Al ser humano se le identifica como Homo Sapiens (el ser vivo que sabe, que conoce, que es consciente de su vida), término que acuñó el biólogo Carl von Linné en 1758, para diferenciarlo del resto de especies animales. El siglo XX nos traería nuevas definiciones acordes con los estudios antropológicos y sociológicos, como Homo Faber (el ser humano que fabrica, el que trabaja) introducido por Henri Bergson, o el término Homo Festus referido a la condición festiva e inherente de la especie humana: allí donde hay ser humano hay fiesta. Un hecho tan distintivo y tan natural del ser humano como la razón. Las fiestas nos hablan de la vida de una comunidad, de sus costumbres, en las que la simbología, la capacidad transcendental del ser humano, es parte fundamental. Podríamos llegar a decir que las fiestas hacen comunidad y se hacen en comunidad, al punto que el antropólogo Marcel Maus llega a calificarlas como “hecho social total”. En ellas se representa lo político, lo económico, lo religioso, la organización social, la identidad de la comunidad, la estética… Las podríamos comparar con un caleidoscopio por su pluridimensionalidad.
Traspasado el siglo XXI, las personas que pensaban la incompatibilidad entre fiesta y modernidad han errado sus previsiones, como plantean los profesores de la Universidad de Valencia Antonio Ariño y Pedro García Pilán. Estos autores afirman que, por el contrario, hemos asistido a un proceso de consolidación y crecimiento de las grandes fiestas, incluso a procesos de recuperación de festividades en decadencia, y a la creación, exnovo, de nuevas formas de festejar. Aunque la estética de algunas nos resulte arcaica, se reinventan en la modernidad. El vestirse de nazareno en Semana Santa no representa para muchas personas un acto penitencial, sino un disfrute sensorial. Para los jóvenes, ir de cruces en los albores del mes de mayo no significa adorar a la cruz. Comen, beben y bailan alrededor de ella, convertida en el antiguo falo florido que fertiliza la tierra en la exuberante primavera. Al igual que hay fiestas que exaltan los sentidos, otras transgreden las normas sociales como el carnaval. Todas tienden a igualarnos ya sea vestidos de nazarenos, costaleros, flamencos, disfrazados o simplemente con un baile o una copa en la mano. La fiesta tiene un sentido orgiástico donde la comunidad sale a divertirse y a disfrutar por encima de cualquier otra consideración. Las fiestas nos hacen escapar de las obligaciones de la vida cotidiana. Recuerdo a mi querido amigo Enrique de Castro, un referente en la lucha por los jóvenes excluidos, definir a la Semana Santa andaluza como un orgasmo colectivo ante el despliegue de sentidos que embriagan al ser humano. Otra consideración a tener muy en cuenta sería las manipulaciones que la jerarquía católica y las administraciones públicas pretendan hacer de esta fiesta.
Un peligro que siempre han tenido las fiestas a lo largo de la historia es su instrumentalización y dominación por los poderes políticos, religiosos y económicos. El poder religioso siempre ha establecido una gran alianza sobre todo con los partidos de derechas y el poder económico. En Andalucía se da con mayor relevancia en Semana Santa, donde el escenario entre poder y contrapoder es más evidente. Una fiesta primaveral donde la ortodoxia y la heterodoxia se dan la mano, donde el poder jerárquico y vertical se opone a la dimensión vivencial y popular de la fiesta. La Semana Santa no deja de ser un fenómeno actual; aunque la fiesta se encubra de tradición está cada vez más secularizada. La mayoría de los participantes en este hecho religioso no son practicantes, siendo significativo el número de agnósticos que intervienen en esta fiesta primaveral. En Andalucía, además, las fiestas atraen al emigrante que marchó a otros lugares por motivos laborales principalmente. El desarraigo que les produjo hace que vuelvan para reencontrarse con su pueblo o ciudad, lo que les da a las fiestas un carácter identitario. Algunos sectores de la izquierda política y social les cuesta trabajo valorar las fiestas de raigambre religiosa, sus recelos no les dejan ver con claridad este fenómeno de fiesta total. ¿Acaso una saeta tiene que ser religiosa? ¿Acaso el mismo Alberti no se dirigió a la Virgen Macarena tratándola de camarada? ¿Acaso García Lorca no aprovechó su último viaje a Córdoba para ver procesionar a la Virgen de las Angustias?
En Córdoba, las dos Columnas de Hércules de sus fiestas son la Semana Santa y el Mayo cordobés. La fiesta más antigua es la Feria de mayo, que ahonda sus raíces en 1284 cuando el rey Sancho IV concede el privilegio al Concejo de Córdoba para que pudiera celebrarse una feria de ganado. La calle de la Feria fue escenario de aquellas ferias al ser uno de los espacios más amplios de la ciudad entre la Medina y la Axerquía. A partir de 1665 se traslada a los alrededores de la Puerta de Sevilla donde se erige una ermita a Nuestra Señora de la Salud. No sería hasta principios del siglo XIX cuando la feria se asienta en el Paseo de la Victoria. A principios del siglo XX se establece que la feria se celebre rondando el 25 de mayo. La feria pasó a su actual ubicación del Arenal, en el año 1994, después de dos siglos en el paseo de la Victoria.
A mediados del siglo XIX, siguiendo los pasos dados por Sevilla, la feria comenzará a tener un marcado carácter celebrativo por encima del ganadero. Desde entonces las casetas predominarán sobre los espacios dedicados a la venta de ganado. El estilo de la caseta cordobesa, a diferencia de la caseta sevillana, es más familiar, permite la apertura al público al ser montadas por asociaciones, colectivos, peñas, cofradías, sindicatos, estudiantes, asociaciones vecinales.
Anterior a la feria, el Mayo cordobés disfrutará de dos fiestas, las Cruces y los Patios. El origen de la fiesta de la Cruz se debió a la conmemoración del hallazgo por parte de Elena, madre del emperador Constantino, de la cruz de Jesucristo. Sin embargo, su origen es precristiano al darle culto al Árbol de Mayo o Palo de Mayo. Este culto al árbol ha sido común a las diversas tradiciones de los pueblos europeos: celtas, germanos, griegos, romanos, eslavos. Al igual que la Fiesta de Todos los Santos asimiló la celebración de Halloween para catolizarla, fiesta de origen celta que celebra la creencia de que los muertos caminaban entre los vivos, la tradición de la fiesta de la Cruz también travistió la fiesta del Palo. Hoy la fiesta de las cruces son una expresión de jolgorio juvenil que inunda las plazas del casco histórico de Córdoba.
El Festival de los Patios de Córdoba, único en el mundo, cumplió un siglo el pasado 2021. Fue en plena República, en el año 1933, cuando el concurso se estabiliza, presentándose un número considerable de patios y otorgándose mayores premios. Después de la guerra civil provocada por el Golpe de Estado de 1936, se recuperó la fiesta en 1944. Progresivamente fueron aumentado tanto el número de participantes como de premios hasta que fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional en 1980. Finalmente fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2012 por la Unesco.
Fiestas de muy diversa índole pero que todas tienen un denominador común: la diversión en colectividad, la emancipación del día a día, olvidar por unos días los problemas y las tensiones de la vida. La Semana Santa, de tener un marcado carácter penitencial, se convirtió, a partir de mediados del siglo XIX, en una fiesta de ciudades y pueblos, donde la diversión y el disfrute predomina en gran parte de la población. Las Cruces de mayo pasaron de la adoración a la cruz a pequeñas verbenas en plazas y lugares de la ciudad teniendo como principal protagonista a la juventud. Los patios pasaron de ser viviendas de las clases más humildes a ser un gozo contemplativo para las personas que los visitan, además de ser un reclamo turístico de primer orden para la ciudad. La Feria de mayo, de tener un carácter ganadero y comercial, a convertirse en el espacio de mayor diversión de la ciudad. Todas ellas suponen unos considerables beneficios económicos para la ciudad.
Traigo a colación el bello poema, titulado Sueño Infantil, que Antonio Machado le dedicó a la fiesta:
Una clara noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría
—era luz mi alma
que hoy es bruma toda,
no eran mis cabellos
negros todavía—,
el hada más joven
me llevó en sus brazos
a la alegre fiesta
que en la plaza ardía.
So el chisporroteo
de las luminarias,
amor sus madejas
de danzas tejía.
Y en aquella noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría,
el hada más joven
besaba mi frente…
Con su linda mano
su adiós me decía…
Todos los rosales
daban sus aromas,
todos los amores
amor entreabría.
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