Seguro que ustedes habrán visto más de una vez en un restaurante a niños y niñas. Normalmente pueden hacer 3 cosas: estar en la mesa comiendo tranquilamente (los menos), revoloteando y alboroteando (algunos más, propio de la edad) y calladamente interactuando ágilmente con un dispositivo móvil conectado a Internet (los más).
El efecto concentrador-estimulador que la pantalla genera provoca, entre otros resultados, que el infante esté más tranquilo y que sus padres puedan interactuar socialmente de una forma más calmada, próxima a su época pre-parental y atender con la debida tranquilidad a su hijo/a. Esto tiene también, una segunda derivada y es la «vis moris», es decir, la costumbre.
Si la generación a la que pertenezco se nos consideraba como «nativos digitales», estas generaciones a partir del año 2010 son directamente «cyborgs funcionales», en tanto en cuanto, nuestro acceso a la tecnología estaba mediado por dispositivos de interfaz compleja (teclado, ratón, mando), mientras que las nuevas generaciones vía los dispositivos táctiles, la realidad aumentada, la realidad virtual y las IAs integrarán de una forma más orgánica el uso de la tecnología en su vida, haciéndola casi imprescindible.
Este hecho, que de entrada es neutro éticamente, abre un abanico interesante de elementos para reflexionar, siendo el «transhumanismo» una estupenda corriente filosófica muy en boga para analizar la evolución de este fenómeno. Sin embargo, y aludiendo a elementos de responsabilidad-capacidad, el acceso a internet abierto conlleva por parte del usuario que accede una enorme carga de curiosidad, ánimo, aventura, pero también responsabilidad, criterio y prudencia, tres elementos que en la población juvenil e infantil están todavía en formación (y en algunos adultos también, pero «oh sorpresa», el haber pasado la barrera de los 18 les exime de la lupa con la que juzgamos a los y las jóvenes). Ante esta falta objetiva, el sistema suele preferir el ahorro de tiempo y esfuerzo y se centra en la limitación, la prohibición y la coherción del acceso a la información, sea cual fuere esta, en lugar de una vía más ardua como es la de la pedagogía.
Por que sí, en internet, hay muchísimo contenido e iniciativas para aumentar nuestro conocimiento y desarrollar nuestras capacidades, como también hay mutilaciones, atentados y espectáculos sexualmente explícitos.
Y sí, el marco judeocristiano en el que se desarrolla nuestra cultura vuelve al sexo un tabú, lo que aumenta el morbo de su contemplación y por tanto hace que las diferentes formas en las que se expresa la sexualidad humana, obviamente bajo consentimiento, sean las más negadas a la vez que las más consumidas.
Si van viendo el mapa que les planteo, si unimos los dos grupos estadísticos, formando un diagrama de Venn, vamos a encontrar que la posibilidad de que un niño o niña con un móvil y conexión a internet tenga acceso a contenido pornográfico es muy alto. ¿Qué hacer?
Opción 1: modelo prohibitivo. El contenido se hace privado 100% y su acceso está vedado salvo por suscripción y pago con tarjeta. No se permite a los y las trabajadores del sector tener cuentas en redes sociales que empleen elementos del campo comunicativo de la sexualidad y que se publiciten en ellos. Consecuencia: «puertas al campo», aumento de la morbosidad del contenido, y limitación del libre uso de la comunicación a los y las profesionales implicados. Se ataja la consecuencia de la situación, pero no sus causas. Una medida ciertamente conservadora, reaccionaria e inútil.
Opción 2: educación desde la escuela. Se mantiene el «statu quo» actual, y se deja a los y las profesionales de la educación toda la labor educativa en materia sexual desde la primaria y en secundaria, desde la libertad de cátedra de los y las profesoras, se habla de todos los elementos concéntricos a la sexualidad:
psicología, historia, fisiología, ética, civismo, respeto al individuo y al otro, prevención y gestión del embarazo, prácticas sexuales individuales, etc. Una opción que pone un parche, dado que es el profesorado, mayoritariamente científicos, psicólogos y clínicos, los que acometerán esta perspectiva. Puede ser útil si se tiene confianza en el cuerpo de profesorado y familias y administración les permiten desarrollar su oficio.
Opción 3: la educación empieza en casa. Sí. La charla. Sí, hablar y decir al niño, esto sí, esto no, respeta, lo que vas a ver, porque sé que lo vas a ver, es FICCIÓN, es GIMNASIA y lo que supone una relación sexual, es un acto de comunicación muy complejo entre dos o más individuos que establecen una serie de vínculos desde lo sentimental a lo intelectual pasando por lo festivo, pero que es una experiencia mucho más plena que lo que un vídeo de Xnosequé o yoqueséporn puede ofrecer. Lo que estás viendo, tienes que saber que se acerca más a «Los Vengadores» que lo que la realidad ofrece. De alguna forma, van a tener que aprender antes, pero eso no es intrínsecamente negativo.
La opción 3, si se combina en 3º de la ESO (14 años, y es la única opción de que este temario se imparta en TODO el currículo) con aspectos de la opción 2, creo, en mi modesta opinión, que es la más correcta. Pero es una opción muy complicada porque exige de parte de los padres, las madres y familia una enorme transparencia, corazón y didáctica, en el fondo, TIEMPO y COMPROMISO, y eso, no es es tan sencillo como dejar al niño o la niña con el móvil callado durante una cena.
Le preguntaba Luke a Yoda, «¿es el lado oscuro más poderoso, maestro?» y este respondía «no, es más rápido, más fácil». Con la educación, esto siempre es así, por eso, la educación en los profesores es un trabajo y en las familias, un deber.
Pero esto es sólo mi opinión.
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