José María Medina Rey. Director de PROSALUS
Publicado en febrero de 2017 en el Número 2 de la edición impresa
Los últimos 20 años han sido testigos de reiterados compromisos internacionales de lucha contra el hambre, formulados y rubricados en foros tan relevantes como la I, II y III Cumbres Mundiales de la Alimentación o la Asamblea del Milenio de Naciones Unidas. Todos esos compromisos han sido incumplidos y la realidad es que, en estos primeros lustros del siglo XXI, con todos nuestros adelantos científicos y tecnológicos, y a pesar de que se producen suficientes alimentos para satisfacer las necesidades alimentarias de toda la población mundial, sigue habiendo casi 800 millones de seres humanos que viven en situación de hambre, otros 2.000 millones que sufren hambre oculta (carencia de vitaminas y minerales esenciales) y casi otro tanto que padecen malnutrición por exceso (sobrepeso y obesidad).
La mitad de la humanidad sufre alguna forma de malnutrición
Hace ocho años, cuando se produjo la gran crisis alimentaria mundial de 2008 que en pocos meses llevó a que se superara por primera vez en la historia la vergonzante cifra de mil millones de personas hambrientas, el hambre nos parecía algo lejano y ajeno a nosotros. Pero en los años siguientes, cuando la crisis económica ha impactado a la sociedad española, nos dimos cuenta que los fallos del sistema alimentario mundial no se paran en el estrecho y que también en nuestro entorno cercano se ha producido un incremento de la inseguridad alimentaria, con datos que nos hablaban de tres millones de personas sobreviviendo con apenas 300 euros al mes, miles de niños en situación de subnutrición, otros muchos que padecen sobrepeso y obesidad, demanda creciente de ayuda alimentaria, hasta el punto de que, hace un par de años, más del 17 % de toda la ayuda alimentaria europea venía a nuestro país.
El hambre es quizás una de las mayores situaciones de violación de los derechos humanos de nuestro tiempo porque, desde hace 68 años, la alimentación adecuada está internacionalmente reconocida como derecho humano. Así lo consagró la Declaración Universal de Derechos Humanos primero y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) después.
Aunque ni la Constitución Española ni ninguna ley de nuestro ordenamiento jurídico reconocen explícitamente este derecho a la alimentación, puesto que España es uno de los Estados parte del PIDESC, tiene las obligaciones de respetar, proteger y garantizar el derecho a la alimentación de su ciudadanía, para lo cual tiene que adoptar medidas adecuadas, de forma progresiva, hasta el máximo de sus posibilidades.
Mientras una parte de la población mundial, en cualquier país, también en el nuestro, tenemos la oportunidad de disfrutar una alimentación adecuada, balanceada, saludable, incorporando hortalizas y frutas, carnes y pescados, legumbres y cereales, con gran diversidad para elegir e incluso con la ayuda de nutricionistas y dietistas que nos aconsejen sobre la mejor forma de alimentarnos, muchas otras personas, incluso en nuestro país, comen lo que pueden, sin los recursos necesarios para detenerse a pensar si esa alimentación es la más adecuada para ellas. Las necesidades alimentarias son casi iguales, el derecho a la alimentación es el mismo, pero las dietas expresan y perpetúan la desigualdad.
Al mismo tiempo… ¡hambre y desperdicio!
Los sistemas alimentarios que se han desarrollado y consolidado en las últimas cuatro o cinco décadas resultan ser muy ineficientes ya que dejan perder casi un tercio de los alimentos que se producen para consumo humano. Las pérdidas y desperdicio de alimentos (PDA) obstaculizan el objetivo global de garantizar la seguridad alimentaria y nutricional ya que afectan a tres de sus pilares: en primer lugar, reducen la disponibilidad de alimentos, tanto en el ámbito local como global; en segundo lugar, repercuten negativamente en el acceso a los alimentos, especialmente para las poblaciones más vulnerables, debido a que se suelen traducir en subidas de los precios; y en tercer lugar, producen un efecto a largo plazo debido a la utilización insostenible de los recursos naturales de los que depende la producción futura de alimentos.
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1 http://www.prosalus.es/sites/default/files/publicaciones/hambre_de_justicia_2a.pdf
¿Conoces tus derechos?
La Declaración Universal de Derechos Humanos recoge el DERECHO A LA ALIMENTACIÓN
En su Artículo 25: 1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, (…).
Como lo hace el PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS ECONÓMICOS, SOCIALES Y CULTURALES
En su Artículo 11 1. Los Estados Partes en el presente Pacto reconocen el derecho de toda persona a un nivel de vida adecuado para sí y su familia, incluso alimentación, (…). Los Estados Partes tomarán medidas apropiadas para asegurar la efectividad de este derecho (…)
2. Los Estados Partes en el presente Pacto, reconociendo el derecho fundamental de toda persona a estar protegida contra el hambre, adoptarán, individualmente y mediante la cooperación internacional, las medidas, incluidos los programas concretos, que se necesitan para:
a) Mejorar los métodos de producción, conservación y distribución de alimentos mediante la plena utilización de los conocimientos técnicos y científicos, la divulgación de principios sobre nutrición y el perfeccionamiento o la reforma de los regímenes agrarios de modo que se logren la explotación y la utilización más eficaces de las riquezas naturales;
b) Asegurar una distribución equitativa de los alimentos mundiales en relación con las necesidades (…).
Aunque nuestra Constitución no recoge explícitamente el derecho a la alimentación y la protección contra el hambre, España es país firmante de la Declaración Universal de los Derechos Humanos así como del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, hecho que compromete a su obligado cumplimiento.
¡ESPAÑA SUSPENDE!
¿Sabías que…? EL MUNDO AL REVÉS HAMBRE… DESPERDICIO DE ALIMENTOS
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¿Por qué hay hambre en el mundo?
El análisis de la gran crisis alimentaria de 2008 permite ver que en su génesis operaron un complejo entramado de factores –muchos de ellos estructurales– que interactúan entre sí y se retroalimentan, que persisten, que vienen arrastrándose en el tiempo como resultado de una evolución asimétrica e injusta del sistema agroalimentario mundial, que no fueron abordadas en su debido momento y con la necesaria prioridad por parte de las autoridades nacionales, regionales e internacionales, y que siguen estando presentes, dificultando la lucha contra el hambre.
Fuente: Campaña “Derecho a la alimentación URGENTE”. Especulación financiera y crisis alimentaria. Madrid, 2011.
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