En el contacto entre rrom y no rrom siempre ha habido un intercambio dispar de información, pues a los payos no se les ha permitido fácilmente acceder a la vida del grupo. Amparados en este principio, los romà no han vacilado nunca en hacer circular en todo tiempo y lugar cábalas y ficciones sobre ellos, tanto al hablar de sus orígenes como de algunos aspectos de sus costumbres o modos de vida.
Todo ello ha contribuido a crear sobre el grupo un conjunto de patrañas e historias falsificadas, las mitologías de lo gitano, aliadas con una imagen exótica, misteriosa y hasta amenazante para la comunidad. Y así, por ejemplo, han llegado a ser considerados en algún momento histórico descendientes de Caín, o se les relacionó con la estirpe de Cam, llegaron a identificarlos con magos caldeos de Siria o con una tribu de Israel extraviada en el Egipto faraónico.
Una antigua leyenda balcánica los presentaba como partícipes en el martirio de Cristo, al forjar los clavos con que se le crucificó, en especial el que le dio muerte, insertado en el tórax, o bien el robo de la ropa del niño Jesús, cuando un gitano fue a visitarlo al pesebre, y otras tantas historias que se han mantenido hasta nuestros días. Hoy parece coincidente la opinión de que las poblaciones proceden geográfica e históricamente del Punjab, la zona central y noroeste de la India actual, de donde partieron en algún momento entre los siglos X y XII. Los estudiosos del tema sostienen que, alrededor del año 1000, grupos no uniformes abandonaron su tierra en el norte de la India en éxodo hacia el oeste. No se conocen los motivos, pero se conjetura que ya constituían una cultura organizada y avanzada para la época y que, forzados por el sistema de castas, los romà se hicieron nómadas en su territorio de origen. Probablemente, las invasiones arias y las posteriores invasiones musulmanas provocaron luego su dispersión por el mundo en una doble diáspora.
Investigadores del Instituto de Biología Evolutiva, centro mixto de la Universidad Pompeu Fabra y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), han realizado estudios analíticos para definir genéticamente el origen del pueblo gitano. Mediante una investigación exhaustiva de regiones conocidas de los genomas uniparentales (los que provienen o sólo de la madre, como el genoma mitocondrial, o sólo del padre, como el cromosoma Y), se ha confirmado que la primera población romaní emigró del Norte de la India y que probablemente el pueblo gitano proviene de un solo grupo reducido de personas que emigraron a la vez, en lugar de diferentes grupos que fueron desplazándose sucesivamente desde el mismo lugar, como se había pensado hasta entonces.
La movilidad de las comunidades que parten de la India se produjo en los siglos siguientes, por varias rutas como Persia y el Imperio Bizantino, de modo que entre los siglos XIII, XIV y XV se produce la llegada a los diferentes países europeos en los que deciden asentarse. Es en el siglo XIV cuando se asientan en la actual Bulgaria, Rumanía y la ex Yugoslavia. En el momento en que las comunidades romaníes aparecieron en Europa, su presencia no debió pasar inadvertida. Su lengua, tan diferente a la de los países donde llegaban, la indumentaria de mujeres y hombres, su vida nómada, la endogamia, la práctica femenina de la buenaventura, las habilidades masculinas en el manejo de los metales, debieron llamar la atención; todo ello los identificaba como un grupo peculiar, bien diverso de los grupos mayoritarios.
El impacto que su aparición produjo fue notable, hasta el extremo de dar lugar a unos textos, que empiezan siendo descriptivos y terminan siendo valorativos y ya, desde el principio, condenatorios y difamatorios. Veamos algunos de estos testimonios.
Este es el testimonio de su llegada a Alemania en 1417, según palabras de Hermann Croner. “Su infidelidad a la fe cristiana y su retorno al paganismo después de una primera conversión, había sido la causa de su vida errante. Los obispos les habían impuesto, como penitencia, el continuar durante siete años su azarosa carrera. Llevaban consigo y mostraban cartas de recomendación o de protección de diversos
príncipes que les hacían ser bien acogidos en las ciudades episcopales por los príncipes, por los castillos, por las villas amuralladas y por los obispos y otros dignatarios mitrados (Clebert, 1985: 50-51).
Sobre su aparición en Bolonia en 1422: “Estos vagabundos son los ladrones más hábiles del mundo. Cuando no les quedó nada que robar, se fueron hacia Roma. Hay que notar que no existen peores engendros que estos salvajes. Delgados y negros, comían como cerdos. Las mujeres circulaban en camisa, apenas cubiertas; llevaban aros en las orejas y muchos otros adornos”. (Clebert, 1985: 52).
En el Diario de un burgués de París, de autor anónimo, se recoge, entre otras crónicas, la llegada de los gitanos a la capital francesa en 1427: El domingo 17 de agosto, llegaron a Paris doce penitentes, según ellos decían, a saber un duque, un conde, y diez hombres, todos a caballo, que se decían buenos cristianos, procedentes del Bajo Egipto. Aseguraban, así mismo que antes también habían sido cristianos, que estos les habían sometido no mucho tiempo atrás, tanto a ellos como todo su país, y que los habían hecho convertirse o morir a los que rehusaban a cambiar de credo. Los recién bautizados siguieron siendo señores de la región como antaño… Algún tiempo después de haber ellos abrazado la fe cristiana, los sarracenos los asaltaron, se rindieron a estos enemigos y volvieron a ser sarracenos renegando de nuestro señor El Papa (…) les ordenó como penitencia, que durante siete años consecutivos anduvieran por el mundo sin acostarse en lecho. Como ayuda de gastos dispuso que todo obispo o abad (…) les diera por una sola vez diez libras tornesas; les entregó cartas para los prelados de la iglesia en las que hacía mención de lo por él dispuesto y les dio su bendición acreditaban y se marcharon.
Bien es verdad que tanto muchachos como varones eran más astutos que nadie. Casi todos tenían ambas orejas perforadas y llevaban en cada una de ellas uno o dos aros de plata, decían que en su país era signo de nobleza. Los hombres eran muy negros y de cabellos crespos. Las mujeres las más feas y oscuras que puedan verse. Todas tenían el rostro surcado de arrugas, cabellos negros como la cola de un caballo y vestían una vieja manta muy ordinaria, prendida al hombro como un lazo de paño o de cuerda, y bajo esa prenda, como todo adorno, un pobre corpiño con una camisa. Eran, en suma, las criaturas más miserables que se hayan visto en Francia. A pesar de su pobreza, había entre ellas brujas que adivinaban examinado las líneas de la palma de la mano, lo que a uno le había ocurrido o había de pasarle.
Y el texto señala el motivo de los problemas:
Con sus afirmaciones trajeron dificultades a varios matrimonios, pues le decían al marido, “tu mujer te ha engañado” o a la mujer: “tu marido te es infiel”. Lo peor era que, mientras hablaban a los curiosos, ya por arte de magia, o por otro procedimiento, ya sea por obra del enemigo que está en el infierno, o por hábiles manejos, les vaciaba de dinero la bolsa para engrosar la propia, según se decía. A la verdad yo estuve en lugar tres o cuatro veces para hablar con ellos y nunca advertí que hubiera perdido una moneda, así como tampoco los vi a los que adivinaban por medio de las manos de la gente. Eso se afirma por todas partes, sin embargo, tanto que la noticia llegó hasta el obispo de Paris, quien fue en persona al lugar llevando consigo a un eclesiástico hermano menor de la orden, a quien llamaban el pequeño Jardoin. Este por orden del obispo les echó un buen sermón excomulgando a quienes, hombres y mujeres, hubieran practicado tal adivinación o creído en ella. Al final, tuvieron que marcharse. Partieron el día de nuestra Señora en septiembre rumbo a Pantoise (Diario de un burgués (1963) [1427] citado en Sánchez Ortega M.H., 1994: 324-326).
El escarnio y la difamación han acompañado a menudo a estas comunidades, que aún hoy, demasiado a menudo, siguen siendo denigradas con relatos parecidos.
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