Dentro de su organismo se está librando una batalla constante y usted no lo sabe.
Cada vez que respira, cada vez que toca algo, cada vez que bebe una cerveza o un café, cada vez que agarra el pasamanos de la escalera mecánica, su organismo está en pie de guerra. Y usted no se da cuenta.
La supervivencia de nuestro organismo es una lucha incesante donde factores como la hidratación, la alimentación, la oxigenación y la defensa frente a otros microorganismos tienen que balancearse con nuestro estado de ánimo y sus consecuencias a nivel endocrino en función de las hormonas que nos hacen caer en la mayor de las felicidades o en la más profunda de las tristezas, y todo eso pasa mientras estamos leyendo un artículo en Paradigma Media.
La homeostasis es la definición clínica que se da a ese resultado de balance de materia, energía y respuesta metabólica que hace que un organismo funcione en lo que se conoce como “condiciones no patológicas” o “condiciones fisiológicas”.
Si una de las variantes anteriores comentadas falla, el organismo tenderá a recuperar la homeostasis, el equilibrio, para lo cual, incluso, nos puede hacer sentir mal, o incluso llevarnos a la enfermedad o la muerte. La fiebre que nos apaga es un mecanismo que no provocan los agentes patógenos, más bien es la respuesta de destrucción que nuestro organismo busca frente a la presencia de un agente que nos va a usar como un recurso alimenticio u hospedador. Y este hecho nos hace dudar del concepto “la naturaleza es sabia”, los que investigamos o enseñamos sobre la naturaleza cada vez más nos acercamos a pensar que el objeto de nuestro estudio o trabajo se rige por sí mismo y que las valoraciones con las que nombramos los fenómenos que se desarrollan en él son más bien una racionalización donde volcamos nuestro punto de vista.
Es por ello, que las enfermedades pueden ser molestas para nosotros, pero desde el punto de vista general de un ecosistema, no deja de ser una relación de supervivencia, donde a nosotros nos puede tocar ser la gacela y un virus el león, tengamos como ejemplo clásico de esto una de las mayores cumbres de la literatura y de la literatura de ciencia ficción que es “La Guerra de los Mundos” de H.G. Wells (me disculparán el spoiler, pero es un libro con más de 100 años y la peli de Tom Cruise ya tiene su tiempo también). En esa novela, la humanidad es atenazada, perseguida, recolectada y aniquilada por una especie agresiva y de mayor desarrollo tecnológico que proviene de Marte, pero su capacidad técnica no se puede comparar con el poder de la… Biología (sí, sé que estaba parafraseando al Episodio IV), y es que, cual “Deus Ex Machina”, la salvación de la humanidad viene de la mano de los microorganismos que atacan a estos seres-máquina, y al no disponer de las suficientes defensas, empiezan a caer como si de nativos americanos se tratasen ante la llegada de la enfermedad europea.
Y es aquí donde uno de los más bellos sistemas de órganos y células que componen a los miembros del reino animalia se expresa: el sistema inmune.
Aunque asociemos el sistema inmune con la defensa específica del organismo(Fainboim, L., Geffner, J., 2011), realmente no es la barrera principal de defensa frente a problemas de agentes patógenos externos o enfermedades hereditarias, sino que las diferentes capas de piel muerta, los pelos de la nariz o los genitales, o bien, otros microorganismos simbiontes (pero no de los que dan poderes para hacer una franquicia de Sony-Marvel) son aquellas que van a plantear la batalla inicial frente a la infección. Sin embargo, es una barrera como una empalizada de la edad media, cualquier abertura presente supone el acceso a los patógenos al interior del organismo, toca replegarse y que entren los piqueros.
En ese momento, la segunda línea de defensa se activa desde la síntesis de compuestos químicos (sí, químicos) conocidos como citokinas e interleukinas que provocarán que la zona de infección se enrojezca, aumente su temperatura y se hinche porque el paso del flujo sanguíneo aumentará en esa zona como si fuesen los aviones de la Lutwaffe durante la batalla de Stalingrado, el organismo arrastra hacia el foco de infección todas sus tropas. A estas alturas, usted notará un cierto malestar y un notable cansancio, no es en sí real, es su sistema nervioso parasimpático indicando que debe de acostarse y dejar que el cuerpo haga (Y se supone que es para curarnos) a la zona, se desplazan una serie de células que son los Linfocitos Natural Killer, para ayudar a los macrófagos y células dendríticas presentes. Esta es la respuesta humoral y celular no específica.
Como si fuese la batalla contra Thanos, una cascada de persecuciones a los microorganismos, disparo de moléculas, movilización de recursos metabólicos, centrará ahora nuestra lucha, y en la batalla hay caídos, entre los cuales están los macrófagos, que formarán ese compuesto lechoso que a todos nos fascina ver en vídeos de YouTube que es el pus.
Pero mientras tanto, el espionaje celular también actúa, y es que esas células dendríticas se han dedicado a comerse literalmente a los patógenos y digerir sus componentes celulares, y de esa digestión, unas células definitivas, los linfocitos B y los linfocitos T van a dar buena cuenta.
Los linfocitos T, son muy parecidos a los linfocitos NK que hemos señalado antes, y tras ser presentados a las moléculas digeridas, son capaces de identificar mejor a los patógenos, unirse a ellos y destruirlos de una forma sólo comparable a una ametralladora frente a una diana, generan una serie de agujeros en la membrana o cubierta del patógeno (bacteria o virus) y eso provoca la desmembración de la célula enemiga.
Por otra parte, los linfocitos B van a desarrollar una molécula muy comentada últimamente por un cierto virus que se rumorea que anda circulando. Estamos hablando de los anticuerpos.
Los anticuerpos son unas proteínas específicas llamadas también inmunoglobulinas (es decir, proteínas de forma globular del sistema inmune) que son estéreo y regio compatibles con proteínas del organismo patógeno (qué tortazo tengo, disculpad), son proteínas que actúan como un guante sobre una mano, es decir, se pegan perfectamente a la superficie de una proteína externa patógena, lo cual favorece que se identifique mucho mejor a las células patógenas, por lo que la infección empezará a remitir…¿Todo terminado?
¡PUES NO!
El hígado, ese estupendo órgano y mejor paté, se encargará de metabolizar y reducir la presencia de las moléculas que generan la hinchazón y la fiebre y la mayor parte de nuestras células se habrán perdido durante el camino, pero, al igual que los Rohirrim tras El abismo de Helm, las células supervivientes quedarán como garantes de la batalla por la que nuestro organismo ha pasado, de esa forma, se obtiene lo que se llama la “inmunidad”, “inmunidad celular” porque quedarán unos reservorios de células capaces de dividirse para actuar y defender a nuestro organismo si el mismo tipo de patógeno, o algún familiar próximo de la sabia naturaleza nos vuelve a atacar, de esa forma, el organismo puede evitar que por querer protegerse, nos de una fiebre horrorosa o un cuadro clínico tan complejo que nos aboque a la muerte.
La técnica de la vacunación (Villena, 2020), o inmunidad artificial (sí, lo artificial puede ser bueno), se dedica a replicar la segunda parte de la batalla haciendo que las células dendríticas y los macrófagos presentan trozos o fragmentos de los organismos patógenos para que los linfocitos de memoria se generen sin activar toda la cascada, o al menos, activarla de una forma reducida de compuestos que podrían dar lugar a malestar o fiebre. Al menos, esa es la técnica clásica, otras técnicas incluso, pueden hacernos infectar con virus “neutros” para que nuestras células se conviertan en una suerte de transgénicos que engañen a los patógenos.
¿Les suena?
Pero esa será historia para otro día….
INFO de interés.
Los artículos y libros que se han consultado para hacer este artículo son los siguientes:
- Paola, T. P. (2012). Visión panorámica del sistema inmune. Revista Médica Clínica Las Condes, 23(4), 446-457. https://doi.org/10.1016/S0716-8640(12)70335-8.
- Villena, R. (2020). LAS VACUNAS COMO ESTRATEGIAS DE ERRADICACIÓN Y PREVENCIÓN … CUÁNTO NOS HAN AYUDADO Y CUÁNTO LAS ESTAMOS APRENDIENDO A VALORAR NUEVAMENTE. Revista Médica Clínica Las Condes, 31(3), 221-224. https://doi.org/10.1016/j.rmclc.2020.07.005.
- Fainboim, L., Geffner, J. (2011). Introducción a la Inmunología Humana (6a, Vol. 1).
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