La subida de los aranceles de Estados Unidos son una medida oportunista en defensa del negocio de las grandes empresas en beneficio de las élites que las sustentan y que pagarán con alzas de precios las clases populares desprotegidas por el desmantelamiento de las políticas sociales.
Esta subida de aranceles es también una muestra más de la vulnerabilidad del modelo agroindustrial andaluz.
En las últimas décadas la especialización agroganadera andaluza ha profundizado en un modelo intensivo extractivista, altamente dependiente de insumos energéticos y materiales importados y orientado a la exportación buscando abastecer los mercados internacionales, sacrificando la soberanía económica y alimentaria, así como la salud del medio ambiente. Ejemplos de esta orientación productiva nefasta en Andalucía son los frutos rojos en invernaderos en el entorno de Doñana, la expansión de la agricultura subtropical, la producción en invernaderos, la producción intensiva de hortalizas que esquilman acuíferos y suelo en comarcas de interior y la intensificación de cultivos tradicionales como el olivo o el almendro. Andalucía se está quedando sin agua y sin tierra perdiendo la fertilidad de sus suelos cada vez más esquilmados.
En lugar de iniciar una guerra comercial o centrarnos en buscar mercados internacionales alternativos, la respuesta a esta situación debería ser la apuesta clara por la soberanía alimentaria a través de la agroecología. El confinamiento debido a la COVID puso de manifiesto la vulnerabilidad que implica la orientación exportadora y la dependencia de importaciones. Por otra parte, el cambio climático nos está mostrando los límites de la globalización. En este contexto, en Andalucía necesitamos diversificar nuestras producciones agroganaderas para no depender de importaciones y orientar cada vez más las producciones al abastecimiento de las poblaciones cercanas, con mínimo consumo en transporte, una mejora en la salud de la población derivada de la reducción de agrotóxicos y una mayor tasa de empleo agropecuario de calidad vinculado a fincas a pequeña escala.
No depender de importaciones implica reducir las necesidades de compra de fertilizantes, pesticidas y piensos, además de favorecer la recuperación de la biodiversidad y de variedades locales que garanticen la producción de alimentos y a precios justos ganando autonomía con sistemas agroganaderos más autosuficientes basados en recursos renovables.
La guerra comercial de subida de aranceles es una medida de un viejo proteccionismo en defensa de los intereses de las élites, pero la solución no es una huida hacia delante buscando mercados internacionales alternativos para profundizar la globalización económica con sus nefastas consecuencias de desigualdad social y destrucción ambiental. Necesitamos superar el debate entre liberalismo y proteccionismo económico con un nuevo modelo de producción y comercio con justicia ecosocial donde los aranceles pueden ser útiles si nos ayudan a relocalizar diversificando las producciones locales de forma que Andalucía puede ser un territorio con soberanía alimentaria y económica.
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