Las contradicciones sistemáticas afloran con más claridad en tiempos de crisis, pues en situaciones extremas hay que elegir y esas elecciones no siempre están claras o valen mucho dinero: optar por la economía o la salud, la libertad o la seguridad, los negocios o el bien de los ciudadanos.
Y en esta tesitura los responsables políticos toman sus decisiones con escaso margen de tiempo, de modo que se la juegan en el corto plazo, con la mirada puesta en el envite del adversario político, que tratará de sacarle ventaja, adelantándose a sus recomendaciones y tomando nota de sus errores.
Y de este cínico juego hemos de esperar resultados beneficiosos para la mayoría de los ciudadanos, que seguramente saldremos ganando con sus estrategias y cálculos interesados. Efectivamente las orientaciones e instrucciones están pensadas para protegernos a nosotros, los que realmente ostentamos el derecho de ciudadanía, para los poseedores efectivos del derecho a la ciudad.
Estamos obligados a quedarnos en casa los que tenemos casa; naturalmente aquellos que viven a la intemperie allí seguirán, en la primera línea del coronavirus, libres de toda medida de aislamiento, expuestos al mal, en compañía de sus miedos o su resignación.
Nos apremian por tierra, mar y aire a extremar las medidas higiénicas, naturalmente los que podemos abrir el grifo al llegar a casa, sabiendo que de él brotará inexorable el agua elemental. Las familias romà de los asentamientos chabolistas de nuestra ciudad no podrán cumplir las pautas sanitarias, porque sólo conocen la exuberancia del agua cuando sus chabolas se inundan. Y allí pernoctarán con las manos ennegrecidas, manos dispuestas a acoger todo el tiempo que sea necesario al coronavirus y a sus acompañantes. Vecinos de Córdoba sin derecho a la ciudad, las gentes de los asentamientos chabolistas ni siquiera pueden contribuir solidariamente a frenar la pandemia.
Nos urgen a quedarnos en casa, a practicar el teletrabajo, a cerrar por un tiempo nuestro negocio, pero eso sólo sirve para los que disfrutan de un trabajo o un negocio, para los que cobran el paro o el abuelo les ayuda con su pensión. Las gentes de los asentamientos chabolistas tendrán que seguir pateando las calles de Córdoba para recoger la chatarra a tres céntimos el kilo, tendrán que seguir extendiendo sus manos a las puertas de iglesias y supermercados, tendrán que olvidarse del miedo a la pandemia porque otros temores más inmediatos les requerirán.
Está muy claro, las orientaciones e instrucciones están pensadas para protegernos a nosotros, para los que realmente ostentamos el derecho de ciudadanía, para los poseedores efectivos del derecho a la ciudad.
¿Serán capaces los responsables de nuestra administración local de tomar medidas efectivas para que esos ciudadanos de tercera puedan contribuir también a frenar al coronavirus?
Puede que hoy no tenga sentido hablar de justicia o compasión, en esta lógica brutal del cálculo interesado quizás lo urgente sea ocuparnos de quienes viven a la intemperie para que no sean propagadores del mal.
A ver si desde esta fría racionalidad podemos incorporarlos a la vida ciudadana, a ver si por unos días se les reconoce el derecho a la ciudad.
ACISGRU – ASOCIACIÓN CORDOBESA PARA LA INSERCIÓN SOCIAL DE GITANOS RUMANOS.
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