Diego Rodríguez Villegas.
Primera escena: Vemos en la televisión a un niño sirio llamado Aylan inerte con su cara enterrada en la arena en una bonita playa turca. Nos quedamos paralizados ante un vídeo que nos llega por twitter en el que una treintena de niños de una escuela infantil en Yemen aparecen desmembrados, cubiertos de sangre, ceniza y tierra; asesinados después de ser bombardeados por aviones de Arabia Saudí. No somos capaces de buscar en internet el final de otro vídeo, censurado por youtube, donde soldados cameruneses fusilan a más de 50 niños y mujeres, supuestamente porque sus maridos y padres pertenecen a Boko Haram. Se nos coge un pellizco en el estómago con una corta secuencia donde dos niños palestinos cantan una canción infantil, con una cara de felicidad que solo los niños pueden tener, que repentinamente se transmuta en horror, angustia y dolor cuando un misil israelí cae en la habitación de al lado donde duermen su madre y su hermano pequeño.
Segunda escena: La prensa, la televisión, las redes sociales nos hablan durante unos días de que miles de niños extranjeros están llegando a España y que las distintas administraciones públicas, están desbordadas porque no tienen recursos suficientes para atenderlos.
Tercera escena: Debates, tertulias, editoriales, opiniones en los bares, hilos de twitter, Facebook, etc., de una “ideología” y de la contraria opinando sobre lo que habría que hacer con esos niños. El noventa y nueva por cierto de ellos vacíos de contenido, sin conocimiento de la realidad o directamente manipulados tanto por conservadores como por progresistas, derecha o izquierda, o por esa masa amorfa que aglutina a los que apelan al “sentido común”.
La verdad: La situación de los MENAS (menores no acompañados) en Andalucía nos ofrece una nítida fotografía de cómo funciona nuestra sociedad política, económica, institucional y socialmente.
En primer lugar, la Junta de Andalucía incumple sus propias leyes, en concreto la orden de 9 de noviembre de 2005 que establece cómo debe atenderse a estos menores (pequeñas unidades convivenciales de máximo ocho menores), quiénes deben atenderlos (personal muy especializado: educadores sociales, trabajadores sociales y psicólogos, etc.); con qué ratios (2,40 profesionales por niño) y con qué asignación presupuestaria (casi el doble de lo presupuestado actualmente). En segundo lugar, la mayoría de estas plazas (centros) se le asignan para su gestión a supuestas entidades sin ánimo de lucro que directamente explotan a los trabajadores que se encargan de la intervención socioeducativa (pocas se salvan) o, en el mejor de los casos, les pagan unos salarios de vergüenza. Más explotación y todo ello con el conocimiento explícito de la Administración. En tercer lugar, la situación anímica, psicológica, terapéutica y médica de un alto porcentaje de estos menores es tan compleja y, en muchos casos grave o muy grave, que la atención por parte de los profesionales que los tratan (quienes a su vez, generalmente, son tratados por sus entidades como soldados de un ejército de salvación del siglo XXI) se hace imposible cuando no insostenible (abandono del trabajo, bajas por ansiedad, agresiones y frustración permanente en el mejor de los casos).
En definitiva, la aplicación de un sistema social neoliberal puro y duro que prioriza lo económico frente a la igualdad, que nos deshumaniza hasta en las cuestiones más elementales como es la atención a la infancia, que por nuestra inacción nos hace cómplices, que, para terminar, ya no nos afecta porque en esa realidad virtual en la que hemos acabado viviendo, como dice Byung-Chul-Han, ha desaparecido la existencia del otro puesto que la comunicación ha degenerado en intercambio de información. Y esa información, ahora digital, no pesa, no afecta, no duele porque bajamos con el dedo la pantalla del móvil y mágicamente deja de existir.
*Educador y miembro de EQUO.
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