José Manuel Matencio Ojeda.
Y ella, que quiere seguir contando, me dice:-Mi hermana la mayor trabajaba en las casas, mi madre también trabajó (sirvió, se decía entonces) con los Condes de Robledo que vivían frente de donde está la ZONA. Mi madre, después de vender la leche, no se iba a mi casa, se iba la casa de algún señorito a limpiar o a lavar ropa. Un día llegué a esta casa y fui donde estaba mi madre lavando, era un lugar lóbrego y húmedo por todas partes, mi madre estaba junto a la pila con un montón así-y lo señala, inabarcable para su cuerpo ya mermado- de ropa, ella que padecía de sabañones, tenía las manos moradas de lavar y de los sabañones. ¡Hasta que mi madre lavara ese montón de ropa…! yo me salí de allí llorando. -Y es que nos dieron por todas partes-termina diciendo.
Mi padre era una persona especial y, aunque no tengo recuerdos físicos de él por desgracia, he hablado con muchas personas que lo conocieron y todas han coincidido diciendo que era un persona muy lista y servicial, y, si alguien necesitaba su ayudaba, siempre estaba dispuesto. Tenía un cachillo de tierra, cuando se quedaba parado, enseguida salía a preguntar dónde había trabajo, y no le importaba lo lejos que estuviera el cortijo, allí estaba él; cuando no, se iba a buscar palodú y lo vendía; una vez le hizo unos zancos a mi hermano para que cruzara el rio, y le sirvieron para cruzarlo. Todo lo que te diga es poco.
Sabía tocar la guitarra y la bandurria (a nosotros nos decían “los Bandurrias por eso), así que era el músico del pueblo, y a todas las fiestas de los cortijos lo invitaban para tocar y, casi siempre, se sacaba unas pesetillas.
Desde Santa Cruz, estuvo 2 o 3 años viniendo al Conservatorio a aprender solfeo y guitarra, también aprendió a tocar el violín. Los recuerdos de mi padre los tengo muy frescos, aunque, posiblemente sea, por repetidos y por el deseo de no olvidar su memoria.
Un día-y viene otra anécdota a su mente-, jugando con mi hermana mayor (esto fue en Santa Cruz), estábamos muy cerca de una pila en Ategua, vamos al “lao”, cerquita teníamos el arroyo y las dos dijimos: porqué no cogemos y vamos a lavar la ropa?. Dicho y hecho. Nos fuimos a lavar la ropa, nos pusimos “peludas” y lavamos nuestra ropa, llegó la noche y la ropa estaba todavía chorreando (lo dice riendo con una cara infantil de niña de 7 u 8 años). Como ves también tengo recuerdos para reír-dice-.
El hambre, que nunca se despedía de nosotros, estaba siempre presente en nuestras vidas. Un día, íbamos a buscar trigo en la rebusca por esos campos de Dios, y es que, cuando se segaba el trigo, se quedaban espigas en algunas matas y otras que caían por el suelo, nosotros, pacientemente, las recogíamos, no sin recelo temiéndole al guarda o a la guardia civil. ¿Sabes lo que hacíamos con ellas? Las echábamos en agua por la noche, y por la mañana, con una teja con una mano, se le quitaba muy bien la piel al trigo, eso, para nosotros, era como un manjar. Mi madre lo guisaba con un poquito de aceite y algo más (que no recuerdo), y era la mejor comida que teníamos en Santa Cruz.
En esto de la rebusca, tuvimos suerte de que no nos cogiera nunca la guardia civil, pero cuando íbamos a rebuscar y, como sabíamos que la guardia civil te cogía y te pelaba, mi hermana me contaba que yo iba llorando “to el rato”, y dice, que parecía un cencerro, y es que de pensar que me pelaran como aquella mujer que salió del cuartel pelada y con su pelo en el delantal, nada más pensarlo, me moría. Y esta mujer, por esto y por más cosas que pasaron, murió a los pocos días, se llamaba Benilde, yo la vi muerta también cuando me asomé a la ventana de su casa. Así que cuando pusieron a mi madre a barrer en la plaza, pensé, que después vendría todo lo demás. Y es que siempre tenía motivos para llorar
Otro día en la rebusca, había cogido una taleguita de patatas, que eran trozos de patatas nada más, de una tierra que había sido de mi padre, a eso que llegó el sobrino del alcalde y nos las quitó de la talega ¿Qué poca conciencia tuvieron, verdad?, y Remedios clava su mirada en la mía buscando una aprobación a su pregunta.
De Santa Cruz, no tengo buenos recuerdos, solo los recuerdos infantiles de mi casa me reconfortan y me reconcilian con aquel pueblo y con aquel paisaje. Toda esta historia de penas, hambre, terror y miedo, que nos hicieron pasar, solo buscaban que el olvido se apoderara de nosotros, y…, casi lo consiguen. Consiguieron que me avergonzara de mi padre y que a él no lo nombrara nunca, nunca, nunca.
Cuando me integré a la Plataforma, empecé a hablar y a respirar. Por eso hablo ahora tanto, porque he estado mucho tiempo “callá”, llorando, “más que tó”, llorando. Mi hijo me dice que me asusto de “tó” y es que soy “mu” asustona, eh!; y es que lleva razón, tengo el miedo “metío” en el cuerpo”, y es que, cada vez que hablo, vuelven a venir a mi pensamiento de cuando empezó la guerra, de cómo empezaron los trigos a arder, las balas a oírse y sentirlas. El espanto se apoderó de nuestras vidas; o aquel otro día que íbamos andando “pa ya”(y Remedios hace una señal con su mano indicando una dirección), donde iban pasando unos camiones, y mi hermana mayor, como yo lloraba tanto, me cogió y me tapó la boca. Yo creía que me iba a ahogar. Otro día pasó igual, pasaban unos militares, nos escondimos en un trigal, de nuevo mi hermana me tapó la boca para que no se oyera mi llanto, y yo, de nuevo pensaba que me ahogaba. “¡No llorao na en toa mi vida”-dice-!. Por eso ahora no quiero llorar más, es hora de pelear- sigue diciendo Remedios-, esta mujer menuda de 86 años largos y con una mirada que sale reluciente de sus ojos, ya pequeños, pero en este momento, luminosos
Ni mis hermanos, ni mi hermana mayor, han querido saber nada de lo que estoy haciendo y diciendo. Mi hermana me decía:- que yo no sirvo, Remedios-, y yo le digo que la gente sirve “pa lo que quiere”. Yo no he hablado nunca y ahora hablo por diez. Pero es de esto…, de vivir. De querer vivir. No podemos morir estando vivos. Quiero decir todo lo que pasé y nos hicieron pasar. Y es que yo me sentía “humilla” por esos señoritos y señoritas que, después, se daban tantos golpes de pecho, pero que les importaba un comino que nos muriéramos de hambre; no tenías que comer, dormías en el suelo y, además, estabas con un miedo horroroso por el pánico que representaba la guardia civil; pero cuando iba al campo me sentía libre por lo menos. Allí, si no era feliz del todo, me sentía libre. Pero aquí (se refiere a Córdoba), no, aquí era el señorito este, la señorita la otra, que si llévale esto al señorito, que si…, y es que a los señoritos había que respetarlo, aunque trabajaras en su finca y tuvieras que dormir en el suelo.
Cuando había racionamiento, ni mis hermanos ni yo probamos nunca el chocolate, ni el azúcar, ya que mi madre lo cambiaba por garbanzos, habichuelas o lentejas. Remedios que sigue con el mismo ímpetu y con algo de rabia,- dice y nos cuenta:-Yo tenía 3 primas, estando con ellas, las arreglaban, les daban para merendar chocolate, y ellas me decían: mira prima chocolate (me lo enseñaban y a la vez se burlaban) y se comían el chocolate para que yo lo viera. Mientras, mi hermano y yo, que estábamos levantados de madrugada y con un vaso de leche, nos mandaban a guardar marranos y cabras al campo durante todo el día. Y eran de nuestra familia los que hacían esto.
Mi abuelo, que debería haber cuidado de su hija, no le importaba que ésta durmiera en el suelo del pajar, donde estaban las bestias que utilizaba para las faenas del campo. ¡Allí, en un montón de paja y con solo una manta!. Si queríamos pasar del pajar a la cocina, teníamos que cruzar un patio en invierno o en verano. Su padre, mi abuelo, podía haber dicho de poner dos camas en el pajar aunque fuera, pero no lo hizo nunca. Sería porque nosotros éramos los pobres, los apestados, los perdedores…
Siendo mi Julián todavía pequeño, fui a Madrid para que le trataran una alergia en la Clínica de la Concepción; un hermano de mi marido vivía allí y tenía un cargo importante en los Ministerios. Su suegra vivía con ellos, y “retorcía” sí que era. En una ocasión, sin venir a cuento, me dice: Remedios, ¿tú tienes madre y padre? Tengo madre-contesté-, y padre?-siguió preguntándome-, avergonzada le dije:-no a mi padre lo mataron-. Y por qué-volvió a preguntarme-, no lo sé-le dije- Ella me contestó despóticamente:-pues yo si lo sé. Le tenía que haber dicho, porque fueron unos asesinos, pero no fui capaz. ¡Pero es que tenía tanto miedo!
Si los hubieran matado en el frente, luchando, yo estaría diciendo, bueno, los mataron luchando. ¡Que valientes! Pero es que no lucharon, no les dieron la opción de luchar. Y es que me desespero de pensar ¿por qué no les dio tiempo a luchar?. Si es que en el pueblo había 4 casas y media y cuatro chozos sin importancia, y no sé si sabrían si había empezado la guerra o no. Pero los falangistas, sí que lo sabían, ya que iban buscando, casa por casa con una lista en la mano.
Y es que aquello es de la Zona Agraria (supongo que se refiere al terreno que su padre recibió como consecuencia de la Reforma Agraria llevada a cabo por la República) y mi padre fue uno de los afortunados que recibieron, con la implantación de la Reforma Agraria, alguna tierra de la que poseía, tierras que eran alquiladas del Cortijo de la Reina y que pertenecía al Estado.
Al Presidente de la Zona Agraria, lo sacaron de la casa de una mujer, donde se había escondido, y ésta, lo delató diciendo que estaba en su casa. Era uno de los que estaban en la lista negra para eliminar.
Alguien me contó-vuelve a decir Remedios-que, cuando se llevaron a mi padre en un camión como al que lo llevan al matadero, le acompañaba el alcalde de Falange, lo vio una mujer que a ella le decían “cagachinas”, y, cuando éste vino de vuelta, ella le preguntó ¿Qué has hecho con ellos, canalla?. Yo me he tirado del camión, le contestó, pero nadie le creyó. ¿Que se ha tirado del camión y mi padre se ha quedado allí? No puede ser. Si fuera cierto, mi padre se hubiera tirado también. Todo el mundo me decía, cuando hablaba de él, que era “mu valiente y “mu echao palante”. Así que este embuste, no me lo creí. Luego supe que este falangista era uno de los fascistas que llevaba la lista de las personas que había que apresar.
De mi hermano mayor, lo que tengo que decir, es que venía a la escuela nocturna a Córdoba en bicicleta. ¡Que había que tener valor y ganas de aprender para hacer tal sacrificio!. De mi padre ya te he hablado todo lo que se dé el, que, aunque no sea mucho, tengo un recuerdo imborrable, ya que tuvo que ser un hombre excepcional, que sabía música, que alegraba la vida para los demás y también para él, que era un hombre estudioso, ya que venir desde mi pueblo a Córdoba al Conservatorio, decía mucho de él; que era un hombre adelantado de su tiempo, sin lugar a dudas. Nos dejó como recuerdo una brújula que había comprado para su uso, una cosa así, no era normal en un hombre de campo, pero lo que te digo, fue un hombre que se adelantó a su tiempo, y su tiempo, tuvo una respuesta trágica para todos estos hombres.
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