«La Asistenta«, la nueva serie de Netflix que ha pasado desapercibida por el boom de El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021), nos hace testigos directos de la vida de Alex, una joven de 25 años que sale junto a su hija de dos años, Maddy, de una relación de control, aislamiento, abuso y maltrato psicológico por parte de su pareja alcohólica, Sean. Se trata pues, de un relato íntimo de curación y autodescubrimiento que empieza con una huida en mitad de la noche de la caravana donde viven a duras penas. Alex coge a su hija, los 18 dólares que tiene en el bolsillo y huye en su coche sin tener un plan fijo ni apenas un sitio donde pasar la noche. Desde el primer momento, ni sus propios amigos ni su madre la creen, solo piensan que está exagerando y que debe volver junto a Sean, pero Alex no da su brazo a torcer y trata de sobrevivir por su hija, el motor que la ayuda a seguir adelante. Es así como esta historia nos va formando un nudo en el estómago por su cercanía con la realidad, tomando ciertos aires de documental al estar basada en la desgarradora vida de Stephanie Land, autora de “Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive” (2019).
La lucha continua de Alex por conseguir un lugar donde vivir la lleva a un refugio para mujeres maltratadas y es, gracias a esto cómo nos damos cuenta de la dejadez de un sistema infradotado que solo presenta trabas burocráticas para ayudar a la gente sin recursos, ya que los trámites son demasiado enrevesados y los plazos demasiado cortos, explorando así la desigualdad social que plantea situaciones donde simplemente para acudir a una entrevista de trabajo necesita que alguien cuide a su hija pero a la vez, el sistema no le ofrece guardería porque necesita un trabajo, sin hablar de que dichos centros educativos del Estado son precarios y que para acceder a uno de calidad necesita vivir en un barrio que no se puede permitir, ya que tampoco los caseros aceptan el pago con cheques del Estado, demostrando una vez más que las redes de salvamento son necesarias, hecho que la historia de Alex, una historia de mujeres que dan la mano a otras mujeres, nos muestra. Pero esta injusticia social no se queda ahí, sino que también se presenta no solo en el hecho de la poca ayuda que cuenta en base a los problemas de salud mental que presenta su madre, sino en cómo debe demostrar que es una madre competente y que tiene recursos para poder conseguir la custodia frente a Sean, el cual reclama bajo un buen abogado pagado por su familia que Alex no se puede permitir. En este punto también podemos comprobar como legalmente la violencia psicológica no está condenada.
El atrayente guión fluye a la par que los personajes van evolucionando mediante diálogos cargados de sinceridad y planos cortos con cámara en mano que hacen que nos metamos por completo dentro de la historia y sintamos la misma claustrofobia y oscuridad que siente Alex en cada momento. «La asistenta» no solo nos habla del presente y del posible futuro de Alex, sino que también nos mete de lleno en su pasado para enseñarnos cómo creció en un hogar desestructurado con un padre alcohólico y maltratador y una madre con bipolaridad no diagnosticada que, al igual que Alex, también huyó, restaurando así un ciclo de trauma intergeneracional. Los personajes multidimensionales no solo ayudan a meternos aún más en la trama, sino que incluso llegamos a empatizar con casos que podríamos tomar en un principio como antagonistas, como Sean o Paula, encontrando tanto en ellos como en los personajes terciarios, una personalidad muy marcada que hace que ninguno pueda pasar desapercibido, tal y como ocurre con Regina o Denise. Como aspecto curioso de este relato cinematográfico encontramos que Alex y Paula, Margaret Qualley y Andie MacDowell respectivamente, no ejercen el papel de madre e hija en la pantalla sino que realmente lo son, siendo la primera de estas la que sugirió a la productora Margot Robbie su inclusión en el elenco.
Es así como en estos 10 capítulos cargados de alma y dolor vamos a ver a Alex siendo explotada como asistenta y ganando un sueldo ínfimo, pero, no tratándose de un drama al uso, encontramos que no dejan de colarse ciertas escenas de humor entre las rendijas, alejándose del tremendismo y presentándonos pequeñas dosis de resiliencia, lo cual transmite cierta alegría ante la adversidad ya que, no tenemos que olvidar que se trata de una chica joven y divertida que a veces se «pone cachonda» pero que tiene un miedo atroz a que la quieran de verdad, planteándose la pregunta y la finalidad que recorre su cabeza durante todo el relato: “¿esta es mi vida? Quiero tener un amor. Un amor de verdad”. Una situación que nos hace sentir un frío insoportable en el que las tonalidades azules toman importancia para reforzarlo.
Pese a ser una serie desgarradora, el tono utilizado y los recursos narrativos hacen de ella un relato absorbente creado por la dramaturga Molly Smith Metzler, sobre todo gracias a la interpretación de la protagonista, cuya mirada te conduce por todas las emociones y te transmite cierta esperanza incluso ante las recaídas y es que, es difícil cuando se sufre apego evitativo y numerosas heridas de abandono cortar los lazos de unión incluso cuando estos nos hacen daño, escena muy bien plasmada mediante distintos recursos de montaje cuando esta, erróneamente, decide volver a darle una oportunidad a Sean. Esta situación, nada inesperada si entendemos su vulnerable situación, nos hace darnos cuenta de que cuando nos acostumbramos al abuso, lo normalizamos, al igual que le pasó a Paula con el padre de Alex, al cual también nos vamos a encontrar, ahora como una persona distinta que trata de ser el mentor de Sean al identificarse con él. Este hecho nos hace sopesar la dificultad que tienen algunas personas para poder salir de ese círculo vicioso de dolor que encontramos en las situaciones de violencia de género, situaciones a veces que, a veces, al igual que la de Alex, están en la sombra y cuando tratan de salir a la luz y de escapar con escasos recursos y medios, no son creídas.
Poco a poco las escenas con tono frío se van llenando de una intermitente cálida luz; Alex finalmente consigue la custodia completa de Maddy gracias a que Sean se da cuenta que debido a sus problemas de dependencia al alcohol no puede hacerse cargo solo de su hija, ya que debe tratarse. Por ello, tras conseguir plaza para estudiar literatura en la Universidad de Montana, y, pese a que intenta que su madre se mude con ellas, la cual al principio accede emocionada, finalmente rechaza la oferta en el último momento. Así, la obra llena de elipsis y de saltos temporales nos lleva a la escena final donde podemos ver a Alex y Maddy montarse en el ferry camino a una nueva vida llena de libertad. Ahora, al contrario que al principio, sí sabemos a donde va y, ella también, su mirada ha cambiado por completo.
Tal y como la propia directora nos indica en una de sus entrevistas, esta vez en Vanity Fair US: “we all know an Alex. Some of us are an Alex, and we’re not telling anyone that we’re an Alex and we need help.”
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