En el artículo anterior, publicado por Paradigma Media el pasado 11 de mayo, realicé un breve recorrido histórico de la ciudad de Córdoba, desde la época de tartessos hasta la Kurtuba andalusí, resaltando los períodos romano y arábigo-andalusí en los que Córdoba alcanzó su mayor esplendor. Los romanos situaron a Córdoba en el mapa del imperio y los andalusíes en el mapa del mundo conocido en el siglo X. El citado escrito concluía con la pregunta: ¿qué le deparará a Córdoba a partir de la conquista castellana?
Cuando Fernando III conquista Kurtuba en 1236 comenzaba un nuevo ciclo para la ciudad después de catorce siglos de haber sido principalmente romana y arábigo-andalusí, lo que le llevó a ser una ciudad universal en el año 1000. En aquellos años Córdoba tenía mezquitas, iglesias, sinagogas, universidad, bibliotecas, alumbrado público, innumerables baños, calles empedradas, acequias y fuentes, zocos con todo tipo de productos, lujosas mansiones y un floreciente comercio, cuando en el resto de la Europa feudal se vivía fundamentalmente en la ruralidad. Cuando al-Ándalus vivía siglos de luz, el resto de Europa estaba sumergida en la oscuridad.
Las conquistas del rey Fernando III fueron progresivamente configurando tres nuevas jurisdicciones territoriales de la Corona de Castilla: los reinos de Córdoba(1236), de Jaén(1246) y de Sevilla(1248), separados del reino nazarí de Granada por la llamada Banda morisca. En esa época dicho territorio se conocía como «la Frontera» o como «el Andalucía». La denominación de “La Novísima Castilla” nunca se utilizó en esta época porque fue creada en el siglo XX (un anacronismo para eliminar la identidad y la memoria de nuestra historia andalusí). Posteriormente con la conquista de Granada se estableció el Reino de Granada en 1492. El historiador Torres Balbás, basándose en la extensión de los recintos amurallados, deduce los doce ricos y populosos centros de civilización urbana desarrollada durante los siglos XI-XII con más de 15.000 habitantes: Córdoba (más de 100.000); Sevilla (más de 80.000); Toledo, Almería, Granada y Mallorca (más de 20.000); Zaragoza, Málaga, Valencia, Badajoz, Jerez y Écija (más de 15.000). De todos ellos más de la mitad estaban en Andalucía. Cómo podemos constatar la población del valle del Guadalquivir era muy numerosa en el momento de la conquista castellana. Estos datos poblacionales ponen en evidencia los tópicos que se ha hecho correr sobre la historia de Andalucía después de la conquista castellana: la expulsión de sus habitantes y la repoblación con nuevas gentes venidas de los reinos castellano y leonés. Según estos tópicos con la conquista de Castilla desaparece en Andalucía todo el sustrato cultural anterior, naciendo una nueva Andalucía como apéndice de Castilla, cuando en realidad la conquista solo supone, a nivel demográfico, la expulsión de la población militar almohade y sus más acérrimos aliados musulmanes de estirpe andalusí, pero se mantuvo en sus pueblos y ciudades la mayoría de la población, que en parte era musulmana y también cristiana y judía. Posiblemente por cada habitante de los reinos castellano y leonés hubiese más de tres andalusíes.
La Gran Enciclopedia Andaluza del Siglo XXI nos informa que, desde la entrada de las tropas castellanas en la cabecera del Valle del Guadalquivir, a principios del siglo XIII, hasta la expulsión de los moriscos transcurrieron cuatrocientos años, durante los cuales al-Ándalus fue sangrada poblacionalmente por un aumento considerable de muertes (bajó la esperanza de vida debido a las epidemias, expulsiones, guerras). Al mismo tiempo, el repartimento de tierras y bienes ocurrida durante la conquista, dando lugar al latifundismo, supuso el empobrecimiento social y económico de la población andaluza. Durante los siglos bajomedievales se fueron concentrando las propiedades rurales en manos de unos pocos debido a las frecuentes apropiaciones de tierras surgidas después de los repartimientos, las usurpaciones de las tierras comunales, el proceso de señorialización iniciado por la nobleza desde finales del siglo XIII y las concentraciones de tierras llevadas a cabo por la Iglesia católica. Córdoba, como consecuencia de lo anterior, llegaría a finales del siglo XV con tan solo 25.000 habitantes.
Córdoba, después de un siglo de la conquista por Fernando III, verá cada vez más mermada su población. La peste negra hará estragos a mediados del siglo XIV, lo que llevó a un alto grado de mortalidad, agravado por la escasez de recursos alimentarios. La mayoría de la población vivía en una pobreza extrema. A finales de siglo comenzarían las tensiones y los asaltos contra la judería cordobesa, comenzando la chispa con anterioridad en Sevilla. El siglo XV no trajo nada nuevo, las epidemias y la escasez de alimentos seguía siendo la tónica general. No fue una casualidad que el aumento del antisemitismo y la fundación de la Inquisición vinieran de la mano, era la excusa perfecta para comenzar la eliminación del diferente, para homogeneizar la población bajo un único credo. En la ciudad cada vez sería mayor la proliferación de conventos e instituciones ligadas casi siempre al clero. Nobleza y clero, clero y nobleza vivían en la opulencia mientras la población sucumbía ante tanta miseria y explotación. Los Reyes Católicos pasarían largas estancias en el Alcázar cordobés en el último cuarto del siglo XV para dirigir las operaciones militares contra el Reino de Granada. Igual haría Felipe II cuando estableció la corte en Córdoba para controlar la rebelión de los moriscos. La Córdoba madre en tiempos de al-Ándalus acabó convertida en bastión hostil para sus propios hijos.
El quinientos, al igual que en el resto de los reinos andaluces, traería a ciudad de Córdoba una mejoría económica, lo que llevaría consigo un aumento considerable de su población, sobrepasando los 50.000 habitantes. La Casa de Contratación de Indias en la hermana ciudad de Sevilla supuso el monopolio del comercio con América, llegando el oro y la plata por miles de kilos. Este comercio generó un aumento considerable de riqueza principalmente para la corona, la dinastía de los Habsburgo, que destinarían grandes sumas de dinero para las guerras europeas, Flandes, Francia…, o para costear faraónicos monumentos como El Escorial. Esta burbuja de ricos metales apenas repercutiría en el pueblo, generando con el tiempo una nueva decadencia debido al progresivo abandono de los oficios, como la labranza y la crianza, por parte del pueblo. Córdoba seguiría viendo aumentar sus palacios e iglesias, mientras crecía la pobreza de un pueblo hambriento y acuciado por las epidemias y la falta de higiene. Esta lapidación de los recursos unido a la falta de trabajo y manutención de la gente trajeron consigo una gran crisis económica, a lo que se unió las escasas cosechas y las epidemias, que debido a la continua falta de higiene se cebaban con los más pobres. Esta dura realidad provocaría una época de rebeliones, llegando a Córdoba el eco de la Rebelión de las Alpujarras protagonizada por los moriscos en 1568 en contra de la Pragmática Sanción aprobada por Felipe II que obligaba a convertirse a la fe católica. Felipe III tomará la decisión de expulsarlos en 1609, provocando la mayor deportación europea de la historia. Ello ocasionaría un gran sufrimiento humano y una pérdida irreparable para algunas comarcas andaluzas, una de las causas del empobrecimiento actual.
La crisis de la Guerra de los Treinta años (1618-1648) empeoró aún más la situación económica de la Península. En Córdoba el llamado “siglo de hierro” (XVII) por los azotes continuos que padecía la población tuvo su consecuencia más significativa en 1652, tras las epidemias de 1649 y 1650, las malas cosechas y la subida de los precios, provocando el llamado “Motín del Pan” por un pueblo empobrecido y desesperado que conseguiría rebajar el precio del pan. Mientras esto ocurría continuarían creciendo las edificaciones religiosas así como algunos notables palacios. El empobrecimiento de Córdoba seguía creciendo a la sombra de tantos edificios religiosos y palaciegos que se iban erigiendo. En contraposición, la institución eclesiástica de la ciudad poseía unas rentas anuales entre los 40.000 y 50.000 ducados, haciendo de la diócesis cordobesa una de las más codiciadas del reino de España.
La llegada de los Borbones tras la guerra de Sucesión (1701-1713), conllevó una mayor escasez en los hogares de las familias cordobesas, la destrucción de empleos se hacía crónica con la mengua de telares y otros oficios causando que 8.000 pobres vagaban por la ciudad a finales de la centuria.
Córdoba sale de un calamitoso siglo XVIII con unos 30.000 habitantes, mientras en contraposición Europa va viendo la luz como consecuencia de la revolución francesa de 1789, esperándole un dieciochesco cargado de convulsiones sociales y políticas. Dos batallas trascendentales localizadas en el Puente de Alcolea, a escasos kilómetros de Córdoba, pondrán a la ciudad en el mapa político de la España del XIX. En el año 1810, los franceses ocupan Córdoba tras la Batalla de Alcolea (así llamada por haber sido su escenario el Puente de Alcolea), instalándose en la ciudad e intentando durante su mandato realizar algunas reformas de la mano de los nuevos aires, como la creación de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, la construcción de algo tan importante hoy día como fueron los cementerios para evitar que se continuara con la práctica de enterrar en el interior de las iglesias, o el diseño de jardines urbanos para la expansión de la ciudad. La llegada de Fernando VII sería nefasta para el reino en general y para Córdoba en particular. La ciudad vive sumergida en una decadencia aún mayor que la padecida en siglos anteriores, podríamos calificarla como una ciudad paralizada en su miseria. Las tabernas eran las protagonistas de una visa social empobrecida, no había sociedades recreativas ni literarias, los espectáculos profanos estaban prohibidos y la población solo debía conformarse con sermones, procesiones y hermandades. George Borrow en 1836 la describía como “ciudad pobre, sucia y triste”. Más mordaz llegaría a ser Teófilo Gautier, que llegó a calificarla de “Atenas bajo los moros y ahora un pobre pueblo beocio”. Durante la segunda mitad del siglo XIX, Córdoba se convierte en bastión de los liberales, quienes en la Revolución de 1868 destronarían a Isabel II. Nuevamente el Puente de Alcolea volvería a tener un papel determinante al hacerse con la victoria las tropas liberales. Será Amadeo I de Saboya quien sustituya a Isabel II, abdicando tres años más tarde e instaurándose la I República Española, que duraría entre 1873 y 1874. En ese momento, la monarquía volverá a ser la protagonista del país con la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II, a la cabeza, una restauración que acentuó el caciquismo y la cada vez mayor postración de la ciudad.
El siglo XX no comenzó en Córdoba mucho mejor de lo que había acabado el XIX. La sociedad cordobesa seguía envuelta en una débil realidad socio-económica. La economía de la ciudad dependía del sector primario, un 45% de su población activa. Durante las tres primeras décadas del siglo XX la ciudad pasó de los 58.000 habitantes a 103.000, debido a las oleadas migratorias de familias enteras de campesinos que, ante las crisis agrícolas y las agitaciones revolucionarias, buscaban en la capital el sustento diario que los latifundistas y caciques les negaban. El gran descontento que vivía la población se vio reflejado en la manifestación obrera de 1919 que recorrió las calles céntricas de la ciudad al grito de “Viva Andalucía, libre”. El bipartidismo de la restauración dio paso al golpe de estado de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) que terminaría por desmoronar a la monarquía borbónica después de 60 años de restauración. Córdoba se proclamó republicana tras la rotunda victoria en las urnas el 12 de abril de 1931. Córdoba vibraba de emoción al emprender el camino hacia la modernización, que se vio truncado por el golpe de estado de 1936, la guerra y la posguerra, que dejaron solo en la capital la terrible cifra de 5.000 muertos en manos del fascismo. El hambre y la escasez volvieron a instalarse en los hogares cordobeses como si de un fantasma del pasado se tratara. Por otra parte, la población seguía creciendo en la capital, atraídos por una supuesta mejor vida en la ciudad. Así, en los años 50 el censo había aumentado hasta los casi 150.500 habitantes, llegando a alcanzar en los 60 alrededor de 190.000 personas. Todo ello incrementaba los problemas de escasez, hambre, paro y falta de viviendas.
En los años 70, Córdoba seguía con su aumento poblacional con más de 232.000 habitantes a pesar de los numerosos cordobeses que salían de Córdoba, e incluso de España, para buscar un futuro más próspero. La nueva etapa democrática traería consigo que más de 100.000 cordobeses salieran a las calles el 4 de diciembre de 1977 para pedir una autonomía que nos devolviera la libertad y la dignidad como pueblo. Las primeras elecciones municipales, 1979, convirtieron a Córdoba en la única capital del país con un alcalde comunista, el recordado Julio Anguita. Hoy es una ciudad de 350.000 habitantes, universitaria y destacada en el ámbito de la sanidad, pero que sufre, como toda Andalucía, el lastre del paro y el empobrecimiento social.
En el final de este recorrido histórico nos seguimos preguntando ¿Qué ha aportado la conquista castellana a Córdoba? (la mal llamada reconquista cristiana). Saquen sus propias conclusiones, aunque sería bueno recordar que los cuatro patrimonios de la humanidad con los que cuenta la ciudad resumen el pasado glorioso de Córdoba anteriormente a la conquista castellana.
Para terminar, traigo a colación tres citas de dos científicos de prestigio internacional y de un escritor andaluz por excelencia, los tres hacen referencia a la Córdoba anterior a la conquista:
“Me parece un privilegio pasear por Córdoba, lugar de encuentro de culturas y saberes. La Córdoba medieval, donde los científicos andalusíes marcaban el paso de la ciencia universal” (Jean-Marie Lehn, Premio Nobel en química 2016)
“¡Cómo está cambiando España, por fin sale de esa prehistoria de la investigación que desgraciadamente arrastramos desde los Reyes Católicos! (…) España no tiene cultura científica desde que se expulsó a los judíos y se terminó la etapa árabe, cuando Córdoba era uno de los centros del saber del mundo. España ha jugado un papel prácticamente irrelevante en el mundo científico”. (Mariano Barbacid, Diario El Mundo, 2016)
“¿Se boquiabrirá Córdoba bajo que rascacielos, si tuvo a su vera a Medina Azahara, ante cuya belleza todos los palacios reales posteriores no han sido más que alcobas realquiladas con derecho a cocina?” (Antonio Gala, discurso de apertura del Congreso de Cultura Andaluza en la Mezquita de Córdoba, el 2 de abril de 1978).
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