Islas Marshall es un pequeño estado en medio del Pacífico, formado por un precioso conjunto de atolones e islas de apariencia paradisiaca. Con playas bañadas por aguas de intenso color turquesa y una naturaleza exuberante, sus habitantes podrían haber disfrutado una vida apacible en tan idílico entorno. Pero no ha sido así. Muchas de estas islas son actualmente inhabitables como consecuencia de las explosiones nucleares que Estados Unidos estuvo haciendo en ellas ente 1946 y 1958. Por el mero interés de probar la aplicación y efectos de las bombas atómicas, retiraron por la fuerza a los residentes de los atolones Bikini y Enewetak. Ahora las islas están llenas de desechos nucleares y emiten una radiactividad 1.000 veces superior a la que se registra en el entorno de las centrales nucleares de Chernobyl y Fukushima. Estos casos se debieron a funestos accidentes, aquellos a una destrucción criminalmente deliberada. Según un riguroso estudio de investigadores de la Universidad de Columbia publicado el pasado mes de mayo, la contaminación de aguas, suelos y frutas en todo el archipiélago supera muchísimo los niveles admisibles y permanecerá así durante siglos.
Otras muchas islas del Pacífico sufren las mismas consecuencias devastadoras de los ensayos de armas atómicas llevados a cabo durante décadas por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Igual sucede en territorios de Kazakhastán y del océano Ártico a consecuencia de las pruebas realizadas por el ejército de la antigua URSS y sucederá en otros lugares del planeta por los ensayos nucleares de China, Corea del Norte y quién sabe qué otros países embarcados en esta mortífera espiral.
En Andalucía sufrimos muy cerquita el peligro de las armas atómicas. En la localidad almeriense de Palomares cayeron en 1966 cuatro bombas termonucleares, por el accidente del avión estadounidense que las transportaba. La rotura de dos de ellas al estrellarse contra el suelo provocó la contaminación por plutonio de una gran zona que aún permanece así, vallada y asolada, rodeada de ocultamiento y falsas noticias. El gobierno americano aún no ha asumido la limpieza y descontaminación de la zona y mucha documentación sobre el caso continúa clasificada como secreto de estado. En las bases militares de Morón y Rota los misiles atómicos circulan tranquilamente transportados por aviones y barcos del ejército de Estados Unidos. En Gibraltar repostan y son reparados los submarinos de la armada británica con su correspondiente cargamento de bombas atómicas.
El arsenal de armas atómicas actualmente operativas en el mundo tiene potencia para destruir miles de veces la Tierra y encima todos los años se invierten millones de dólares en su mantenimiento y modernización. El peligro se hace más evidente cuando la decisión de usarlas depende de dirigentes con tan poca ética como sensatez, provocadores y belicistas, dedicados a avivar los conflictos internacionales, como está sucediendo entre Estados Unidos e Irán.
En julio de 2017 la ONU auspició un Tratado Internacional sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que suscribieron 122 estados de todos los continentes. Su texto es clarísimo al prohibir la fabricación, realización de pruebas y adquisición de todo tipo de armar nucleares. Igualmente prohíbe que los estados utilicen o amenacen con usar armas nucleares así como que permitan la instalación o despliegue de las mismas en su territorio. Lógicamente, se opusieron a este acuerdo Estados Unidos, Rusia, China y otros países con arsenales atómicos. Lo indignante es que, en una nueva manifestación de vasallaje al imperio estadounidense, fueron secundados por los países de la OTAN, incluido el gobierno de Mariano Rajoy, que también votaron sumisamente en contra del Tratado. El gobierno socialista de Pedro Sánchez ha mantenido esta misma posición.
En estos días se cumple el 74 aniversario del bombardeo atómico a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, una horrible masacre que ha dejado cientos de miles de víctimas y abrió una época de terror nuclear que la Humanidad aún no ha sido capaz de cerrar. La única forma de hacerlo es, desde luego, eliminar para siempre todo tipo de armas atómicas. Ya hemos visto que las grandes potencias no tienen ningún interés en hacerlo porque mantener la tensión mundial afianza su poderío y el negocio de la guerra proporciona suculentos beneficios al lobby industrial-militar. Los gobiernos cobardes y serviles de España y otros países europeos nunca van a oponerse a esos intereses. Salvo que les obliguemos a hacerlo, esa es nuestra responsabilidad ciudadana.
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