La tendencia actual de producir urbanización consiste, en buena parte, en crear una ciudad difusa, donde se separan las funciones de la ciudad en áreas distantes entre sí y, por tanto, requieren largos desplazamientos para cubrir dichas funciones.
Editorial
Publicado en Noviembre 2017 en el Número 8 de la edición impresa
Sólo en el área de movilidad, la ciudad difusa provoca un aumento de emisiones de gases a la atmósfera, de superficie expuesta a niveles de ruido inadmisibles, de accidentes y de horas laborales perdidas en desplazamientos. Aparte de en el transporte, la ciudad difusa crea serias disfunciones en términos de complejidad (genera espacios monofuncionales), de eficiencia (el consumo de recursos es elevado) y de estabilidad y de cohesión social (segrega a la población según sus rentas).
Es la conclusión de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona respecto al modelo de desarrollo urbano imperante. Añade este organismo público que es necesario ir hacía otro modelo que, a la vez que de respuesta a las disfunciones que las ciudades actuales presentan, aborde los retos de la sociedad actual: los relacionados con la sostenibilidad y la entrada en la sociedad de la información y el conocimiento. El modelo de ciudad compacta y diversa es el que mejor se posiciona en este proceso hacía la sostenibilidad en la era de la información. El enfoque sistémico camina hacia soluciones en movilidad, energía, residuos, urbanismo, agua, biodiversidad y cohesión social.
Una ciudad como Córdoba, con larga tradición de gestión progresista, debiera ser ejemplo de sostenibilidad a través de la autoproducción local de energía limpia, el fomento de la agroecología y la cesión para autogestión de zonas liberadas en los barrios. También del impulso del comercio local o la participación ciudadana…
Debe huir del modelo de ciudad difusa, que hace de la segregación social la norma para ciertas zonas provocando problemas de inestabilidad ligados a la inseguridad o la marginación. Desde Paradigma apostamos por la mezcla social (de culturas, edades, rentas, profesiones) que interaccione como elemento central de la cohesión social. Ciudad de acogida, diversa, plural, abierta e intercultural… todos estos, valores que dispersan cualquier conflicto y ahondan en la estabilidad y la convivencia, y son además esencia histórica de Córdoba desde siglos atrás.
Los barrios cordobeses deben superar la condición de meros consumidores de energía para convertirse en generadores de energías renovables que tiendan a la autosuficiencia, con medidas concretas de ahorro y eficiencia: instalación de placas solares en edificios municipales, escuelas, universidades, etc., captación de agua de lluvia, reutilización de aguas marginales, gestión de residuos, energía eólica, reciclaje…
La movilidad sostenible pasa por incentivar de manera decidida el uso de la bicicleta. El modelo asumido por numerosas ciudades del norte de Europa que interiorizaron esta saludable forma de transporte ya se ha trasladado exitosamente a San Sebastián, Vitoria, Zaragoza y, desde hace pocos años, a Sevilla, que cuenta con una red de 180 kms. y en torno a 400 aparcamientos en la vía pública, y planifica un nuevo “plan de la bici 2020”. Junto a la bicicleta, los autobuses urbanos eléctricos y ¿por qué no? Una línea de tranvía…
Imaginamos nuestra ciudad con más zonas verdes, vías liberadas y peatonalizadas en la totalidad del casco histórico, con acceso sólo a residentes y comercio, con un turismo atraído desde el centro a la periferia para afrontar la amenaza de la gentrificación de los barrios y equilibrar la economía local, con un Ayuntamiento que apoye decididamente al comercio de barrio y a aquellas PYMES y cooperativas que demuestren condiciones dignas para sus trabajadoras. Y junto a las calles transitables, parques y comercios locales, el acceso a la vivienda social como una responsabilidad municipal compartida con otras administraciones para cumplir con el derecho a vivienda que debiera ampararnos.
Córdoba tiene la obligación moral e histórica de poner en valor su pasado histórico-arqueológico. La gestión de un patrimonio tan rico y variado debiera seguir modelos exitosos como el de -precisamente- las otras dos capitales de la Hispania romana: Mérida y Tarragona. La gestión y parte de la financiación de Mérida está en manos de un consorcio en el que participan la Junta de Extremadura, el Ministerio de Cultura, la Diputación provincial y el Ayuntamiento, con un presupuesto anual, programa de actividades y técnicos asesores, arquitectos, arqueólogos, museólogos, etc. En la conservación, se debe compaginar la protección de los restos arqueológicos, con el desarrollo de la ciudad presente, en donde la ciudad actual y la ciudad antigua puedan convivir juntas y no subordinarse ninguna a la otra. Cualquier planificación urbanística debiera prever la coexistencia de la historia urbana y cultural como modelo de desarrollo económico local.
Y en equilibrio con la ciudad sostenible, la ciudad humana, de acogida, feminista, accesible, respetuosa con la diversidad, laica pero tolerante con culturas y creencias, solidaria con los desfavorecidos, creativa e innovadora…
Sea como fuere, no perderemos de vista la ciudad que queremos. Imaginarla es sólo el principio.
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