En Flee acudimos a un relato crudo sobre el testimonio de un refugiado afgano y su desgarrador viaje de exilio. El filme transcurre en un primer momento en Kabul en 1984 antes de la toma de poder de los talibanes imponiendo la ley islámica -explorando sus terribles consecuencias sociales desde esta ciudad- hasta la última etapa de la guerra afgano-soviética y el colapso de la Unión Soviética tras la caída del comunismo a finales de los 80 y el inicio de los 90 cuando junto a su familia -su madre y sus tres hermanos mayores- tiene que exiliarse a Moscú huyendo de los muyahidines, ya que Rusia es el único país que estaba dispuesto a acogerlos como solución temporal, ya que el visado era de turista. Así, Amin -seudónimo bajo el que se oculta la historia real- pasa de Afganistán a Moscú y de aquí a Copenhague (Dinamarca) en una búsqueda permanente de `un hogar del que no tenga que huir´ tras resquebrajarse sus raíces familiares, pero también, una búsqueda de una identidad -no solo sexual- ya que Amin necesita recuperar su memoria -parcial- al haberse visto obligado a guardar silencio durante 20 años, tratando así de sanar las heridas del pasado, comprendiendo así cómo le ha afectado su infancia, para ser capaz de afrontar el futuro, ya que estas le amenazan con aniquilar la vida que ha edificado para él y su marido.
Así, sustituyendo los fotogramas por lienzos, esta película que difumina los límites entre la animación y el documental y entre la realidad y la ficción, utiliza distintas técnicas de narración, alternado un estilo de dibujo más tradicional con uno de carácter experimental -esbozo a carboncillo- donde las formas se confunden, que es capaz de captar y expresar por completo el terror del trauma y la asfixia que sentía Amín en ciertas situaciones. El empleo de la animación no solo ha servido por tanto, para mantener el anonimato del protagonista y de su familia, sino que es capaz de potenciar la historia, creando a la vez escenas casi oníricas con carácter poético y otras que permiten al espectador reducir la crudeza de la historia pero sin alejarse de ella, ya que el narrador se aleja de la imparcialidad y no oculta en ningún momento el punto de vista adoptado, pudiendo encontrar en todo momento la opinión y los pensamientos de Amin en la obra, siendo una obra comprometida con la historia del protagonista de la acción al cual se le permite hablar en primera persona y mantener, a la vez, el anonimato.
Es así como, mientras que la animación aporta la forma a la obra y mantiene cierta continuidad estética, el documental -pese a no ser el estilo clásico al que estamos acostumbrados- aporta el fondo y la trama argumental. Y es que Flee se trata de una confesión a través de un recuerdo plagado de flashbacks -recuerdos enterrados, sueños frustrados y sentimientos a flor de piel- que, sin un orden cronológico, no solo sirven para rememorar la infancia de Amin en Afganistán sino el trauma con la finalidad de comprenderlo y aceptarlo para que no le destruya el presente. Así, en una entrevista -o más bien un diálogo real y doloroso plagado de dudas- con el propio Jonas Poher Rasmussen -del cual se hizo amigo en el instituto y que va a improvisar a modo de terapeuta- son sacados a la luz estos recuerdos, acompañados de la voz en off del Amin del presente y, a la vez -en ciertas ocasiones- de imágenes reales de archivo que ayudan a establecer la situación espacio-temporal dentro de los recuerdos del protagonista y a rellenar ciertos vacíos de la historia so sin señalar en todo momento al espectador de que se trata de una historia real que está siendo filmada -recordemos la claqueta del inicio del filme-.
La historia se vincula al personaje ficticio de Amin en los años 80 pero, sin embargo, no solo es una mirada hacia el pasado sino a la actual situación que se sigue viviendo en el mundo, incorporando así un paralelismo inexorable con el presente, combinando el tiempo y la memoria de forma visceral y a la vez poética en una historia que nos habla del instinto de supervivencia -recordemos la escena del barco- pero también lo hace de la sexualidad, ya que también se plantea el conflicto de forma latente de la homosexualidad de Amin y de como pese a que desde muy temprana edad -5 o 6 años- supiera que le gustaban los hombres-recordemos su amor hacia Jean-Claude Van Damme-, no sabía exactamente lo que eso significaba ya que en Afganistán `no existían los homosexuales; ni siquiera había una palabra para designarlos´. Por ello, siempre había sentido cierto miedo a no ser aceptado por lo que hasta bien pasada su adolescencia no va a poder vivir su sexualidad libremente. Pero este no es el único miedo que Amin nos transmite sino otros como el miedo a tomar decisiones determinantes en su vida -como quién se exilia y quien se queda de la familia-, el miedo a volver a Afganistán, el miedo a morir congelado u ahogado, a afrontar con impotencia el viaje desconocido a manos de los traficantes de personas -en su doble papel de salvadores y villanos- o incluso el miedo más interno, a no poder echar raíces en ningún sitio.
Flee, guardando ciertas similitudes con obras como Waltz with Bashir (Ari Folman, 2008) y Crulic-drumul spre dincolo (Anca Damian, 2011), o incluso, salvando la distancia, con A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006) o Buñuel en el laberinto de las tortugas (Salvador Simó Busom, 2018), nos encontramos con una obra impresionante y cruda obra audiovisual que nos da claves necesarias no solo para comprender la historia de Afganistán sino la vida de los refugiados, aquellas personas llenas de miedo que son obligadas a salir fuera de su hogar y que, a veces, son incapaces de echar raíz en otro sitio pese a que luche por superar su traumático pasado -o a veces, presente-.
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