Nos encontramos ante un largometraje estadounidense compuesto por once cortometrajes filmados entre 1986 y 1995 que, a modo de collage, crean este filme independiente donde unos personajes se van a hacer preguntas constantemente, la mayoría de carácter ético, mientras toman café y fuman algunos cigarrillos. Conversaciones que a veces no van a tener sentido, que van a ser banales -o que incluso no van a tratar sobre nada en absoluto- pero que van a hacer reflexionar al receptor a partir del propio diálogo, aflorando dicha obra como idea del director en uno de sus rodajes con la finalidad de que el equipo artístico se relajase surgiendo de esta experiencia “strange to meet you”. Poco a poco esta idea va a ir creando piezas autónomas con aspectos formales en común, decidiendo Jarmusch en 2003 unirlas en esta obra audiovisual que habla más allá de la incomunicación, la improvisación y la naturalidad actoral, aunando todo esto mediante un toque de surrealismo y humor inteligente.
Cada uno de los cortometrajes -que pasaremos a llamar capítulos- cuenta con un título concreto y un sentido unitario, desarrollándose cada pieza en diferentes cafeterías o bares a lo largo de diferentes ciudades, pese a que en cierto punto incluso parezca que tienen lugar en un mismo espacio geográfico gracias a la puesta en escena y al uso del montaje, el cual aporta coherencia estilística. Cabe señalar que los personajes que aparecen en el filme se tratan de diferentes actores famosos y músicos aclamados que el espectador va a reconocer enseguida, llegando a reflexionar sobre sus propias figuras y la cotidianeidad de las escenas plagadas de metáforas.
Lo ético y lo estético como conceptos inseparables expresan problemas que nos atañen en nuestra época postmoderna, encontrando que lo estético se va a usar como herramienta de producción de mundos en los que se posiciona el individuo. Jarmusch nos plantea una estética de la vida o una estética de la existencia -como señalaba Michel Foucault-, un devenir de realidades o de posibilidades que nos va a ayudar en nuestro proceso de definirnos como seres, amparándonos en la búsqueda de configuraciones de realidades. Así, en esta obra no solo se nos hace reflexionar al espectador, sino que, los propios actores también lo van a hacer al usar el director un diálogo muy espontáneo lleno de improvisaciones. Mediante estas calibraciones nos hace pensar desde el primer capítulo en la vida como obra de arte, llegando a la conclusión de que ambos conceptos no se pueden separar, ya que hay arte en la cotidianeidad e incluso en el propio ser humano, lo cual ya planteaba Nietzsche al señalar que necesitamos despegar una estética del ser. Este filósofo pensaba que el arte nos produce a nosotros mismos, tomándose la vida como lebenskunst (arte de vivir) tras considerar que la tradición moderna nos ha encapsulado, no dejando que nos produzcamos de forma libre.
En las conversaciones de Coffee and Cigarettes se nos plasma cómo la vida de cualquier individuo puede ser una obra de arte, encontrando por tanto una forma autopoética en su creación que nos va a enseñar como cada ser, en este caso, cada personaje, puede dar forma a su propia obra de arte. Las conversaciones no solo plantean esta autoproducción de realidades artísticas, sino que va a hacernos ver cómo uno es en virtud de los demás (con y en), siendo el arte un medio de transformación colectivo y subjetivo. El cine, en este sentido, es el medio y soporte más divulgador y biopolítico, el cual es capaz de hacernos ver el arte de la vida social, aquella estética que parece disolverse en nuestro día a día y que podemos contemplar en esta obra de Jarmusch.
Nos autoproducimos mediante lo ético-estético, pero esto lo tenemos que hacer de una forma específica para no volver a anclarnos en la tradición moderna. El sujeto debe producirse ahora como líneas de fuga, de escape, de resistencia, de trabas a los engranajes, y no como líneas de evasión que simplemente ven su vida pasar, no mirando más allá de ella y del control y manipulación al que se siente sometido el ser. Roberto Benigni o Alfred Molina, entre otros, van a tratar de dialogar en grupo -en una vida en común- para llegar a encontrar una voz propia, una voz alejada de dichas formas encarceladas que se nos presentan en la sociedad de control en la que vivimos y que decidimos adoptar como propias, interiorizándolas sin llegar a pasarlas por ningún filtro, actuando como nuestro propio panóptico y naturalizando el dominio. El arte, y en este caso en concreto, el cine, va a ser el dispositivo que nos haga enfrentarnos y resistir, fabricando nuevas subjetividades; encontrando en él, por tanto, una definición no solo ontológica sino también social y, por tanto, biopolítica que debemos poner en práctica en el ámbito de la vida cotidiana mediante los agenciamientos de enunciación colectiva tal y como señalan los filósofos Guilles Deleuze y Félix Guattari. El arte va a ser un modo de vida, no ya una simple obra, sino que va a vehicular y facilitar encuentros y aperturas de realidades -subjetivas y colectivas-, propiciando la aparición de discursos excéntricos que se van a alejar de la positividad acordada de los cánones establecidos, surgiendo lo anormal, lo periférico, ese lugar donde las reglas y los discursos se difuminan y se interrumpen los automatismos.
La biopolítica se va a tomar como una política de configuración la vida, es decir, como un dispositivo multidisciplinar de creación que nos va a enfrentar al biopoder, al poder que tiene los cigarrillos y el café en el propio ser, no dejándolo de consumir aun sabiendo que nos pueden matar. También, la biopolítica alude al poder para la libre constitución ontológica de lo individual en lo común frente al poder de vigilancia y control, planteando dar la réplica a la linealidad de verdades modernas que partían de unas raíces específicas, instaurando un desarrollo horizontal del crecimiento y de las esencias, mediante unas conexiones cortocircuitadas en contra de la arborescencia, lo cual va a crear un rizoma antisistema. Según Deleuze y Guttari, “un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo. El árbol es filiación, pero el rizoma tiene como tejido la conjunción ‘y…y…y´”.
Coffee and Cigarettes se nos plantea como ese relato intermezzo, ya que entre conversación y conversación vamos a encontrar un tiempo muerto, un tiempo para la reflexión, encontrando la fuerza narrativa no en aquellos momentos de acción -aquellos que encontraríamos en un relato clásico y que hacen que avance la trama-, sino en aquellos que ocurren por el camino, en el medio, en situaciones aparentemente vacías. El director consigue esto no solo en las imágenes sino también mediante la banda sonora ya que el filme comienza y termina con dos versiones de un mismo tema, “Louie, Louie”, encontrando ese constante retorno hacia el punto de partida, esa repetición ininterrumpida de secuencias, esa red de vínculos continua que plasma una y otra vez un mismo tema en ese “y…y…y” infinito. En esa repetición es donde el espectador va a producir su propia comprensión, apropiándose de la “historia” y haciendo de ella su propia historia, su propio lenguaje, produciendo verdades ya que las cosas se hacen reales a partir de repetición.
El rizoma no solo cuenta con líneas de fuga a modo de trayectorias que se escapan del sistema del árbol, el cual solo trata de codificar, de echar raíces, de territorializar, sino que conecta mesetas, siendo la consecuencia de este funcionamiento a efectos prácticos el devenir. Los procesos de devenires son las esencias, la transformación que experimentan las identidades, estando en constante proceso de construcción y en cambio continuo, un estar en. El espectador, siendo activo y emancipado por naturaleza según Rancière, debe situarse en “distancia” para poder crear nuevas subjetividades, para cuestionarse y poder interpretar la información que recibe y las verdades que crea, planteándose como un nómada que tiene que ir atravesando estas mesetas, estados afectantes y de afectos, variando, por tanto, su identidad en virtud de esa oscilación, de esas transformaciones incorporales que no llevan al cambio sino a una experimentación. Se trata de ser con otros, de devenir diferente, de devenir múltiple. En este sentido, el cine es un dispositivo fantástico para crear devenires, identidades desterritorializadas.
Jarmusch con esta obra nos presenta un cine molecular, rizomático y periférico donde el individuo esquizoide no solo va a ser capaz de construirse en la periferia, sino que también va a reinventarse, produciendo realidades mediante el rizoma. Según Deleuze y Guattari, “la vida y la obra son la misma cosa cuando han abrazado la línea de fuga que las convierte en piezas de una misma máquina de guerra” -no bélica-, siendo el cine un productor de verdades que convoca la potencia política de lo impuro y de la resistencia en una relación en un constante movimiento entre la obra y el espectador, como ya pudimos comprobar mediante el círculo hermenéutico, puesto que el cine piensa a partir de sus propios acontecimientos.
Lo que se ha hecho pasar por real, por Verdad, por positivo, ahora necesita ser pensado desde un punto de vista negativo, ya que la realidad es según la construimos. Esta realidad también debe investigarse y debatirse como arte del dominio de la significación y la ideología y el cine es un medio muy eficaz para llevar a cabo esta labor ya que también nos muestra lo negativo, lo invisible del mundo, tal y como ocurre con esas palabras a medio decir, esos silencios y esas miradas que tienen lugar en Coffee and Cigarettes. La idea política posfundacional la vamos a encontrar en Marchant, empleando la diferencia y usando el fundamento negativo para hacer una política abierta que impide que nos volvamos idénticos a ella; una política que va a fundar verdades. Son intentos de fundar no algo inamovible como ocurría con anterioridad, sino anti-fundamentos inestables, siendo la propia ausencia de un gran fundamento último una ausencia productiva, ya que permite el planteamiento de fundamentos nuevos, fundamentos abisales que se mantienen en la superficie de las cosas y que van a acaecer del evento, del `ser-en-común´ (ser-con), aportando desde el vacío, desde la nada, una verdad, siendo el sentido de la negatividad y no tomándose como un fundamento permanente.
El abismo, por tanto, va a ser el único fundamento que podemos tener en el desvelamiento, siendo la forma de crear los fundamentos un juego muy hermenéutico -una manera desfundante de fundar que cuando te aporta una verdad, te la retira para mostrarte otra-. Este momento de lo común, del `ser-en-común´, es un momento de definición política que ocurre cuando surge el evento por lo que entonces, fundamos los entes, pero, el ser, la esencia, la ontología, no termina de fundarse del todo y no puede tener límites, sino que tiene que estar abierta. Gracias a este abismo es donde podemos fundar y desfundar la aparición de lo político continuamente, siendo el momento de definición de libertad, la apertura de un espacio, el cual se nos plasma en los diálogos absurdos de Jarmusch, el dasein llevado a su apertura política y al espacio común de la comparecencia.
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