Nuestras gafas para mirar y entender África no nos sirven, están resquebrajadas de prejuicios e ideas manidas que convierten el continente en una foto fija, igual entre todos los países y fácilmente entendible desde nuestras certezas de que es un continente habitado por la guerra, el hambre, la pobreza y la enfermedad. Igual todo lo que creemos conocer es la mayor falacia jamás contada.
Laura Carmona
Publicado en febrero de 2017 en el Número 2 de la edición impresa
Cuando la memoria va a recoger leña, trae los troncos que más le conviene.
Birago Diop, a partir de un proverbio wolof
Es imposible negar el poder de los discursos para crear realidades. Al referirnos a África, se ha ido desarrollando una potente trama fáctica que ha consolidado imágenes y estereotipos en el imaginario colectivo difíciles de cuestionar o quebrar. Los numerosos discursos que a lo largo de los siglos se han ido desarrollando han legitimado e incluso propiciado prácticas como la esclavitud, la posterior colonización, la cooperación al desarrollo, actitudes paternalistas, racistas, además de servir para desarrollo de la ciencia y la interpretación de la Historia. África ha conllevado asociaciones desde occidente a lo negro, lo salvaje, lo bárbaro, lo violento, a la guerra, al canibalismo, al atraso, al subdesarrollo, a la magia, a la incultura, a la sumisión, a la pasividad, a la no historia, al eterno pasado. Tales ideas reproducidas una y otra vez no se deben, en palabras de Cheikh Anta Diop, a un efecto colateral y espontáneo de la ignorancia y el desinterés de los poderosos hacia los débiles, sino a una falsificación científica consciente, “… colmo de cinismo, se presentará la colonización como un deber de humanismo, invocando la misión civilizadora de Occidente cuya dura tarea consistiría en elevar al africano al nivel del resto de los hombres. A partir de ese momento el capitalismo se encuentra a sus anchas y podrá ejercer la explotación más despiadada al abrigo de pretextos morales…”.
A través de nuestros libros de Historia nada supimos de las primeras migraciones de la Humanidad, de las civilizaciones que se desarrollaron en África, del Imperio Etíope, de Ghana, de Malí, de las ruinas del reino de Zimbawbe, de las inscripciones de los anu datadas del cuarto milenio antes de Cristo, del alfabeto bamún, de las esculturas en hierro de Dahomey, la realeza Ashanti, del centro cultural medieval en Tombuctú, de la multitud de ciudades, grandes centros económicos, que han jugado un papel centralizador y difusor y de un largo etcétera en la historia africana desterrada al olvido.
Lugares comunes que desterrar
- Hablar de África como un único país. El continente contiene 54 países con múltiples regímenes políticos, tipos de estado, climatología, tradiciones y lenguas. Equivaldría a decir que conoces Europa porque has estado en Ucrania y debe ser igual que España.
- En África siempre hace calor. No, no siempre hace calor, hay invierno en la zona austral y si quieres tocar la nieve puedes escalar el Kilimanjaro o mirar sus cumbres nevadas en plena Tanzania.
- África es muy peligrosa: No, ir a África no es jugarse la vida continuamente. Hay democracias con constituciones más avanzadas que la nuestra. Pero imaginamos un África como los países en conflicto que vemos en los medios, Sudán del Sur, Somalia, República Democrática del Congo y República Centroafricana. Sin embargo, el último Índice de Paz Global sitúa Mauricio, por delante de España, Botsuana, Madagascar, Zambia, Sierra Leona, Ghana o Malawi entre los 50 países más pacíficos del mundo.
- Las guerras en África son étnicas: los conflictos africanos se deben a odios étnicos atávicos e irracionales, mientras que otros, como en el País Vasco o en Irlanda del Norte, se explican recurriendo a factores históricos de carácter político, social, económico o cultural. Los análisis no logran desprenderse de la imagen de salvajismo de los negroafricanos y de siglos de negación de su humanidad.
- África necesita que la rescatemos. Se reproduce tanto en los medios de comunicación como en los análisis de agencias de cooperación la certeza de la dependencia del continente africano del exterior. Una vez más África necesita de “nosotros” para desarrollarse y la pobreza se ha convertido en un negocio. Así, tachando a este continente de dependiente, se oculta que los africanos, en la actualidad, envían más dinero al continente que la Ayuda al Desarrollo, generando de manera abrumadora, los recursos de capital que, a la vez, sostienen su existencia y, además, buena parte de este capital es exportado al mundo occidental.
- Las mujeres en África no tienen derechos. La discriminación de género existe con las peores tasas de alfabetización, un alto índice de violencia sexual y prácticas brutales como la Mutilación Genital Femenina que desde la sociedad civil y los gobiernos se está trabajando para erradicarla. Además de parlamentos realmente paritarios, el continente cuenta con jefas de estado como Ellen Johnson Sirleaf en Liberia, Ameenah Gurib-Fakim en Mauricio o Joyce Banda en Malaui.
- La corrupción es endémica. Ciertamente hay corrupción y aunque no está entre las zonas más corruptas, la debilidad de sus estados los hace más expuestos a sus consecuencias. No obstante, países como Ruanda cuentan con una política anti-corrupción ejemplar, Botsuana se sitúa por delante de España ocho puestos en el ranking de transparencia, Cabo Verde, Seychelles, Mauricio, Namibia, Ghana o Senegal son los países menos corruptos según Transparency International.
Grandes falacias de la Historia
Los egipcios no eran negros africanos, sólo sus esclavos.
Ya los primeros viajeros señalaron con claridad la africanidad de Egipto. Heródoto en el siglo V a.C. afirmaba que la religión y la civilización egipcias tenían un carácter africano, distinto al resto de civilizaciones y con un papel fundamental en la constitución de la cultura griega. Sin embargo, en el siglo XIX se enfatiza desde la historiografía la incivilización de los negros y su salvajismo por lo que no cabía continuar hablando de la africanidad del pueblo egipcio, así los científicos e historiadores pasan a determinar que quienes desarrollaron la cultura egipcia antigua no eran pobladores del sur de Sudán, de los reinos nubios, sino emigrantes llegados al valle del Nilo desde varios lugares de Asia, que habrían dominado y sustituido a la población autóctona. A pesar de la falta evidente de testimonios que apoyen esta idea, la egiptología oficial se desarrolló sobre esta base, y consideró sin excepción a la civilización egipcia como un producto cultural no africano y carente casi por completo de vinculaciones con los pueblos negroafricanos.
La esclavitud no tuvo resistencia africana
Los africanos no fueron sujetos pasivos que aceptaron la trata sin oponer ninguna resistencia, ni fueron únicamente sujetos activos que se beneficiaron vendiendo a sus vecinos a las compañías blancas. Los estados negreros, gobernados por africanos que se aprovecharon del negocio de la trata no fueron una excepción, pero sus congéneres lucharon contra ellos, al igual que al otro lado del Atlántico, en la diáspora africana contra los blancos esclavistas. Las luchas de resistencia en el continente africano no fueron escasas. Casos como la “Guerra de los Marabouts” del siglo XVII, yihad que acabará creando un estado antiesclavista, o la revolución Tuculor del siglo XVIII y XIX, muestran como sucesivas yihads criticaban duramente la políticas esclavistas masivas de los dirigentes musulmanes.
La esclavitud fue abolida por cuestiones éticas
La abolición de la esclavitud va de la mano de un giro en los intereses económicos, no por un triunfo ético. África era un pastel a repartir entre las potencias europeas, pero la historiografía colonial insistió una y otra vez en la falta de interés en África y en las razones civilizadoras de su obra.
La colonización respondía a un afán civilizador. Los zoológicos humanos
Su lugar no estaba en la Historia de las Civilizaciones, sino en los zoológicos donde eran exhibidos. Los zoos humanos, como se denominaron a las exhibiciones de grupos de seres humanos “exóticos”, fueron montados en ocasiones de las grandes exposiciones europeas entre 1870 hasta 1931. Fueron así expuestos sin remordimiento, ya que su animalidad lo permitía.
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