí mismo sus orígenes, sus referentes y su propio capital político, que fue el antifranquismo, del cual no sabe nada la generación actual. Nos hemos perdido la pedagogía ética de la historia.
-En los últimos años se ha abierto el debate sobre qué debe hacer el Gobierno central en el denominado “Valle de los Caídos”. ¿Cuál es su opinión al respecto?
-Mi convicción es que, o se saca de allí al dictador y al jefe de Falange, o se perpetuará allí el gran monumento nacional al franquismo y a la dictadura, oprobio para la menor democracia que se precie, incluso para una democracia bananera. En el “Valle de los Caídos”, todo es, hasta ahora, simbología fascista. Pero no se olvide otro caso sangrante: el Arco de Triunfo de la Moncloa, en Madrid, dedicado a la victoria de Franco, y nadie se da cuenta. Como las placas están en latín y nadie sabe latín, pues “ahí está”, como la Puerta de Alcalá. “Armis hic victricibus…”, dice. “Se dedica este monumento a las armas aquí vencedoras”. Más claro, el agua. España es esto: el país de las contradicciones, del esperpento, y de la Leyenda Negra.
-¿Cuál fue el alcance del genocidio franquista en Córdoba, tanto en la provincia como en la capital?
-Veo muy bien que uses el término “genocidio”, término que ya, por fin, se está abriendo camino, pero con muchísimas resistencias del mundo político, mediático y académico. El golpe militar de 1936 se saldó en Córdoba con un mínimo de 11.584 víctimas por represión directa en Córdoba y provincia, guerra y posguerra; pero fueron varios miles más de “desaparecidos”. Sin lugar a dudas, el franquismo se llevó por delante en Córdoba a no menos de 15.000 personas, y esto sin contar los que murieron en el frente, que fueron muchísimos, dentro y fuera de Córdoba, como en la comarca de Los Pedroches. En toda España, de norte a sur, en toda la retaguardia, los golpistas perpetraron un genocidio inmisericorde, implacable, disperso (pueblo por pueblo) y diferido (dilatado en el tiempo, en muchos años). Cuando las tropas de Franco entraron en Baena, aquel día perpetraron un crimen de guerra (por ocurrir en el transcurso de un acto bélico). Luego, la matanza de los días siguientes se puede llamar genocidio. Cuando las tropas de Franco entraron en Puente Genil, perpetraron un crimen de guerra de centenares de civiles. Luego seguiría el genocidio. Cuando las tropas de Franco entraron en Palma del Río, se cometió otro crimen de guerra: el caso del corralón de “don Félix”. La entrada de las tropas en los pueblos de Badajoz sobrepasa lo inimaginable. Y así sucesivamente.
Lo de Córdoba capital (como en muchos sitios) es un auténtico genocidio. Según el jurista Raphael Lemkin, el creador de este término en 1944, para que la gran matanza se considere genocidio hay dos requisitos. Uno, que haya un plan preconcebido de eliminación, como se ve en las proclamas de Mola, Queipo, Franco, etc., que no deja lugar a dudas. Dos, que se preselecciones y discrimine un grupo nacional destinado a la eliminación. En España fue, sin duda: el republicanismo, las bases sociopolíticas que sustentaban a la República; las élites (políticas o culturales) de la misma; la izquierda; el laicismo (La Iglesia atizó de lo lindo); una clase social: los descamisados en alpargatas… Ese es el grupo nacional seleccionado para la eliminación o castigo en España por el fascismo español. Eso es auténtico genocidio, que es uno de los tres crímenes llamados internacionales. Los otros dos son: crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra. Franco los cometió todos sin excepción ninguna. Ya demuestro esto en mi reciente libro Los desaparecidos de Franco.
-¿Ha existido voluntad política por parte de la Administración: central, autonómica, provincial o local en la intervención de las fosas de los cementerios y cunetas, tanto en la provincia como en la ciudad de Córdoba?
-Vamos por partes. La Administración central no quiere saber nada de estas cuestiones. En el sistema general que tenemos, todo lo relativo a esta cuestión se considera “de mal gusto”. Y si no, se lo planteas a Rajoy, o a Rafael Hernando, a ver qué te dicen (Si bien, en el Congreso se han pedido ya fondos para la Memoria Histórica). A nivel autonómico ha existido y aún existe más voluntad política, según los casos. Hubo voluntad en Cataluña, cuando el “tripartito”. Y hay voluntad (antes más que ahora) en la Junta de Andalucía, cuando la Memoria Histórica pertenecía a la Consejería de Justicia. Ahora hay dos puntos preocupantes: uno, que la Memoria Histórica la han echado a la Consejería de Cultura, como un folclore más; y dos, que siguen sin aprobar la Ley de Memoria Democrática, que estaba terminada cuando se rompió el pacto con IU. En tercer lugar, en el nivel municipal se hacen muchas más cosas, ayudados por las Asociaciones de Memoria y por los Foros. Es decir, todas estas iniciativas, o las lleva adelante la izquierda, o no las lleva nadie. Los poderes fácticos estarán siempre en contra. Lo tienen decidido así desde 1977 y así lo mantendrán, aunque se hunda el mundo.
-Recientemente se ha promovido una plataforma de familiares de víctimas y asociaciones de memoria con carácter jurídico que buscan recuperar los restos de más de 4.000 personas asesinadas que permanecen en las fosas de los cementerios de La Salud y San Rafael, y alguna otra fosa ¿Cree que obtendrán al fin una respuesta a sus demandas por parte de las Instituciones públicas?
-Todas las asociaciones son positivas y todas deben sumar esfuerzos, pero los resultados serán muy problemáticos, porque los poderes fácticos (incluso con apariencia “democrática”) tienen su “sentencia” escrita y sus cartas marcadas ya desde la Transición y de la falsa Ley de Amnistía. Y digo falsa (como demuestro en mi libro), porque esta Ley se aprobó para los presos políticos (y represores) del segundo franquismo, no para los hechos del primer franquismo o la guerra, que el régimen consideró todas las culpas extintas en 1969, a los treinta años (salieron entonces algunos topos de sus escondites). Sin embargo, la Ley de Amnistía se está interpretando muchos años atrás de la materia para la que fue aprobada. Es la prevaricación masiva de la judicatura española (con excepciones, claro). La conclusión es ésta: que todo está atado y bien atado contra la memoria, contra la historia y contra las víctimas. Es una conspiración general del Estado democrático. Ello explica que los pocos homanajes que se dan a las víctimas, nunca jamás tienen carácter gubernamental de primer nivel. El Estado democrático se implica en homenajes y leyes en pro de las víctimas del terrorismo de Eta y se desentiende absolutamente de las víctimas del terrorismo de Franco. Es que muchos de los miembros de este Estado democrático son “complices” y devotos del franquismo.
Vamos a ver lo que nunca han hecho los vencedores. En noviembre de 2016 he visto en no sé qué TV una película muy interesante: Un largo viaje (de Jonathan Teplitazky, 2013), sobre unos soldados ingleses presos, esclavizados y torturados en Singapur por los japoneses (1942). Uno de los torturados es Eric Lomax, que aparece muchos años después en Edimburgo, intentando una vida normal, pero no puede vivir por las pesadillas del horror sufrido. Una información le dice que el gran torturador vive en el lugar fatídico como guía turístico. Lomax decide emprender el largo viaje para matarlo. El encuentro fue turbulento, pero el torturador reconoce los hechos y pide perdón. Lomax, lleno de desprecio, emprendo el regreso a Edimburgo. Le ocurre entonces un proceso de reflexión, cuyo resultado es volver, junto con su esposa, a Singapur, para ofrecer la reconciliación al torturador, cosa que así ocurre. La conclusión es doble: a) Siempre que hay un proceso de reconciliación, nunca lo inician los verdugos, sino las víctimas; b) Para una reconciliación digna de tal nombre, el primer paso es la petición de perdón por parte de los perpetradores, como que en España jamás ha ocurrido, ni ocurrirá. La contumacia de los vencedores es a prueba de bomba.
-Con su libro Los desaparecidos de Franco concluye su última tetralogía sobre el franquismo, su historia y la memoria de las víctimas, incluida la calificación final de la criminalidad franquista, ¿Cuál es el siguiente desafío?
-El próximo desafío es un poco nebuloso. De momento le he dado a Córdoba unos 18 libros, la mayoría de historia sobre los años que torcieron la vida pacífica de la provincia y de España. Por estricta convicción intelectual, científica y ética decidí, desde 1978, hacer la historia de aquellos a los que se ha querido negar el derecho a la historia. Ha sido una gran vocación, aunque quisiera hacer muchas cosas más. Lo principal que quiero decir sobre este libro es que, por primera vez en España, se ha planteado la calificación de los crímenes de Franco ante el espejo de los llamados “crímenes internacionales”, que son tres: lesa humanidad, genocidio y crímenes de guerra. Franco los cometió todos, sin excepción, pero no se ha dicho hasta ahora. Tanto “se respeta” a Franco en todos los estratos españoles que nadie se atreve a califica sus crímenes a la luz del Derecho Internacional Humanitario. Nuestra sociedad crédula, con apenas espíritu crítico, y los políticos burócratas y poderes fácticos apenas nombran a Franco, para no molestarlo. Admiten que al dictador “se le fue un poco la mano”, pero nada más. Por todo ello, puedo afirmar que este libro es una gran aportación. Es el libro que teníamos que haber presentado en 1977, pero hemos tardado muchos años en salir del túnel de las leyendas franquistas. Hemos tardado muchísimo en vislumbrar la verdad histórica, lo que el franquismo perpetró con todo su horror. Antes nos afanábamos en contar muertos, pero una vez con las listas delante, ¿Cómo interpretábamos esto? ¿Qué es esto a la luz los tratados internacionales? También hablábamos mucho de “guerra civil” y apenas de “golpe militar”, cuando en la mitad de España, lo único que cayó sobre ella fue el golpe militar y el bando de guerra. Creo que con este libro he respondido a bastantes preguntas, y he sacado del olvido a más de 150 víctimas de desapariciones, que han expuesto en el libro sus crudas desgracias. Este libro agrupa una diversa temática, muy laboriosa y bastante novedosa. Espero que la sociedad, la élite cultural y el mundo académico sepan captar las novedades de este libro.
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