Eduardo Garzón Espinosa.
Publicado en la edición en papel de Paradigma. Número 11. Anuario 2018.
La Renta Básica Universal y el Trabajo Garantizado persiguen el mismo objetivo esencial: garantizar la existencia material de todo el mundo. Sin embargo, tanto el enfoque filosófico-ideológico que utilizan como los medios que plantean para alcanzar dicho objetivo difieren notablemente entre sí. Con la primera de las medidas se trata de que el Estado garantice a cualquier persona una cantidad determinada de renta monetaria para que ella la utilice como mejor crea conveniente. Con la segunda, se trata de que el Estado garantice a cualquier persona la posibilidad de trabajar de forma indefinida y remunerada en una serie de actividades social y ecológicamente útiles. Como se puede constatar, aunque el objetivo quedaría resuelto con cualquiera de las dos vías, las diferencias que existen entre ellas no son menores.
Por un lado, la Renta Básica Universal sólo ofrece dinero, lo cual lo convierte en una medida relativamente sencilla de aplicar: basta con diseñar y poner en marcha una reforma fiscal, tener una lista de todas las cuentas bancarias de los beneficiarios, y realizar transacciones periódicamente. Se estima que en unos pocos meses, existiendo suficiente voluntad política, la medida podría materializarse. En cambio, el Trabajo Garantizado ofrece dinero y un empleo a quien lo solicite, lo que complica bastante su materialización: hay que reclutar a todo aquel que quiera trabajar, diseñar nuevas actividades social y ecológicamente útiles, asignar a cada participante una de esas labores, otorgar formación en caso de que sea necesario, facilitar medios y recursos, desplegar mecanismos para controlar que el trabajo se realice adecuadamente y también para sancionar a aquellos que se desvíen de las reglas marcadas, y finalmente efectuar el pago correspondiente. Sin duda, harían falta mucho más de 5 meses para otorgar un empleo a toda persona que quisiera trabajar.
Pero la dificultad va asociada a las prestaciones que ofrece cada medida: la Renta Básica es sencilla de implementar, pero sólo ofrece dinero; el Trabajo Garantizado es complejo de poner en marcha, pero no sólo ofrece dinero, también ofrece formación, conocimientos, participación en la vida pública, reconocimiento laboral y social, experiencia profesional, nuevos contactos, sensación de ser útil en la sociedad, creación de nuevos bienes y servicios públicos, mayor riqueza social y ecológica, etc. Y todo ello repercute de una forma muy positiva tanto sobre los beneficiarios como sobre el resto de la población y sobre el planeta. Recuérdese que, como dice el premio nobel de economía Amartya Sen, la pobreza no es sólo la ausencia de un ingreso monetario, sino la incapacidad de socializarse, de formar parte de la vida comunitaria, de participar en la comunidad, etc. Relacionado con esto resulta interesante recordar lo que declararon los beneficiarios de un programa parcial de Trabajo Garantizado en Argentina durante los primeros años del siglo XXI: frente a la pregunta sobre qué era lo que más les había gustado del programa, la respuesta de “recibir un ingreso” se situó en quinto lugar, por detrás de la de “poder hacer algo”, “aprender”, “ayudar a la comunidad” y “trabajar en un buen ambiente”. Sin duda, trabajar es mucho más que obtener un ingreso.
Ni que decir tiene que una medida no tiene por qué estar necesariamente reñida con la otra: se puede garantizar una renta monetaria a todo el mundo y también la posibilidad de trabajar por el bienestar comunitario. El debate giraría probablemente en torno a determinados elementos de las medidas como el nivel monetario o las actividades a realizar, pero lo que más me interesa señalar aquí es el enorme potencial de combate contra la pobreza y la exclusión social que supone participar en actividades laborales que redunden en beneficio comunitario y medioambiental. Una Renta Básica sin Trabajo Garantizado quedaría muy coja, así como un Trabajo Garantizado sin algún tipo de renta básica resultaría claramente insuficiente.
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