Andalucía existe tras la campaña electoral, aunque las cámaras y micrófonos hayan regresado a sus sedes centrales en la M30. Se equivocaba Protágoras cuando decía que “el hombre es la medida de todas las cosas”. No: es Madrid. El Zendal, el IFEMA o el Wizink Center son los espejos donde mirarnos desde la periferia. También en política. Y de ahí el estado catatónico en el que sigue sumida la izquierda centralista tras la debacle electoral en Andalucía, esperando a que desde Madrid le expliquen lo ocurrido.
En el siglo XXI, las campañas electorales importan y mucho. De ahí el empeño obsesivo de la coalición encabezada por IU de marginar en cualquier ámbito público o mediático a Adelante Andalucía. Hasta de las paredes. El que no pudiera conseguirlo de los debates entre los candidatos y candidatas a Presidencia, a mi juicio, fue una de las claves para entender lo ocurrido en estas elecciones, tanto por la visibilidad obtenida por Teresa Rodríguez, como por la ubicación y la imagen que trasmitieron los partidos intervinientes. Quede claro que estos debates no son determinantes en campaña, especialmente cuando existen fenómenos sociales que trascienden de los medios de comunicación convencionales, como ocurrió con la irrupción de Podemos o de la extrema derecha en anteriores elecciones andaluzas. Solemos ser punta de lanza sociológica de lo ocurrirá, y no estaría mal que empecemos a darnos cuenta. Intentaré a continuación lanzar algunas reflexiones sobre lo ocurrido en esta campaña y sus secuelas. Sobra decir que son personales, desde mi independencia intelectual y el respeto a todos los partidos de izquierda, obtuvieran o no representación. Eso sí, soy y seré andalucista.
La primera es demoledora: los partidos que surgieron para impugnar el bipartidismo, Ciudadanos y Podemos, ya no están o su presencia es irrelevante en el Parlamento de Andalucía. Y los dos han muerto por la misma razón: decidieron ser muletas de PP y PSOE, respectivamente. Quien quería que siguiese gobernando Moreno Bonilla, votó al PP. Y quien no quería que volviera a gobernar el PSOE, no votó al PSOE ni a la coalición encabezada por IU que, antes y durante las elecciones, planificó su estrategia para replicar en Andalucía el pacto de gobierno del Estado. Craso error pensar que en política el presente se perpetúa más de un día, que el futuro se puede leer como las líneas de una mano, y que se puede arreglar el Sur desde el Norte porque al final se pierden el Norte y el Sur.
Hubo un momento en el debate electoral donde estas relaciones de dependencia quedaron al desnudo. Juan Espadas y Moreno Bonilla se enzarzaron sobre la financiación autonómica de Andalucía, culpándose entre sí sobre incumplimientos de antes y ahora. Entonces tomó la palabra Teresa Rodríguez y dijo: “el problema es que los dos tenéis razón”. El bipartidismo discutía ante el silencio cómplice de Ciudadanos y Por Andalucía, revelando su condición subalterna. La extrema derecha tampoco abrió la boca porque nada tiene que decir quien niega nuestra autonomía. Y fue el andalucismo de izquierda quien soltó el sopapo a los dos, evidenciando a la audiencia que no debe pleitesía a uno ni a otro.
La segunda reflexión tiene que ver con otro tipo de tutelaje: el de Madrid. O dicho de otro modo, la capacidad de los partidos para simbolizar Andalucía, representar y defender nuestros intereses sin mirar arriba. A mi juicio, sólo lo consiguieron Moreno Bonilla y Teresa Rodríguez. Un momento del debate resultó esclarecedor. El Presidente de la Junta de Andalucía presumió de ser el único de los intervinientes que no precisaba de permiso alguno que viniera allende Despeñaperros, y sobre la marcha rectificó y dijo: “Bueno, Teresa Rodríguez tampoco”. En esa escena quedaron retratados todos los demás. Y no era más que la constatación de lo que había ocurrido durante toda la campaña.
A diferencia de otros tiempos, el PSOE no apeló al voto de los andaluces como Partido de Andalucía, sino a sus militantes, a sus antiguos votantes, pidió el voto socialista, el del pasado, y se equivocó. Porque en Andalucía existe un voto conservador (al que algunos llamaron “cautivo”) que se limita a respaldar a quien gobierne, esté quien esté, para quedarme virgencita como estoy. Recuerdo una entrevista a un líder vecinal al que preguntaron sobre su opción política y contestó: “Nosotros no nos metemos en política. Votamos a quien manda”. Pues este voto “apolítico” y “conservador” que antes iba para el PSOE, ahora se ha marchado con Moreno Bonilla que no ha dado un ruido y pareciera no haber roto un plato. Pero sí hizo algo con extraordinario rédito: envolverse en la bandera andaluza. Mientras en los mítines del PSOE ondeaban banderas rojas del partido con la añeja melodía del partido, y en los de la extrema derecha sólo banderas españolas, los mítines de Moreno Bonilla estaban llenos de banderas andaluzas, salpicadas con algunas rojigualdas, mientras sonaban canciones de Manu Carrasco. No apelaba al pasado, sino al presente, a clases medias y bajas que se creen medias, que se sienten orgullosas de ser andaluzas, y así lo dijo al dar las gracias a los asistentes, sin corbata, a pie de pista, con una Arbonaida entre las manos, como uno más. El mismo que felicitó la navidad en la barra de un bar con una cerveza.
La batalla simbólica es crucial en Andalucía. Y la coalición encabezada por IU fue la peor parada, sin lugar a dudas. Eligió el blanco para la cartelería e imagen de campaña. A veces las cosas no son lo que parecen, sino que parecen lo que son. Y Por Andalucía parecía la marca blanca del PSOE. Tengo una legión de amigos y amigas que pertenecen o votaron a esta coalición, y que no se sintieron representados por este color nada, o que me confesaron haberlo pasado mal en mítines como el de Córdoba donde no hubo banderas andaluzas y sonaban canciones de hace 50 años. Todo lo contrario de lo que hizo Adelante Andalucía que supo captar esta sensibilidad estética y coserla a esta corriente creativa, joven, fresca, moderna y andalucista, en cada meme, en cada tuit, en cada vídeo, en el mismo debate. Y lo hizo sin confrontar, pidiendo el voto a las izquierdas, las que fueran, consciente que se había ganado un espacio propio e identificable.
He escrito mucho sobre el manido discurso de la unidad de la izquierda. Por cierto, la misma que existía antes de romperla. Mientras el UP de Pablo Iglesias decidió confrontar con todas sus confluencias en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas del Estado, en Andalucía se consiguió una fórmula de consenso a la que criticaron desde Madrid por sus malos resultados creyendo que el pasado se conserva en formol para siempre. Resultó todo lo contrario: fueron los mejores hasta hoy. Pero el problema era Teresa Rodríguez y Susana Díaz. Ninguna pactaría con la otra. Había que acabar con este invento de aspiración autónoma y, después de expulsar a la mayoría del grupo con las peores artes posibles, aprovechando la baja maternal de su portavoz, culpan a otros de su fiasco electoral: cinco diputados. Uno de Más País, que rompió con Podemos por pactar con IU y ahora pacta con IU sin Podemos, escaño que jamás habría conseguido en solitario y que consigue en los despachos después de flirtear con otras marcas por un puesto de salida. Tres de Podemos que no forman parte de la coalición por la desastrosa gestión desde Madrid, llegando tarde al Registro. Uno de IU y ninguno del PCA por primera en la historia de nuestra democracia. Un bochorno en toda regla del que sólo esta coalición es responsable, con el agravante de haber manchado de derrota a Yolanda Díaz por el camino al hacerla bajar para evitar el naufragio.
Y ni la unidad ni esta chapuza tienen la culpa del fracaso del PSOE y de la izquierda centralista. Las razones son otras, bien profundas, y tienen que ver con la pérdida de conciencia de clase y la carencia de un discurso político solvente. De estas elecciones andaluzas ha resultado ganadora la derecha. Sin duda. Y se ha abierto la puerta al andalucismo. Ahora toca que la izquierda vaya a los barrios más pobres, a los más cercanos, se olvide de Madrid, se arremangue y deje de vivir de réditos del pasado o campañas de marketing. Y por supuesto, que deje de romper lo que funciona porque, como dice mi padre, lo que no está roto está nuevo.
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