Luis Pernía Ibáñez.
En un reciente artículo de Montse Martínez en El Periódico dice que España ha estado mirando de soslayo durante varios años cómo la carcoma de la ultraderecha iba minando, uno tras otro, varios de sus convecinos europeos. Celebrando, también, la capacidad de mantenerse inmune al contagio. Hasta la inesperada y brutal irrupción de Vox en el Parlamento andaluz, con 12 escaños.
Desde los movimientos sociales y las ONGs tenemos que asumir que la ultraderecha ya ha llegado a España, quién sabe si para quedarse, que pasa a engrosar el listado de países que viven el resurgir ‘ultra’ en Europa.
Así, un líder xenófobo y antieuropeo ocupa nada más y nada menos que el ministerio del Interior y la vicepresidencia italiana. Matteo Salvini, cabeza de la Liga Norte, ha hecho de la lucha contra la inmigración la razón de ser de su gestión hasta lograr una ley que limita al máximo los derechos de las personas que piden asilo.
En Francia, hasta el año pasado, el ultra Frente Nacional (FN) era una formación con una larga vida pero muy residual. Hasta el año pasado, cuando el partido liderado por Marine Le Pen se colocó como segunda fuerza política, por detrás de Emmanuel Macron, en la primera vuelta de las presidenciales francesas.
Alemania vió irrumpir a los ultraderechistas en su Parlamento por primera vez en las elecciones del 2017 de la mano de Alternativa para Alemania (AfD), que obtuvo 12,6% de los votos. Guerra al islam y deportación para los sin papeles son las consignas que lograron atrapar a unos votantes alarmados por la llegada de 1,3 millones de refugiados a Alemania en los últimos dos años.
El partido nacionalista y populista de derechas Fidesz gobierna Hungría con mayoría absoluta desde 2010. El primer ministro Viktor Orbán ha impuesto restricciones a la libertad de prensa y a la protección de datos. En su particular cruzada contra la inmigración, Orbán se arroga haber ordenado proteger sus fronteras con vallas.
En la misma línea de rechazo al inmigrante y vulneración de derechos fundamentales, el Partido Ley y Justicia, nacionalista y conservador, gobierna Polonia con mayoría absoluta desde 2015. Mantiene un duro enfrentamiento con la Unión Europea, que le recrimina pretender una reforma del poder judicial supeditado al control político.
En Holanda, el Partido por la Libertad (PVV) del populista Geert Wilders está representado en el Parlamento desde hace una década, donde ha logrado irse manteniendo con el acoso y derribo sistemático al islam. Las distintas formaciones políticas holandesas descartan cooperar con Wilders.
El Partido de la Libertad (FPÖ) ya estaba en auge en Austria antes de comenzar la crisis de los refugiados. En las elecciones presidenciales del 2016, el candidato del FPÖ, Norbert Hofer, perdió por escaso margen la contienda con el exlíder verde Alexander Van der Bellen
En Suecia, con el 17,6% de los votos, los xenófobos Demócratas Suecos (DS) cosecharon el mejor resultado de su historia el pasado septiembre. Siguen siendo la tercera fuerza más votada pero con casi cinco puntos más de apoyo que en los comicios en 2014, cuando obtuvieron el 12%. Hasta hace relativamente poco tiempo contaba con reconocidos nazis entre sus miembros.
Curiosamente explicar esto del racismo y el machismo a los niños con los que trabajasmos es relativamente fácil, la mayoría enseguida se dan cuenta de que es una postura sin sentido, pero contarles lo que pasó el domingo, 2 de diciembre, en Andalucía ya es una tarea más complicada. ¿Cómo puede ser que entre en un parlamento autonómico un partido político que tiene entre sus principales ejes programáticos acabar con los parlamentos autonómicos? ¿Cómo se puede defender que se hará cumplir el orden constitucional, que establece, entre otras cosas, el Estado autonómico con sus correspondientes Estatutos y competencias propias, al tiempo que se promete que se suspenderá la autonomía de Catalunya pero también se quitará la gestión de sanidad y educación a todas las comunidades? ¿Cómo se puede defender la expulsión inmediata de todos los imanes que desprecien a las mujeres y a la vez querer acabar con lo que llaman “ideología de género”, derogando la ley contra la violencia de género? Y lo que es aún más difícil de explicar: ¿cómo puede ser que haya casi 400.000 personas que comulguen con el cúmulo de contradicciones que es el programa de Vox?
Desde ASPA y las otras ONGs, compañeras de viaje, tenemos un nuevo trabajo por delante: parar dentro de nuestras limitaciones al fascismo. Tendremos que explicarles a los niños que las democracias tienen debilidades, una de las cuales es que puedan participar en ella aquellos que la quieren destruir. Y que las mentiras, a pesar de ser absurdas y evidentes, explicadas mil veces, ahora a través de las redes y las noticias falsas, potentes instrumentos de alienación masiva, pueden llegar a parecer verdad. Que los que tienen miedo se las creen, esas mentiras. Creen que las mujeres son en realidad los verdugos que quieren someter a los hombres aunque sean ellas las asesinadas, maltratadas, mal pagadas, relegadas a un segundo lugar. Les dan más miedo los niños que sobreviven a la travesía huyendo de la guerra que los cadáveres que flotan en el Mediterráneo, los muertos no les parecen amenazantes porque no se han imaginado que podrían ser ellos los ahogados por la violencia y el hambre. Han perdido la memoria de cuando fueron ellos los que se iban con una maleta. Han olvidado sus orígenes y por ello no se pueden sentir reflejados en el otro. O tal vez sí y por eso tienen tanto miedo y por ello necesitan una ideología aparentemente fuerte donde esconderse.
Con 12 diputados y 400.000 votos, Vox galvaniza temores y descontentos sociales de diversa índole. Dura tarea nos queda por delante.
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