José Moral González.
Que “microplásticos” haya sido considerada la palabra del año 2018 es algo que nos debería provocar preocupación y reflexión. Preocupación porque ya hay estudios que demuestran que esas diminutas partículas procedentes de todo tipo de compuestos plásticos aparecen en los análisis tanto de los peces que consumimos, como en la sal, o en las heces de los propios seres humanos. Y reflexión porque todo ello debería hacernos cuestionar el modelo de vida que estamos desarrollando y, sobre todo, la hipoteca tóxica que vamos a dejarle en herencia a las siguientes generaciones. Pero hay más, todos sabemos que hay bastante más, y ya ni siquiera nos queda mirar para otra parte porque allá donde enfoquemos la mirada (en la tierra que labramos, en el aire que respiramos o en el mar) encontraremos las mismas señales de contaminación o de alteración a causa del cambio climático. Ya solo nos queda cerrar los ojos, algo a lo que parece invitarnos la mayor parte de la clase política que nos gobierna y que, como una fatalidad aceptada, seguimos eligiendo.
“Se equivocó la paloma, se equivocaba…”, estos versos de Rafael Alberti alcanzarían hoy otra dimensión distinta de la poética porque, según vamos constatando, son otros muchos seres vivos los que parecen equivocarse. Algunos de los que tenían que emigrar ya no lo hacen, otros que llevan milenios subsistiendo en determinadas zonas del planeta comenzamos a verlos en latitudes en las que, en teoría, no podrían sobrevivir, y hasta algunas plantas parecen haber enloquecido germinando o floreciendo antes o después de cuando se supone les correspondería. Además, para corroborar todas estas alarmantes señales del deterioro ecológico que estamos provocando ya no hacen falta rigurosos estudios de National Geographic o Greenpeace, cualquier persona relacionada con el campo puede dar fe de estas anomalías. Incluso cualquier persona de cierta edad puede ser un testigo de los significativos cambios producidos en las últimas décadas.
“Se equivocó la paloma, se equivocaba, por ir al norte fue al sur…”, versos que también se podrían recitar a la especie humana, que parece haber perdido el norte o no saber qué dirección tomar. Deambular errático que nos acerca cada vez más a ese intuido precipicio que, sin embargo, parece no provocar reacción alguna, mientras seguimos ingiriendo nuestros propios desechos, nuestra propia basura, nuestros propios venenos: como los microplásticos u otras partículas tóxicas procedentes de compuestos químicos con los que tratamos la tierra o arrojamos al mar, en los alimentos que tomamos; como partículas de plomo y otros elementos químicos nocivos, en el aire que respiramos; o como los estrógenos sintéticos, en el agua que bebemos. Dicen que somos aquello de lo que nos alimentamos, pues bien, ahora también somos plástico.
Uno de los países donde la concienciación ecológica se ha ido despertando es Alemania, con “Los verdes” como una de las fuerzas políticas que más votos cosecha. Aquí, en España, por desgracia, los partidos de corte ecológico apenas si obtienen una representación testimonial.
Cuestión que me evoca una de las sabias frases que nos dejó Gandhi: “más que los actos de los malos me horroriza la indiferencia de los buenos”.
Según dice uno de los últimos versos del poema de Rafael Alberti, también se equivocaba la paloma al considerar “tu corazón su casa”; y yo me pregunto: ¿también en ésta cuestión se equivocó la paloma, se equivocaba? Creo que en estos tiempos al propio Alberti no le importaría que su paloma anidara en otros versos, como en los de Lorca, para decirnos a todos “verde, que te quiero verde”.
*Simpatizante de EQUO
Ilustración: Bernardo Fuentes Aparicio.
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