Laura Carmona
Publicado en abril en el Número 4 de la edición impresa
Denominarse feminista supone una actividad de riesgo. Nos imaginan mujeres que odian a los hombres, nos llaman feminazis, como si querer la igualdad pudiese asemejarse al mayor genocidio de la Historia. El feminismo propugna la igualdad de derechos y oportunidades de todas las personas en este mundo, considera a las mujeres, sin importar su origen, edad, cuerpo, genitales, color, orientación sexual ni religión, como personas.
Nuestro cuerpo es la gran prueba de esa discriminación. El sistema heteropatriarcal lo ha convertido en un campo de batalla donde ha dejado unas huellas visibles y nos golpea con más fuerza. Un sistema que hace a las mujeres odiar su cuerpo, odia a las mujeres. Así nuestros cuerpos se han convertido en cárceles de una construcción social de cómo debemos ser, donde el cuerpo de la mujer acaba cosificado, como una mercancía. Debemos cumplir una perfección inexistente, corriendo siempre por ser atractivas, sexys, fuertes pero no intimidantes, depilarnos, maquillarnos, ir a la moda… Y para ello se han creado unas asociaciones perversas que nos condenan en esta lucha de pretender ser perfectas para ser aceptadas. Donde ser gorda, no depilarse, no cumplir los estándares, parece una ofensa para el resto de la sociedad que te recordará diariamente que te has salido de la norma, lo que es inaceptable.
En la publicidad el diagnóstico sigue siendo muy grave. Se nos cosifica representando nuestro cuerpo como un objeto sexual sin otras habilidades, fraccionadas, unos pechos, unas piernas, un trasero con mensajes explícitos de usar sin pedir permiso. Refuerzan la idea perversa de que nuestros cuerpos en el espacio público son siempre sujetos de opinión y que no nos pertenecen, destinados a satisfacción masculina, piropeados, observados, comentados, tocados sin consentimiento o violados.
Sí, el género importa y mucho. Las mujeres somos criadas para sentirnos culpables, para esconder, taparnos, como si de forma natural provocáramos que nos sucedan cosas malas, las incitamos. Por el hecho de ser mujeres ya nos sentimos culpables de algo. Se persigue a las víctimas de violencia sexual, se trivializa el acoso callejero y se pone el foco en la mujer, en la hora a la que salía, su ropa, si estaba borracha, porque así, la responsabilidad sigue siendo nuestra de lo que nos acaba pasando, lo hemos permitido. Hasta cuando nos rocían con gasolina hay quienes afirman que la responsabilidad es nuestra, la víctima siempre señalada como posible culpable.
Para cambiar esta realidad y construir una sociedad cohesionada donde las mujeres nos sintamos libres, respetadas, valoradas, el feminismo apela a tomar conciencia de todas las discriminaciones que nos rodean, frenarlas y ser conscientes de nuestros privilegios. Y apela a toda la sociedad, no nos corresponde sólo a nosotras, depende de todas y todos crear una humanidad más justa donde las mujeres finalmente podamos afirmar que somos personas de pleno derecho.
0 comentarios