Yo soy de un barrio oprimido. Oprimido de la hostia. De los más oprimidos de Europa, vaya. No es un barrio pobre, porque la pobreza y la riqueza miden otras cosas además del dinero, y de todas hay en mi barrio. No es un barrio humilde, porque la humildad no hace referencia al poder adquisitivo aunque quieran asimilarla a él para tirar de eufemismo barato. No es un barrio desfavorecido, que los favores en política no existen a pesar de usar el concepto para evitar hablar de intereses. Es un barrio oprimido porque no le permiten ser como quiere ser: un barrio libre.
Mi barrio es un barrio oprimido, pero ¿por quién o por qué? ¡Oprimido por el sistema! Y ya está, que cada cual se ofenda en su medida… El sistema (Matrix) se empeña en salvar a los barrios como el mío al mismo tiempo que hace lo necesario para perpetuarlos y mantener así su equilibrio: abundancia para pocos y, de vez en cuando, limosnas para muchos. En tiempos en los que la política se hace pensando en los impactos en medios de comunicación y redes sociales, el modelo de “solidaridad” institucional se basa en actuaciones puntuales, vistosas, fogonazos tan brillantes como fugaces, pero que solo sirven para revestirse de conciencia social frente a unas próximas elecciones. Y entre tanto, se van dejando morir de inanición (y ahogando en burocracia) a los programas de intervención social que plantean actuaciones estables y continuadas a través de entidades sociales que no desaparecen después del primer titular en prensa. Así, en este modelo de la fugacidad, el resultado se concreta en tres años (preelectorales) hablando de los barrios pobres, humildes o desfavorecidos y un año (electoral) dando fogonazos de colores que deslumbren al respetable.
Hace una década, el sistema iba a salvar a mi barrio con el proyecto Urban Sur. Pasta gansa de la UE para los barrios oprimidos. Además de arreglar algunas calles (que eso se ve y contenta a los espíritus más materiales) el proyecto estrella para la salvación era la recuperación del edificio de La Normal de Magisterio, en el corazón del Sector Sur, para convertirlo en el Centro de la Cultura y las Artes Populares de Córdoba. Siete plantas para alojar un centro cívico, espacios vecinales autogestionados, talleres de creación musical y escénica, sitio de coworking de la industria cultural, sala tecnológica de última generación y hasta una caja negra que ya quisiera el C3A…
Hace diez años esa era la idea, y hoy tenemos una biblioteca, bueno, más bien una sala de lectura, y gracias. Algunas plantas ya están siendo ocupadas por servicios municipales, convirtiendo al edificio en una especie de zona de castigo para áreas o funcionarios díscolos. Un nuevo lugar de destierro que se suma al Estadio del Arcángel. Y para la vecindad, de momento, una sala de lectura. Algunos libros enciclopédicos y algunas mesas, con deficiencias en la climatización (están trabajando en ello), sin terminales de acceso a internet, sin programación de actividades… Una sala, y ya.
Decía Lorca que mejor que con un pan, cada persona debería alimentarse con medio pan y un libro, y eso está muy bien. Es una preciosa metáfora para referir que además de atender lo material es importante cuidar lo espiritual, que aplicando el traductor católico viene a ser aquello de que “no sólo de pan vive el hombre” (por si algún lector o lectora prefiere acogerse a Jesús antes que a un poeta homosexual rojo) … Bonita metáfora que, parece, nuestros sucesivos gobiernos municipales se han tomado de forma literal, y su apuesta por la cultura, la integración social y todo lo demás en el Distrito Sur se resume en una sala con algunos libros. ¿Qué queréis? ¡Ahí tenéis acceso a la cultura! No sabemos de qué os quejáis, si lo decía ese Lorca que tanto os gusta…
Medio pan y un pc con conexión a internet, y empezamos a hablar de estar cumpliendo con la idea de alimentar el espíritu. Los libros están muy bien, pero supongo que nadie negará que pocas cosas hay menos atractivas para la muchachada adolescente de un barrio oprimido que una sala de lectura. Quizá si La Normal estuviera en otro barrio, en uno que no estuviera oprimido, en vez de una sala de lectura estaríamos viendo un espacio multidisciplinar con programación de talleres de robótica o inteligencia artificial, diseño gráfico, creación audiovisual o, qué se yo, clases de chino comercial… Pero para salvar a los chavales de un barrio oprimido desde la cultura lo mejor son cuatro paredes y cuatro mesas, claro. Y mientras, los chavales oprimidos haciendo reguetón callejero a punta de pala, con sus propios medios, sumando cientos de miles de reproducciones en plataformas online. Otro clásico: chavales oprimidos, estilos musicales oprimidos. Si en los ochenta era el nonaino, en el siglo XXI será el reguetón, y así todo está en orden y nos sentimos cómodos en nuestro imaginario, que lo raro sería un chaval oprimido tocando a Schubert. Hace una década, el tejido vecinal del Distrito Sur desconfió, por experiencia, de las promesas de Urban Sur y lo hizo saber a los gobernantes, que habían guardado el dinerito hasta el último año antes de las elecciones para llegar a las urnas con muchas fotos y titulares salvando al barrio oprimido. Hubo un reparto a razón de 1.000€ por colectivo empoderado, y se acabó el empoderamiento del libro para quedarnos con la migaja del medio pan. Hubo espectáculos culturales en la frontera norte de los barrios del sur, lo más cerca posible de los otros barrios y lo más lejos posible de los oprimidos. Hubo pintura mural en varias paredes, que no sé yo de dónde se sacan la idea de que pintando una pared durante una semana vamos a liberarnos. Una idea ésta de la pintura mural más que recurrente, porque no hay plan de salvación que no contemple reclutar algunos chavales oprimidos y ponerlos al servicio del artista de turno. Y también vino Manu Sánchez a enseñarnos cómo ser emprendedores culturales (ahora en 2022 hemos traído a Joaquín Reyes, así que debe ser que los cómicos son el referente del emprendimiento cultural, sobre todo los que son mediáticos y te llenan los eventos). Hoy, diez años después, tenemos una sala de lectura, pero seguro que hay otras cosas bien guardadas en el cajón hasta el año que viene, que trae urnas, y veremos muchas fotos y titulares salvando al barrio. Como dice el oprimido Loren Real desde la calle Torremolinos en uno de sus hits reguetoneros: “siempre me hablas cuando te conviene”. Sabiduría popular, mire usted.
Los barrios oprimidos son necesarios para los políticos. Son los que les permiten erigirse en adalides del compromiso social haciendo posible que puedan prometer cambiar las cosas, integrarlos, asimilarlos al resto de barrios “libres”… Y no se trata de eso, creo yo. Un barrio oprimido quiere dejar de serlo, pero no dejar de ser el barrio que es. No se trata de convertirnos en habitantes similares a los del centro, porque no queremos vivir como viven en el centro. Se trata de dotarnos de todo lo necesario para permitirnos ser como queremos ser: estar hasta la madrugada en la puerta de la casa o el bloque, a la fresca, que las viviendas son pequeñitas. Tener un centro de salud funcional y suficiente. Dejarle los niños a la vecina mientras trabajas y a la vez echar un ojo a los nenes de la plazoleta, que no se maleen. Contar con coles e institutos que tengan los equipamientos y recursos necesarios. Llevar al vecino un tupper de lentejas que hice ayer o comprar la carne en la esquina, que hay que ayudar a que remonte el negocio. Tener zonas verdes y de ocio infantil y juvenil en vez de sufrir las casas de apuestas. Saludarnos allende la orilla derecha del Guadalquivir como quien saluda a un compatriota allende los mares. Estar en los circuitos de movilidad urbana. Cuidar de nuestros mayores, que son muchos. Mantener en buen estado nuestras casas, plazas, carreteras, parques. Disfrutar de los servicios públicos económicos, sociales y culturales. Conocernos unos a otros de cabo a rabo tirando del árbol genealógico de cada cual. Sentir que somos sin sentirnos menos.
Queremos ser como somos en nuestro barrio, pero con las mismas condiciones que tienen en los suyos aquellos a quienes no necesitamos parecernos. No queremos vivir en un barrio oprimido, que no es pobre, ni humilde ni desfavorecido, sino que no es libre. Y para que un barrio oprimido deje de serlo ha de ser posible que quien quiera habitarlo, pueda hacerlo con toda la dignidad, y quien quiera abandonarlo, pueda hacerlo sin ningún estigma.
Así son los barrios libres.
Mi querido David, leer tu artiuclo deberia ser de obligado cumplimiento para quienes habiendo sido hijos de este barrio, olvidaron origen y desvelos de los que con tanto, lograron tan poco.
Es un orgullo ENOOOORME ser del Sector Sur, hijo de un barrio de gentes de colores diversos, origenes más diversos todavía y con todo, de un territorio sin identidad que lo fué y que en tan poco tiempo logró serlo todo para tanta gente que seguimos siendo hijos de la digniddad, esa que fueron y serán ¡mis padres, y los tuyos!.
Enhorabuena David por tu artículo,no se puede describir y explicar mejor .
Para mi es un orgullo ser del sector sur y que mis hijos hayan nacido en éste barrio y cómo tu y cómo dice Enrique sigamos siendo hijos de la dignidad.
Bien dicho: alto y meridianamente claro. Gracias por expresarlo tan bien.