Luis Pernía Ibáñez.
Como en la película ‘La marcha‘, de 1990, del director David Wheathey, la caravana de migrantes hondureños rumbo a Estados Unidos no se detiene. Un caminar espontáneo iniciado el 13 de octubre de 2018 en San Pedro Sula (Honduras) con destino a México y Estados Unidos para pedir asilo, obtener trabajo y lograr mejores oportunidades de vida. Algunos viajan para reencontrarse con familiares que partieron antes arriesgando su vida con traficantes de personas conocidos como ‘coyotes’, a los que pagan cantidades de dólares que pueden oscilar entre 4.000 y 6.000. Son miles de hombres, mujeres y niños, al menos 7.000 personas, que esperan llegar a Estados Unidos y que en estos días hacen la travesía por el estado mexicano, desafiando el cansancio acumulado y numerosas dificultades.
El objetivo de la caravana es alcanzar la frontera de México con Estados Unidos, lo que supone un recorrido de 2.000 kilómetros hacia la zona noreste o de casi 4.000 kilómetros si se opta por la ruta del noroeste que lleva a Tijuana. Nunca un fenómeno migratorio había tenido tanta atención pública en México y su Gobierno, en retirada, acusa la presión y lo deja continuar. Para quienes creían que la ruta a Estados Unidos estaba más cerrada que nunca, se ha reabierto la esperanza. Por Guatemala adelanta ya la ruta la ‘nueva marcha’ de hondureños que se ha formado. Es una inesperada oportunidad. A pesar que, en dos días, con la puesta en marcha del Plan Retorno Seguro, Guatemala ha devuelto a Honduras a 1.279 migrantes que integraban la caravana.
Mientras, Trump ha reaccionado a la crisis con fidelidad a su estilo. Ha lanzado una batería de amenazas a los países de la región, a los que ha amenazado con «empezar a cortar, o reducir sustancialmente la masiva ayuda que les damos casi por rutina». Ha declarado que «he alertado a la Patrulla Fronteriza y a las Fuerzas Armadas de que ésta es una emergencia». Ha demonizado a los participantes en la caravana, al tuitear que «criminales y gente de Oriente Próximo están entre ellos». Y, obviamente, ha culpado a la oposición demócrata de todo, pidiendo en Twitter a su bestiario electoral que «piensen en los demócratas por no darnos los votos para arreglar nuevas patéticas leyes de inmigración».
¿Cómo entender la marcha de migrantes hondureños a la que, desde unos días, se les están sumando guatemaltecos, salvadoreños y nicaragüenses? ¿Qué pasa en los países empobrecidos de Centroamérica para que se den este tipo de fenómenos hasta ahora nunca vistos? No es fácil responder a estas preguntas. Pero, a simple vista, las respuestas vienen de la mano de unas economías incapaces de crecer, de una desigualdad altísima, de unos regímenes con derivas autoritarias y, sobre todo, de una sociedad que sufre una severa metástasis provocada por la violencia ligada al tráfico de personas, de estupefacientes y a la extorsión. No es casual, en este contexto, que hoy los jóvenes de dichos países vivan la migración como su opción más atractiva, y a veces como la única, para realizar una vida digna. Un dato muy relevante es que la violencia que hoy impera en El Salvador, Guatemala y Honduras es más intensa que la que sufrieron estos países en la crisis bélica de los años 80. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Honduras es hoy el país, sin guerra declarada, más violento del mundo, al que siguen de cerca Guatemala y El Salvador. En este paisaje, la inoperancia del Estado y la violencia de las maras (pandillas latinas nacidas en los 80 en los barrios de Los Ángeles y que luego fueron deportadas a Centroamérica en los años 90) tienen una gran responsabilidad. Conviene recordar aquí la película del director Luis Mandoki ‘La vida precoz y breve de Sabina Ribas’, donde se relata la violencia que sufren los migrantes hondureños en la frontera entre Guatemala y México, y de la que son cómplices las maras, las autoridades civiles y policiales de dichos países, y también la DEA norteamericana.
Pero la caravana de los migrantes presenta algo peculiar: hasta la fecha la migración era una opción solitaria e individual, básicamente clandestina. El hecho de que en estos días se haya convertido en una manifestación colectiva supone, por primera vez, una denuncia política que increpa a toda la sociedad: la de origen, la de tránsito, la de llegada, y a la nuestra.
Nos hace pensar en la necesidad de tomar en serio el fenómeno migratorio, en la realidad de las migraciones en otras latitudes, no solo en la nuestra, y sobre todo preguntarnos por las causas de estos desplazamientos forzosos.
Mientras, como en la premonitoria película mencionada de ‘La marcha’, el caminar de estas gentes continúa, pero no la certeza de llegar.
*Presidente de ASPA.
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