Una casa para el feminismo
Presentación realizada en la inauguración de la Casa de la Igualdad
Elena Cobos Ruiz, Presidenta Asociación Cultural Andrómina
Publicado en Noviembre 2017 en el Número 8 de la edición impresa
Según mi opinión, uno de los recursos democráticos más importantes es la libertad de asociación. Máxime cuando para mi, uno de los problemas de la democracia es el individualismo. En una democracia las asociaciones protegen los derechos de las minorías, les dan voz y consistencia y fortalecen tanto social como individualmente a sus integrantes.
En una democracia cada cual es independiente, pero esa independencia también lo debilita, sólo asociándose con otros podrá oponer sus opiniones a las de la mayoría y tener mayor protección. El asociacionismo entra dentro de la necesidad de relacionarse que tiene el ser humano y hay que incluirla como una de las principales del ser humano.
Esta es la función política del derecho de asociación. Es participando de los asuntos públicos como se defiende la democracia y esto se hace por medio del asociacionismo que es absolutamente esencial para el bienestar de la sociedad y sus individuos.
En los actos que acompañan a la organización y el desempeño de una asociación los individuos aprenden las reglas de adaptarse a un propósito común. Hay que asociarse. Hay que participar. Hay que protegerse. De ahí la importancia del Consejo Municipal de la Mujer que no es sino la agrupación de las asociaciones de mujeres de nuestra ciudad.
Asociaciones que llevamos años trabajando y luchando por nuestros compromisos feministas. Unos compromisos convertidos en una ética común. Éste trabajo ha sido arduo y duro y qué mejor lugar para acamparse, refugiarse y reponerse de esta lucha democrática que una casa. Un refugio dónde debatir, encontrar referentes, compartir y coincidir con quien defienda tu imaginario.
Porque si asociarse es fundamental para cualquier miembro de la sociedad para estructurar, instrumentalizar y transmitir ideas en el caso de las mujeres hay que añadir la situación de precariedad física, familiar, económica y social en que se encuentra.
Las mujeres de mi generación no llegamos en igualdad de condiciones que los hombres a la madurez. Antes hemos sufrido el desprecio de dios por ser mujer. Las más hemos llegado sucias, mancilladas, abochornadas , minusvaloradas y señaladas sexual, laboral y familiarmente. Todo por el hecho de ser mujer. Y lo peor es que no sabíamos de ello. Nos habían cambiado nuestra condición de ser.
Ha sido mediante el asociacionismo, el contacto con otras mujeres, con las mismas o distintas vivencias, con diferentes puntos de vista o perspectivas lo que nos ha hecho descubrir que tenemos la capacidad y el derecho de negarnos, de asentir, de solicitar, de disfrutar, sentir y sufrir. De equivocarnos.
Porque en nuestras asociaciones hemos descubierto que sufrir no es un estado natural de la mujer. Que las sevicias matrimoniales son un delito. Y que la mujer debía de exigir, tener y disfrutar los mismos derechos de los hombres. Siempre han sido otras las que nos han mostrado el camino. Nunca nos ha marcado la senda un hombre.
Las nuevas generaciones y los hombres nos tachan de ser reivindicativas. Es cierto. Somos reivindicativas porque no tenemos el poder. Y muchas no podemos ni ejercer los derechos que sobre el papel tenemos.
Todo lo que hemos conseguido, tener dignidad, reconocimiento de nuestra inteligencia, valoración de nuestra capacidad, respeto de nuestra sensualidad, ha sido con “sangre, sudor y lágrimas”. Y no exagero. Muchas de nosotras se han quedado en el camino. A golpes le han impedido seguir reivindicando sus derechos y en concreto su derecho más elemental: La vida.
Se nos ha impedido la libertad de movimiento, de trabajo, de ser o no madre, esposa, compañera, a relacionarnos con quien decidamos, incluso a ser amadas. Y se nos ha mostrado el miedo, el desencanto, el desamor, la soledad como imperativos.
Pero asociadas hemos descubierto que ciertos gestos y modos usuales son vejatorios. Que no poder salir de la casa cuando se necesita o se desea es coartar la libertad. Que no disponer de tus ingresos es un robo, una coacción. Y que el dolor que nos produce todo esto puede ser mitigado con el contacto con otras compañeras.
La reivindicación de la Casa de la Igualdad es natural a todo este movimiento. Se plantea sutilmente por muchas razones y viene aparejada de otras muchas.
Casa de la Igualdad. No la llamamos Casa de la Mujer o de las Mujeres. Porque si así le hubiéramos nombrado nos estaríamos etiquetando como mujeres, que lo somos, pero una etiqueta permite despojarnos de la individualidad, facilita que se desconozca a la persona, se ignore su situación personal y cada una de nosotras aparecerá como portadora de todos los prejuicios con los que se etiqueta al grupo.
A mí personalmente me hubiera gustado más llamarla la Casa del Feminismo. El igualitarismo es algo genérico y el feminismo es la lucha concreta de la mujer. Una ética que solicita el reconocimiento pleno de las mujeres como seres humanos.
Cuestión importante era tener un lugar y una herramienta donde crear un imaginario colectivo que fuera más allá de la realidad. Un lugar donde crear tipos y estereotipos, referentes según los cuales comportarnos, no según la norma dominante que ha sido creada por los hombres.
Porque no es el ser humano el que inventa la ficción. Es la ficción la que inventa al ser humano. La ficción aclara y ordena la realidad y nos permite comprenderla y reinventarla. Estamos rodeados de ficción, la historia de los santos, los mártires, las fuentes que provocan la fertilidad, los cuentos, ficciones creadas por hombres. En la casa, en nuestra casa imaginaremos mundos mejores diseñados por nosotras, en igualdad.
Nosotras imaginamos una casa donde no se maltratara, asustara, vejara a sus moradores, donde no existiera el miedo, donde la libertad fuera un bien común de sus habitantes, donde todos tuvieran las mismas posibilidades y oportunidades.
Soñamos que participábamos del ideario colectivo, de la construcción de una casa de iguales dónde se respeten los derechos reivindicados y conseguidos durante años. Desde donde nos pongamos en marcha para reclamar los que aún no nos han sido reconocidos. Una casa con unos cimientos fuertes y suficientes para ir siendo ampliada.
En todas las sociedades se construyen casas. Unas albergan a las familias y otras albergan las instituciones que rigen a esa sociedad. La Casa de la Igualdad debe de albergar y proteger las normas y modos que las mujeres defendemos y que hay que extender a toda la sociedad.
Todas hemos cambiado con la creación de la Casa de la Igualdad, porque lo más importante que hemos hecho es meter la Casa de la Igualdad en el mundo de las cosas que existen. La Casa de la Igualdad es ya una realidad. Nos queda conservarla, agrandarla y disfrutarla.
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