Tras un mes en la gran pantalla, acumulando un total de 662.348 euros, quedando la número 11 en el ranking de películas españolas más taquilleras de 2021 y acumulando 106.244 espectadores llegó el 22 de noviembre a Netflix Las leyes de la frontera para recordarnos la herida sin cerrar del cine quinqui que plantea.
En este filme en un primer momento se nos presenta un personaje esperando en la sala de visitas de una cárcel. Saca una carta donde gracias al destinatario descubrimos que el protagonista se trata de Ignacio Cañas (Marcos Ruíz) pese a que en el interior -donde encontramos numerosas faltas ortotipográficas- ponga “querido gafitas”. La cámara nos devuelve su rostro compungido y la música nos induce al recuerdo pero esta cesa de repente cuando un niño, también presente en la sala, está a punto de ahogarse, lo cual interpela el recuerdo en el protagonista y nos devuelve la imagen de una Gerona en 1978, justo en el momento en el que unos matones tratan de ahogarlo en la piscina. De esta manera se nos presenta Nacho, un noble e introvertido chico de 17 años que sufre un acoso escolar continuo, hasta que, en uno de los sitios que usa como refugio, los recreativos Vilaró, conoce a Zarco (Chechu Salgado) y Tere (Begoña Vargas), dos jóvenes delincuentes de poca monta con los que va a encontrar una inesperada amistad -y cierto triángulo amoroso-, llegando a pertenecer a su banda, encontrando en ellos ese grupo de amigos que se le había negado y entrando en una espiral de atracos, drogas y adrenalina, un mundo atractivo plagado de peligros que poco a poco se va a torcer.
Película ambientada en la época de la Transición, un importante momento de cambio y de esperanza de futuro que subyace a todos los niveles pero en lo que no se centra la obra, usando el ambiente quinqui que surge en este contexto español a finales de los 70 y principios de los 80 y que supuso una confluencia de filmes que escenificaban un nuevo modelo identitario y de subgénero, basado en la visibilidad de los sectores sociales empobrecidos y emergentes, así como de ambientes marginales, donde las drogas causaban estragos y destrozaban familias. Así, Las leyes de la frontera (2021) supone la vuelta de Daniel Monzón a los thrillers de acción y drama, tras su filme El Niño (2014), pudiendo comprobar como Monzón realiza obras donde, explorando los márgenes de la sociedad, nos presenta aventuras agridulces que les ocurren a unos personajes con aires de inocencia con los que el espectador va a conectar fácilmente.
Resulta indiscutible la hibridación de las diferentes vetas creativas de la tradición artístico-cultural española: costumbrismo populista, la comedia folklórica, la “españolada” y el sainete cinematográfico. Así, nos encontramos en la obra de Monzón, al igual que en artistas actuales como Derby Motoreta’s Burrito Kachimba -grupo sevillano indie que pone banda sonora al filme a través de su “kinkidelia”- o en C. Tangana, el cual ha sido capaz de aunar y posmodernizar una serie de características identitarias de esa subcultura urbana quinqui de la que estamos hablando, adaptándola a unos nuevos tiempos. Es decir, Las leyes de la frontera no se trata de cine quinqui como el que podíamos ver en autores como Eloy de la Iglesia (Navajeros, 1980 o Colegas, 1982), Francisco Lara Polop (La patria del rata, 1980), Carlos Saura (Deprisa, deprisa, 1981), Vicente Aranda (El lute: Camina o revienta, 1987), José Antonio de la Loma (Yo, el vaquilla, 1985) o Ventura Pons (Puta misèria!, 1989); sino que, dentro de este contexto, es una revisión de este género, aferrándose a este mediante el recuerdo. Así, podemos ver que el director no utiliza delincuentes reales -a modo de docuficción- como ocurría estas películas, ni rueda en formato cuadrado -sino en scope-, sino que hace un ejercicio de estilización del género a través de la forma, utilizando la ambientación, las escenas de persecución en coche y los policías usados como personajes secundarios propios del cine quinqui, además del uso de la banda sonora como transmisión de esta cultura con canciones como Te estoy amando locamente de Las Grecas, La Grifa de El Pelos o Yo te encontré de Lin Cortés.
En este punto del análisis cabe señalar que estos personajes protagonistas de la obra se inspiran en figuras reales como Juan José Moreno Cuenca, más conocido como “El Vaquilla”, o José Luis Manzano, actor fetiche -conocido como el James Dean español- de Eloy de La Iglesia. Es así como por ejemplo, la personalidad de Jaro en Navajeros se asemejaría más a la de Zarco, un capo; mientras que la de José en Colegas, se correspondería a la de Nacho (“Gafitas”): un lumbreras súper tímido y enamorado de Tere que acaba formando parte del grupo de Zarco. También, personajes como “Drácula”, interpretado por el actor Víctor Manuel Pajares, que recuerda a Antonio Flores en la película de Colegas, el andaluz gracioso del grupo. Los intertextos resultan clarísimos, en cuanto a escenas, como la de la confrontación a tiros de los quinquis con la policía en Navajeros, que es similar al clímax de Las leyes de la frontera, así como las escenas de persecuciones de coches o la recreación tan fiel de la atmósfera de dicha época, con esos ambientes sórdidos, marginales y plagados de desesperanza, prostitución, drogadicción, desigualdades económicas, analfabetismo y discriminación racial y de clases -Tere es gitana y Nacho un charnego hijo de inmigrantes-, planteando así cierta calada de crítica social de la época.
¿Pero de qué trata realmente Las leyes de la frontera? ¿Cuáles son sus argumentos universales? Ateniéndonos a los 10 géneros de Blake Snyder, en esta película se dan hasta cuatro argumentos universales como son el Golden fleece o “Vellocino de Oro”, donde el protagonista Nacho recorre un camino en busca de un objetivo, como es el de encontrar la valentía y arrojo en su vida, ser reconocido por los demás, dejar de ser un pringado y conquistar el amor de Tere. Por otro lado, asiste a un “rito de paso” que supone la confirmación pública en términos vitales de que los seres humanos manifestamos resistencia a los cambios que no sean obra de nosotros mismos y de que, a veces, la manera que encontramos para enfocar ese cambio interior ante un desafío que plantea la vida, no es la correcta. En este caso, acudimos a una carrera irrefrenable de delincuencia que se prolongará durante el verano y que cambiará su vida por completo, siendo por tanto su paso a la madurez -conocida como -coming of age-, ese descubrirse a sí mismo, su única forma de explorar sus límites y de conocer su primer amor (inalcanzable). Nacho es un héroe en esta historia al que le falta algo en la vida y encontrará esa parte que lo complete en la figura de Tere, así como la sensación de pertenencia a un grupo social; eso sí, no nos olvidemos de que este adolescente martirizado se encuentra de repente con un entorno amenazante al que en el fondo siente que no pertenece y se vuelve reacio, como es el ambiente del barrio chino y del bar La Font – representación perfecta de lo que fueron los barrios marginales de la época en las grandes ciudades-, pero que más tarde acepta como suyo, siendo una obra que refleja esa rebeldía de la época.
Las leyes de la frontera no es la primera adaptación -transducción- llevada al cine de Javier Cercas, sino que encontramos otras precedentes como Soldados de Salamina (David Trueba, 2003) y El Autor (Manuel Martín Cuenca, 2017), encontrando en sus obras unos temas en común como son las relaciones de compañerismo entre personajes de vida dudosas y procedencias opuestas o la narración en primera persona bajo el uso de un lenguaje muy natural y espontáneo. En el caso que nos atañe, se trata de la adaptación de la novela homónima de Javier Cercas, publicada el año 2012 bajo la editorial Mondadori y cuyo título alude directamente a La frontera azul (The Water Margin, Toshio Masuda y Hajime Takaiwa, 1973), serie japonesa cuyos protagonistas también traspasan la línea del bien y del mal, convirtiéndose en proscritos.
Las leyes de la frontera plantea cierto aire de nostalgia de las ansías de libertad y rebeldía los 70 y un homenaje no solo al género -ya olvidado-, sino a las historias de juventud de Monzón pero desde el filtro de lo comercial, buscando un equilibrio sin llegar a ser una obra de añoranza de un mundo que ya no existe para una generación, con la finalidad de conectar con un target más amplio, planteando cierta mirada de bizarría a la novela de Cercas, siendo un filme entre la fábula y el realismo pero con ciertos aires de idealismo; un acercamiento al cine quinqui desde el siglo XXI que podíamos ver años atrás en obras como Volando voy (Miguel Albaladejo, 2006) o 7 vírgenes (Alberto Rodriguez, 2007).
Si algo hemos aprendido de esta película de (des)aventuras a modo de analepsis que fue presentada en la clausura de la 69ª edición del Festival de Cine de San Sebastián es que madurar de golpe a veces nos puede hacer sentirnos desubicados, poseyendo el deseo de explorar un mundo lleno de frenesí que nos puede llevar a trasgredir esa frontera porosa como la que existe en la Girona de 1978 proyectada hacia la Modernidad, la cual separa a la ciudad según sus clases sociales. Esa frontera que divide a los catalanes de los charnegos, esa zona límite entre dos mundos, entre el bien y el mal que tenemos que tener claro. Un momento vital donde nuestros primeros amores pueden hacer que nuestra vida cambie para siempre pero cabe recordar que nunca es tarde para cambiar y recordar quién eres, cuáles son tus raíces, eso sí, siempre que pertenezcas al lado bueno de la sociedad que puede redimirse, a ese puente de Sant Agustí que, a modo de estructura circular, nos presenta también una frontera física en esta obra de verdad incendiaria reposada que nos invita a reflexionar sobre el recorrido de un país que evoluciona y crece, pero que aún sigue arrastrando los fantasmas de un pasado castizo y oscuro con el que todavía hay demasiadas cuentas pendientes.
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