Asamblea de Mujeres de Córdoba Yerbabuena
Publicado en marzo de 2017 en el Número 3 de la edición impresa
Si se pregunta a cualquier persona si se considera feminista, es fácil que mujeres luchadoras, con puestos relevantes en la vida pública o la empresa respondan con evasivas afirmando que creen en la igualdad y en la necesidad de luchar por ella pero…feminista, no.
Sabemos que 2016 acabó con una mujer asesinada y hemos comenzado 2017 con otra más. ¿Cómo puede haber personas que tengan reparos para nombrarse feministas, es decir, declararse partidarias de la lucha de las mujeres por sus derechos, entre ellos el de defender su propia vida y el de vivir libres de violencia?
¿Tendrá que ver con el estigma recurrente que ridiculiza, desacredita y crea una tipología de feminista “radical” que realmente nadie ha visto?
Ese estigma que se arroja sobre las mujeres que luchan de manera abierta por sus derechos no es inocente, no ha surgido porque sí. Tras de él está el núcleo duro de la sociedad heteropatriarcal que necesita, y en realidad depende para seguir existiendo, de que las mujeres sigamos aceptando la supremacía masculina y nos centremos, “como debe ser”, en los cuidados que necesitan las criaturas, los varones y las personas dependientes por diversos motivos, subordinando nuestras expectativas vitales y profesionales a esa “causa suprema”.
Tengamos claro que si la presión social (el estigma) nos impide declararnos abiertamente feministas estamos aceptando un ataque a la legitimidad de la lucha de las mujeres, que es la de la defensa de sus derechos, que son Derechos Humanos.
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