Para llevar a cabo este objetivo se escribe un relato unificador, sustentado en el origen indio de los romaníes, como centro del mito fundacional del pueblo rrom, unos eventos políticos que articulan el pasado de dicho pueblo y un énfasis en la victimización (persecución, esclavitud, realzando las similitudes con los judíos, al equiparar la persecución romà durante el nazismo con el Shoah judío).
La homogeneidad de este discurso y del propio relato comenzó después del congreso internacional romaní de Londres, en abril de 1971, que reunió a representantes de los Romá, Gitanos, Sintis, Manouches, Voyageurs (Viajeros). Fue allí donde se decidió, entre otras cosas, crear signos nacionales como la bandera (verde-azul con una rueda en el centro), el himno «Djelem, djelem», el día nacional del pueblo gitano (8 de abril). Además, términos como tsiganes, zigeuner, gitanos, etc, se eliminaron porque estaban cargados de contenido peyorativo y, para crear el sentimiento de unidad fueron reemplazados por «rrom, romà. Pero son muchos los estudiosos que enfatizan que la «singularidad» y unidad real, no la relatada o construida, no es fácil de encontrar en las comunidades romaníes concretas. Los romà representan una gran diáspora repartida en los cinco continentes, formando parte de una multitud de estados sin un territorio propio, diferentes grupos que hablan diferentes dialectos de la lengua romaní, junto con las diferentes lenguas de los países en los que viven, que tienen diferentes religiones, pero que mantienen los límites culturales no sólo entre “ellos” y los “otros” (los payos), sino también incluso con respecto a los otros grupos rroms.
Comunidad “politética”, le llama el antropólogo Piasere, una categoría que no puede ser definida porque no presenta rasgos precisos, pero sí semejanzas describibles. Como afirma Gheorghe, se puede hablar de los gitanos como personas multiculturales con diferentes religiones que viven en diferentes áreas y dispersas en toda Europa y no solo con diferencias en la lengua materna rumana (estimada entre 13 y 30 dialectos), sino también los idiomas oficiales de los estados donde son ciudadanos. En este caso, el proceso de construcción de la identidad deberá tener en cuenta todas estas diferencias internas, más las diferencias introducidas por las culturas de los estados anfitriones.
Lo que es común y puede constituir el elemento de unidad es que siempre han sido vistos y tratados como «extraños» (similar a la historia de los judíos), «intrusos» en sus propios países. Esta percepción se basa generalmente en las actitudes hacia el colectivo, reforzadas por los medios de comunicación de masas, que los presentan desde la óptica de la marginación y/o la delincuencia.
Lo que nosotros observamos, lo que ellos continuamente nos manifiestan, es que las comunidades romaníes son efectivamente un «continuum de subgrupos poco relacionados entre sí, con identidades múltiples, complejas y flexibles». La legitimidad para presentarlos como una única comunidad depende en muy buena medida de hasta qué punto esa identidad sea compartida. Este reconocimiento como «pueblo gitano» está siendo demandado por las élites romaníes a nivel europeo.
Y así, por ejemplo, en julio de 2000, la Unión Romaní Internacional lanzaba la idea de que los «romá» deberían ser reconocidos internacionalmente como una nación extraterritorial y, por lo tanto, como sujeto del derecho internacional, un “pueblo europeo” reivindicando estar por toda Europa como en su casa unidos en la europeidad. Pero las corrientes migratorias de los gitanos desde la Europa central y del este hacia el oeste de Europa han puesto de manifiesto las enormes diferencias y discrepancias (culturales, lingüísticas y sociales) de los gitanos inmigrantes y los que se encontraban históricamente asentados en los países de Europa occidental.
Y así, por ejemplo, no se ha observado en España, la construcción de redes de solidaridad entre los gitanos españoles y los gitanos del este de Europa llegados a nuestro país, sino más bien la indiferencia, el recelo, cuando no el conflicto abierto.
Esto nos lleva a pensar que posiblemente queda todavía una gran distancia entre las propuestas de una solidaridad pan-romaní, basada en una identidad etnocultural, como la que plantean las élites sociales y políticas, y las prácticas
cotidianas y las aspiraciones vitales de buena parte de las personas de las
comunidades romaníes.
Además de las dudas que nos planteamos habría que analizar sobre todo en el futuro si estas instituciones están ayudando o van a ayudar a un proceso de desarrollo y modernización de la cultura gitana (en aspectos clave como el tratamiento de la mujer, la actitud frente al empleo o la educación, por ejemplo) o más bien suponen un freno en esta línea y ayudan a anclar los referentes culturales de las comunidades romaníes en un inmovilismo de corte tradicional, difícilmente compatible con una sociedad moderna y abierta.
Y es que la cuestión de la identidad es paradójica. Es verdad que resulta imprescindible para denunciar el trato desigual y la injusticia sufrida por un grupo al proporcionar sentido a la acción colectiva, pero también encierra a las comunidades y a las personas en jaulas culturales, en categorías que cosifican y
acaban reforzando las posiciones asignadas contra las que se combate.
Y otra cuestión ¿es esta fragmentación identitaria, cimentada sobre pequeñas diferencias, una de las razones de la escasa conciencia comunitaria de la segregación social entre los gitanos rumanos que viven con nosotros? Desde luego en el trabajo de acompañamiento es la queja más repetida entre voluntarios y trabajadores sociales. Es muy difícil idear y realizar un proyecto comunitario de integración, es imposible que el colectivo se convierta en algún momento en sujeto de sus propios procesos de desarrollo, si entiende que nada tiene que ver con el rrom de otro pueblo, si piensa que las familias del asentamiento vecino poco tienen que ver con la suya.
¿Es la fragmentación identitaria y la exageración de las diferencias con el otro lo que dificulta la posibilidad de estos proyectos comunitarios? Contestar afirmativamente esta pregunta nos embarca en disquisiciones complejas y arriesgadas, que nos llevarían a tener que afirmar que la integración y mejora del colectivo pasa por la renuncia o al menos el olvido de esas señas de identidad, que algunos portan con orgullo. Aunque también hay que afirmar que la fragmentación de la identidad no es la única causa de la falta de conciencia colectiva, pues habrá también que tener en cuenta otros factores, como la pobreza extrema, su historia y la exclusión, que les obliga a luchar día a día por la supervivencia familiar o incluso individual de cada uno, al margen del resto.
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