Rafael D. Macho Reyes. Graduado en Bioquímica y Máster en Biotecnología Ambiental e Industrial por la Universidad de Córdoba. (@RDMRBQ92)
Nuestra sociedad se está enfrentando a una revolución cultural y conceptual que no radica en las bases materiales económicas de las revoluciones liberales del XIX o revoluciones obreras del XX.
En este caso, movimientos como el feminismo, el ecologismo piden un cambio de concepto que va más allá de factores objetivamente medibles y están haciendo que la sociedad entre en una profunda reflexión en ámbitos hasta ahora considerados, no ya personales, sino íntimos porque nos obligan a cada persona a revisar su comportamiento con otros y con su medio más cercano, pasando a un segundo plano sus circunstancias personales o económicas directas.
Esto se refleja en que, ahora, de manera consciente se está entrando en un proceso de revisionismo cultural donde se critican aquellos aspectos éticos que hoy, justamente hoy, a la hora de leer este artículo se consideran nocivos, desfasados o hirientes. Esto hace que si ahora vamos a ver «Lo que el viento se llevó», una película del año 1939, se nos haga antes un monólogo por parte de una Profesora Universitaria que pone en contexto la obra original, que glorifica el sur esclavista frente a los malvados y progres «yankees», la fecha de la realización de la película, en un Hollywood segregado que menospreció a la actriz Hattie McDaniel y nos haga una introducción de porqué es una película que puede hacer sentir incómodas a las audiencias actuales.
Frente a esto, otras obras recientes como Apocalypto (Mel Gibson, 2006), Conquistadores Adventum (Movistar Plus, 2017) o la estupenda «Falcó» de Arturo Pérez-Reverte, prefieren presentar los avatares del proceso de Conquista del Imperio Español hacia las culturas nativas presentes o los juegos de espías durante la Guerra Civil usando los códigos morales y éticos de su propia época, dejando en manos de la persona lectora el establecer la comparativa con la altura ética actual.
Estas dos aproximaciones comparten el mismo objetivo, que es hacer un relato verosímil de una época pasada cuando ni las comunicaciones, conocimientos y desarrollos políticos eran los nuestros, sin embargo, en ambos casos la aproximación es bastante diferente.
Una obra que al leer produce incomodidad es porque su mensaje choca con un elemento comunicativo que es el contexto interno y externo de la persona receptora, está demostrado que nuestro cerebro crece cuando se lo enfrenta a retos y se le hace reflexionar, por tanto, para tomar conciencia de «esto está bastante regular», puede que sea necesario que las obras artísticas que tienen esa concepción didáctica se expresen por sí mismas y sea un debate posterior lo que favorezca la reflexión, la comparativa, la comunicación y el compartir ese espacio de duda y reflexión en compañía. Lo cual desarrolla un elemento clave en la construcción del individuo que es el criterio.
El pensamiento es crítico cuando frente a un hecho o un relato se da un proceso de reflexión en el que se contrasta esa información con un criterio de la persona que lo asume. Ese criterio siempre será honestamente incompleto, y es en ese sutil margen de duda que el criterio puede modificarse gradualmente en base a la experiencia, pero claro, si en lugar de todo ese proceso complejo y sutil (que básicamente es una conversación que empezase con «Y esto, ¿qué te parece?») no se puede dar de forma completa si el prólogo a la propia obra ya instala un marco de bondad actual frente a maldad absoluta anterior, en ese caso, ya no se estaría formando un criterio, si no una doctrina. Cuidado, la doctrina no tiene porqué ser mala per se si supone la asunción de un curso de acción positivo no dañino, pero no es en sí pensamiento, es asunción.
En el caso que nos ocupa, la revisión cultural al escritor Roald Dahl que va a iniciar su propia editorial en Reino Unido va a hacer que elementos de expresión artística del autor, que este emplea para el desarrollo de una obra con personajes buenos, personajes malos, personajes regulares, quede sensiblemente cercenado perdiendo cualquier clase de matiz que haga que se lo pueda revisitar varias veces en una misma vida.
El problema no está en que el autor llame a una bruja «calva» o a un niño «gordo», ambos son adjetivos descriptivos con un valor negativo claro, pero que ayudan a entender una obra y una orientación de un personaje. Que un personaje o una obra tengan un contenido negativo muchas veces puede ilustrar una enseñanza por oposición, si la cultura tiene ese valor de mover a la sociedad e ilustrarla como se supone, no toda la pedagogía tiene que venir siempre de la mano de un lenguaje dulce y atractivo porque la propia vida no es así.
Por eso es mejor fomentar el criterio que no asumir lemas y consignas, cuando el mensaje de ambos es el mismo, el criterio siempre tendrá una labor de despertar fisiológicamente al cerebro, y de psicológicamente hacerlo reflexionar, y es ahí donde entra un matiz más, el tiempo.
Es mucho más costoso en tiempo pararse a explicarle a un niño que lo que va a haber es fruto de una época diferente donde eso se hacía en base a una escala ética que no es la de hoy en día, señalando la obvia evolución en el desarrollo ético humano, si esa conversación se tiene en casa, hará que cuando el niño lea «El lazarillo» en el colegio, u «Oliver Twist», se haga preguntas. Pero sin la incomodidad previa sutil del «qué está pasando» no se estarían activando esas zonas en las que la personalidad del ciudadano adulto se empiezan a manifestar.
En resumidas cuentas, que se lea, que se vea, que se escuche, todo, primero, que se reflexione después y que se construya a la persona haciéndola responsable, pensativa y consciente, pero de forma activa y no vía la doctrina.
Ese momento de «nene, vamos a ver una peli juntos» puede ser más educativo que sesudos programas académicos surgidos en despachos de pedagogos y ministros que no han pisado un aula de 30 alumnos y alumnas de secundaria en su carrera.
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