Los campos de batalla no son territorios alejados en los que quienes se juegan la vida son los actores armados. Los campos de batalla son las calles de todas las ciudades, de todos los pueblos, de todos los barrios. Espacios donde la gente corriente, las familias en pleno, ven en cuestión de horas como su forma de vida se dinamita y se impone la destrucción, la muerte, la huida a un lugar incierto donde poder tener la sensación de seguridad. Refugiados. Desplazados. Las guerras, todas, se marcan el objetivo de destruir al enemigo.
Y destruirlo material y emocionalmente. Destruir las casas, los puentes, las fuentes de energía, las escuelas, los hospitales. Todo vale. Vulnerar la legalidad internacional y el derecho internacional humanitario son elementos consustanciales a los conflictos armados.
Rusia ha desencadenado una guerra de consecuencias inciertas, que está provocando la destrucción del modo de vida de los ucranianos. El presidente Putin, por su parte, le echa un pulso a Europa, un pulso que empezó en 2014 con la anexión ilegal de la península de Crimea, y que continua a día de hoy con un conflicto armado devastador, que está impactando a nivel mundial.
Lo único alentador es un acuerdo de paz entre las partes y la función de la Unión Europea debe ser aunar esfuerzos para conseguir el cese de las hostilidades, utilizando mediadores que realmente tengan entidad para negociar lo que puede ser, posiblemente, una mala paz, que siempre será mejor que una guerra.
No es alentador bajo ningún concepto que Ucrania entre en la OTAN, ni que esa propuesta esté sobre la mesa; y mucho menos que, una vez más, EEUU enarbole la bandera de la democracia y los derechos humanos. No es razonable que los Estados Unidos de América sean el motor para articular las negociaciones de paz, un estado que ha fabricado guerras a su antojo (Siria, Afganistán, Irak o Yemen…), ocupando ilegalmente países, desestabilizado otros o promoviendo golpes de estado sangrientos.
Tampoco es muy alentador para la paz que la Unión Europea coordinase un envío de armas a Ucrania, cuyo coste supera los 450 millones de euros y al que España contribuye en buena medida. Armar a la población civil o reforzar el armamento de los ejércitos solo contribuirá a endurecer la escalada bélica y a aumentar exponencialmente el riesgo de violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
La Unión Europea tiene la posibilidad de ejercer de mediadora de paz en suelo europeo, una oportunidad que perdió en Bosnia y que en esta ocasión no debería dejar en manos de EEUU. La Unión Europea debe insistir en el diálogo, la negociación y la vía diplomática.
Como ciudadana de la UE me niego rotundamente a que se inviertan un solo euro en instrumentos para matar. Es inmoral. 450 millones invertidos en ayuda al desarrollo podrían paliar, por ejemplo, la crisis humanitaria que vive el Sahel, donde en este preciso instante al menos 8 millones de personas están en riesgo extremo de hambruna, se podrían evitar las masacres que se están cometiendo con total impunidad en la guerra silenciada que sufren Malí, Niger y Burkina Faso. Se podría evitar que miles de mujeres y niñas de la zona cayeran en las redes de trata de personas en su proceso migratorio huyendo del horror. Se podría evitar el reclutamiento forzoso de niños y niñas soldados. Incluso se podría evitar que aumentase el número de población refugiada o desplazada cuya cifra supera los 2 millones y medio, según el ACNUR y más de 600.000 refugiados, en su mayoría mujeres, niñas y niños. España es a día de hoy el 7º país exportador de armamento, siendo el destino de parte de estas armas estados y actores criminales que no respetan en ninguna medida los derechos humanos. Además, esta mercadería le resta garantías de credibilidad a la acción gubernamental, al poner en riesgo con estas prácticas la paz, la seguridad y el desarrollo humano.
No a la guerra
No al envío de armamento
No a la OTAN
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